El Vellocino de oro de cualquier administración es el conductor de un vehículo a motor, sea coche o motocicleta. Es una excelente fuente de excusas para introducir nuevos impuestos, tasas, cuotas, peajes, zonas de pago. Y a cambio, ¿obtenemos una prestación en proporción al desembolso? Es posible, porque el mantenimiento de la infraestructura vial no es asunto baladí, pero si no se percibe así, ¿de quién es el problema?
Ya dijimos en su día que el Aljarafe sevillano es un perfecto ejemplo de la dejadez sobre el mantenimiento de calles y carreteras que implica, a lo largo de la vida útil de cualquier vehículo, un importante desgaste mecánico a costa de coger a diario los mismos baches, badenes, resaltos y rotondas. Sin embargo, realmente esa sensación de absoluta despreocupación por los bienes materiales de los ciudadanos se puede extender a toda la capital, los pueblos colindantes y muchas zonas de la provincia.
Las calles y carreteras sevillanas están mal mantenidas. Con los márgenes llenos de arboleda, setos y jaramagos que en esta época están completamente secos y que desbordan los arcenes invadiendo el carril y restando espacio para los conductores. En este aspecto se ven particularmente afectados los ciclistas, que pueden pagar con daño a su integridad física la despreocupación administrativa. También son foco de generación de incendios cuando el desconsiderado fumador de turno decide que es mejor tirar la colilla por la ventana que dejarla en su cenicero hasta la próxima parada.
La peatonalización de las calles en las grandes ciudades gana adeptos, con razón, porque emplear todo el espacio de una avenida para pasear es un lujo del que poco a poco se va pudiendo disfrutar tras años de imperio absoluto del automóvil en el centro urbano. Sin embargo, a cambio, los conductores, ¿qué obtenemos?, ¿más zonas de pago y de limitación de tiempo de aparcamiento?, ¿más aparcamientos privados con tarifas que van a parar a bolsillos ajenos? El impuesto de circulación (IVTM, Impuesto sobre vehículos de tracción mecánica), la dudosamente eficaz ITV, el IVA y el impuesto de matriculación al adquirir el coche, los impuestos a los hidrocarburos... ¿no pagamos lo suficiente por un bien que empleamos todos, antes o después, como conductor o como pasajero? ¿No merecemos, al menos, un mantenimiento adecuado de las zonas por las que sí circulamos y la ausencia de gorrillas en cada esquina?
El automóvil, cada vez más denostado por las nuevas generaciones, que lo consideran más una carga que un servicio, ha representado durante más de un siglo un signo de libertad individual como pocos elementos de la industria moderna. Por cada ecologista que aboga por usar el transporte público y la bicicleta, o por ir a pie a todas partes, hay mucha gente corriente que necesita llegar a su trabajo, a media hora de casa, sin otra alternativa real para desplazarse cada día. Una familia que ha dispuesto de su tiempo y su dinero para viajar durante las vacaciones con plena libertad de movimientos y de horarios.
Los tiempos cambian y las necesidades también. La movilidad eléctrica parece haber llegado para quedarse y, ojo, porque tarde o temprano, lo que ahora son facilidades (plazas de recarga gratuitas, exención de impuestos, libertad para acceder al centro de las ciudades, etcétera), pueden volverse nuevas excusas para cobrar, antes que después, tarifas con la más peregrina de las justificaciones. Y entonces, volveremos a preguntarnos, ¿es necesario este maltrato al conductor?
Tenemos que seguir no solo pagando tasas e impuestos, sino soportando el maltrato permanente a nuestro vehículo que supone circular por un asfalto plagado de baches y que, allá donde no los hay, hay resaltos y badenes colocados sin criterio ni mesura para destrozar poco a poco, lentamente, la suspensión, el motor y la caja de cambios. Ese desgaste influye en la seguridad vial de todos, porque los vehículos circulan en peor estado mecánico de lo que les correspondería a su antigüedad.