Antonio nos recibe en su domicilio. El día es especialmente desapacible. Llueve a ratos, hace frío sin pausa alguna. La casa de Antonio se convierte en un refugio de lujo. Cruasanes en la mesa que ha traído Carlota Montemayor. Café caliente que ha preparado Antonio Bartrina. Yo no puedo presumir de haber aportado nada de nada.
Desayuno, una charla exquisita y buena música a ratos. Como la lluvia, pero esta vez para convertir el tiempo en algo entrañable y cómodo.
Antonio Bartrina fundó el grupo Malevaje hace 31 años, en ese tiempo que se llamó movida madrileña. Sirve el café con el desparpajo propio de alguien acostumbrado a tratar con otros, como solo lo puede hacer alguien nacido en el barrio madrileño de Carabanchel Alto.
La movida. «La idea era convertir España en un país razonable. Conseguimos que fuera más libre, pero no más razonable. Los que siempre se dedican a acabar con las libertades no se enteraban bien de qué iba la cosa y se hicieron cosas muy interesantes. Pero aprendieron entonces y ya no olvidaron cómo contrarrestar cualquier actividad que les desagradase. El poderoso está acostumbrado al palo y a la pistola. Los demás también, pero recibiendo. Entonces, en aquel momento, nadie sabía cómo afrontar una situación como la que se vivía. Aunque la cultura fue muy importante. Pero, claro, los políticos han decidido (desde que lo son) que no aprendamos, que no seamos cultos porque un pueblo preparado en un pueblo muy difícil de manejar. Y el problema es que los que pudieron formarse se están escapando de España. Seguimos siendo unos gañanes y los que están realmente preparados, los que podrían sacar este país adelante, se van a otro sitio. España es así desde los reyes católicos. Lo mejor siempre ha terminado siendo expulsado de una forma u otra».
Antonio Bartrina es un hombre cercano. Es chocante lo castizo que parece porque uno tiene que hacer un ejercicio de fe para creer que es la misma persona la que se sube a un escenario y canta tangos.
La gran movida. Eso que llamamos crisis. «En España, pelear no sabemos, pero en aguantar somos especialistas. Salvo que el enemigo venga de fuera (por ejemplo, los franceses), no sabemos pelear y si lo hacemos es un desastre. Los artistas estamos aguantando como podemos. No se programa nada, los dineros han desaparecido y hacemos lo poco que podemos. Hoy, se alquila un teatro y te buscas la vida. Si ganas algo bien, si pierdes es tu problema. Hoy, giras hacemos solo los que no tenemos más remedio, los que no nos hicimos ricos en la buena época. Por otra parte, el problema de los músicos es que somos muchos y mal organizados. Demasiadas asociaciones. Y cada una a lo suyo.
Los músicos deberían hacer música y no dedicar su tiempo a las sociedades. Para eso existen profesionales de la gestión. Se les debería contratar, ejercer cierto control sobre su labor y los demás nos deberíamos dedicar a hacer música, a escribir o a hacer películas de cine».
Antonio gesticula, le gusta ser vehemente. No pierde una sonrisa pícara diga lo que diga.
El tango. «El tango fue la música de moda en los años 40 y 50. Viví en la casa de mis abuelos. En el barrio de Maravillas. Mi padre hacía televisores. Y siempre había uno conectado en casa. Además, teníamos una gramola. Se escuchaba tango, zarzuela y clásica a todas horas. Pero yo me quedé con el tango. Era muy pequeño; sabía las letras de memoria, pero no entendía lo que me estaban contando. Supe lo que querían decir esas letras con 15 o 16 años. Y fue cuando ya me enganché del todo. Me regalaron un disco de Carlos Acuña y me sirvió para recordar todo lo que sabía. Me contaban mi propia vida. Esa era la clave. Por eso la gente que va a mis conciertos se engancha: les cuento lo que les pasa. El tango es crudo y real. En el tango no se dan explicaciones ni puntos de vista. Te metí una puñalada. Así; seco, claro. Igual que el blues cuenta las penas de los negros, o el Rock and Roll las tonterías de los jóvenes cuando tienen 16 años; el tango cuenta, tal cual, la vida entera de cualquiera de nosotros. Ni disfraz, ni análisis».