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Actualizado: 12 sep 2021 / 22:57 h.
  • «Acordes y desacuerdos»: Cine y Jazz

Un artista es esa persona que vive convencida de su importancia porque sólo él puede crear lo que tiene en la cabeza; porque nadie más podría llegar a escribir, pintar o hacer música del modo que él lo hace. Pero un artista es ese tipo que hizo esto o aquello (una genialidad, una maravilla) y del que muy pocos se acuerdan. Porque un artista es lo que termina dejando atrás, su obra. Él es una anécdota.

Esto es de lo que habla la película de Woody Allen. «Acuerdos y desacuerdos» («Sweet and Lowdown», 1999). Un homenaje al jazz centrado en la figura de Emmet Ray que presume de ser el mejor guitarrista del mundo después de un gitano que se llama Django Reinhardt. Emmet Ray nunca existió. Django Reinhardt sí. Por ello, Allen se acerca al cine documental introduciendo testimonios de personas enteradas que van aportando datos del guitarrista. Es una forma como otra cualquiera de buscar la credibilidad en la narración. Expertos en jazz y él mismo matizan o presentan parte de la acción entre las dudas lógicas de lo que siempre se contó sobre los genios artísticos.

«Acordes y desacuerdos»: Cine y Jazz

La película reposa sobre el personaje. Todo lo demás tiene carácter de correlato aunque no por ello pierde importancia. Desde la primera escena se van sumando ingredientes que hacen que el personaje vaya teniendo una evolución necesaria para entender lo que Allen quiere contar. Y, a decir verdad, esa evolución es algo lenta. Por ello, el trabajo de Sean Penn va de menos a más. Hasta que no comprendemos la pasión de Ray por la música y su desprecio por las personas, no comprendemos un abuso del lenguaje corporal por parte del actor que se ve obligado a coquetear con lo histriónico para salir del paso. No les pasa lo mismo a Samantha Morton o Uma Thurman que arrancan bien (sobre todo Morton) sabiendo que su personaje representa una cosa muy concreta que no necesita de grandes recursos interpretativos.

La importancia de la película no llega desde lo que se cuenta sino desde lo que se sugiere sin enseñar. Esa evolución del personaje se produce con lo que quiere ocultar, con lo que se niega a decir de principio a fin. El personaje de Hattie (Morton) funciona con una correlación perfecta respecto a Ray. Ella es muda; no dice una sola palabra durante la película y es el que sirve de nexo entre el deseo y la realidad del protagonista.

No hace falta decir que la partitura de Dick Hyman es fantástica. Muy ajustada a lo que, durante los años 30, fue el jazz. Y no hace falta decir que la puesta en escena es elegante y perfeccionista. El cine de Allen no falla en eso.

«Acuerdos y desacuerdos» no es la mejor película de este director. Sin embargo, es una opción si se quiere disfrutar de un guión bien diseñado (sin la chispa habitual de Allen puesto que la comedia se enturbia llegando al amargor) y una forma de narrar curiosa en la que los recursos son muy evidentes a la vez que efectivos. Cine de Allen. Buen cine.

«Acordes y desacuerdos»: Cine y Jazz