Motor

Conducir con suavidad, la clave de un viaje relajado

La brusquedad al volante se puede manifestar de muchas formas diferentes y todas ellas tienen como consecuencia una incomodidad para los pasajeros que hace de los viajes un pequeño suplicio

Mario Garcés mgarces83 /
30 ago 2020 / 12:32 h - Actualizado: 30 ago 2020 / 12:34 h.
"Motor"
  • Imagen: Peugeot
    Imagen: Peugeot

Hay una serie de vicios adquiridos, de malas costumbres al conducir de las que con frecuencia muchos conductores no son conscientes. Tampoco lo tienen por qué ser los pasajeros que van abordo, pero todos lo sufren en silencio sin saber el motivo real de por qué un simple viaje de una hora de duración se hace tan agotador. La causa está habitualmente relacionada con la brusquedad de movimientos, con la falta de suavidad, y esta se puede dar en muchos sentidos: brusquedad en las frenadas, en las aceleraciones, en los giros, en las maniobras de adelantamiento. A esa brusquedad se acostumbra, de alguna manera, quien va dentro del coche, que puede ser una familia al completo. Un bebé que no viaja tranquilo y relajado en su sistema de retención puede ser un bebé inquieto, pero también puede ser simplemente un bebé cansado de sufrir pequeños vaivenes que el padre o la madre producen a la carrocería del coche sin ser conscientes de ello.

En estas próximas horas, muchas familias que aún no lo hayan hecho regresarán a casa tras finalizar las vacaciones. Con el coche cargado, la temperatura ambiental elevada y dos, tres o cuatro horas de carretera por delante, hacerles el viaje más agradable es una «obligación» del conductor. Y todo empieza nada más arrancar: ajustar la climatización en su punto ideal es sencillo, pero hay quien no repara en los detalles y se limita exclusivamente a poner el aire acondicionado y activar el ventilador a gran potencia, salga el aire por donde salga.

Esto tiene dos principales inconvenientes: puede ser ineficiente y, cuando el ventilador trabaja con fuerza, el ruido que genera produce una fatiga innecesaria. Es mejor preocuparse de que el aire salga dirigido por las salidas frontales y por los pies, a potencia media o baja, bien repartido y con los aireadores orientados de forma que no concentre el flujo en una zona del cuerpo de los pasajeros, preferiblemente hacia la parte superior de las cabezas, para que circule de arriba hacia abajo y de atrás hacia delante.

El siguiente paso, ya con el coche en movimiento, es mantener un ritmo fluido, usando el cambio de marchas y los pedales con suavidad. En el callejeo urbano, los coches con motor diésel suelen tener suficiente fuerza para avanzar a baja velocidad en segunda sin necesidad de meter primera en los badenes. Con un poco de previsión al acercarse a las rotondas, se puede usar segunda y tercera y evitar así las arrancadas bruscas al meter un «primerazo», costumbre que, por cierto, resulta muy dañina para la caja de cambios y el embrague.

Una vez en carretera y autovía, y hemos insistido infinidad de veces en esta sección, la clave está en la distancia de seguridad. Probablemente haya tráfico congestionado y denso a ratos, alguna retención y todo ello pueden o no notarlo los pasajeros. Dependerá de la suavidad con la que el conducto gestione los mandos. Una distancia en la que quepan varios coches entre el que nos precede y el nuestro es la mejor forma de amortiguar suavemente los cambios de ritmo del tráfico. Eso, y mantener la mirada en la distancia, al final de la cola de coches, no en el que va justo delante, para anticiparse y modular con el acelerador, suavemente, dejando que el coche pierda velocidad en una marcha larga para que el cambio de ritmo sea paulatino.

Incluso a ritmo constante en autovía hay personas que son incapaces de mantener la velocidad de manera uniforme. Tienen el vicio adquirido de hacer un movimiento inconsciente del pie del acelerador, pisando y aliviando, pisando y aliviando, de forma que el ritmo es aproximadamente de 120 km/h, pero con una fluctuación pequeña y constante por encima y por debajo. Los pasajeros van así como si estuvieran en una mecedora, con las cabezas haciendo un movimiento pendular adelante y atrás, del que casi no se dan cuenta, pero que puede producir mareos y fatiga a los pocos kilómetros de empezar el viaje. Para evitarlo hay que pararse a analizar la conducción propia, darse cuenta de ello y hacer lo posible por evitarlo manteniendo el pie derecho quieto sobre el acelerador, viendo con antelación las cuestas para subir un poco el ritmo y no dejando que el coche pierda velocidad, y ahuecando con tiempo cuando empieza a bajar una pendiente, para que no se embale y haya que pisar innecesariamente el freno en mitad de la cuesta abajo. Lo mismo ocurre con la frenada. Una distancia adecuada al sentarse a los pedales hace que modular la frenada sea sencillo. Una distancia incorrecta, demasiado cerca o demasiado lejos, hace que se pisen con brusquedad y de manera imprecisa, haciendo que el coche se mueva más de la cuenta en las deceleraciones.

Al tomar las curvas, para evitar el bamboleo que produce un movimiento rápido sobre el volante, es importante mirar al punto más lejano de la curva, donde la vista llegue, para que el cerebro calcule automáticamente cuánto giro va a necesitar. El vicio habitual de muchos conductores es el de mirar al punto de entrada de la curva, unos metros por delante del morro del coche, lo que hace que lleguen tarde al giro, corrijan con rapidez y transmitan a los pasajeros el efecto de su ineficiente conducción.