Pese a que se tenga la convicción de ser un conductor prudente y que sabe cuidar el coche, algunas costumbres que parecen inofensivas son, en realidad, perjudiciales para los componentes mecánicos.
Una conducción eficiente es aquella en la que se usa solamente la potencia necesaria para avanzar y no más. Requiere circular empleando marchas largas tan pronto como se pueda. Esto ayuda a reducir el consumo y las emisiones, ya que no se revoluciona innecesariamente el motor. Hay quien conduce así porque sabe gestionar bien el cambio y quien lo hace por costumbre, sin tener en cuenta cuándo es mejor alargar un poco los cambios para no forzar el motor a bajas revoluciones.
Conducir en marchas largas tiene un punto perjudicial a veces, en especial para los motores diésel actuales. Si se tiende a solicitar potencia al motor a base de pisar más el acelerador, sin reducir, haciendo que recupere velocidad a base de forzarlo en marchas largas, la forma en que se produce la combustión genera una gran cantidad de hollín. Esta carbonilla se empieza a acumular, creando depósitos en ciertos componentes mecánicos, y es cuestión de tiempo que produzcan una avería en la válvula de recirculación de gases (comúnmente conocida como EGR), en el filtro de partículas o en el turbo.
Para prevenir este tipo de averías, además de evitar forzar el motor (se nota que el motor va forzado cuando comienza a vibrar, a hacer un ruido como cuando suenan unos palillos, habitualmente entre 1000 y 2000 revoluciones), es muy aconsejable pisar a fondo el acelerador y estirar las marchas hasta altas revoluciones alguna vez durante el día. Por ejemplo, aprovechando las incorporaciones para apurar segunda y tercera, o tercera y cuarta. De esta forma se le da velocidad a los gases de escape para que expulsen los depósitos de hollín antes de que comiencen a formar un tapón. Hacer esto con frecuencia a un motor bien mantenido no le perjudica. No pasa absolutamente nada por subir cerca del tope de revoluciones, aunque tenga muchos kilómetros. Todo lo contrario, lo agradece.
Otras costumbres poco saludables tienen que ver con la postura y las manías al volante. Por ejemplo, llevar la mano apoyada en la palanca de cambios o el pie izquierdo apoyado en el pedal de embrague. Lo primero provoca holgura en la palanca y, si se deja recaer todo el peso del brazo, puede dañar los mecanismos de sincronización de la caja de cambios. Dejar el pedal del embrague ligeramente pisado provoca un desgaste prematuro del mismo.
Es perjudicial aparcar rozando los bordillos o, peor aún, subiéndose a ellos. El efecto más visible es el de que se dañan las llantas y los neumáticos, a veces produciendo cortes y roturas en el flanco de las ruedas que pueden afectar a la integridad de los mismos al circular. La deformación de las llantas a causa de los golpes bruscos producen vibraciones en la dirección. Por último, al apoyar el peso del coche contra el bordillo se modifica la alineación de las ruedas, lo que provoca un desgaste prematuro y una deformación de los neumáticos, así como que el volante y las ruedas dejen de ir rectos.
Los discos de freno se dañan si se tiene la mala costumbre de hacer frenadas muy largas y suaves en ciudad, dejando que el coche pierda velocidad muy lentamente antes de llegar a un semáforo. Es preferible meter una marcha corta y retener con el motor, puesto que los frenos no tienen espacio ni hay velocidad suficiente para que la corriente los ventile, por lo que se recalientan y acaban por deformarse.
Algo que ya comentamos en nuestro artículo relacionado con la circulación por el Aljarafe es el efecto de los resaltos y badenes en los componentes de la suspensión. Es particularmente perjudicial para los amortiguadores y silentblocks pasar rápido por encima, pero también lo es cometer el error de frenar justo antes de pisarlos y seguir frenando mientras se pisa un resalto. Lo adecuado es frenar con anticipación o, incluso mejor, retener con el freno motor y llegar al resalto casi en ralentí, por ejemplo en segunda, para no castigar frenos y suspensión.