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Actualizado: 13 jul 2021 / 15:10 h.
  • Bajo el cielo de Sevilla

El azul del cielo de Sevilla se torna gris a medida que la vista se alarga buscando su final. Calor asfixiante.

Las ciudades en verano modifican su aspecto. Los colores en movimiento son otros. Quizás más alegres. Mucho más extraños. Los fijos, los de siempre, se apagan con tanta luz. Pierden el brillo de la sombra, de la humedad. La extrañeza de la quietud.

Un anciano busca la sombra para sentarse. La gorra de trapo gris calada. Las arrugas en su sitio, en el que las puso el sol hace años. Ya muchos. Lía un cigarro. Despacio, con cuidado. Parece no querer desperdiciar una sola hebra. Me siento a su lado. Saco el paquete de tabaco. Le ofrezco.

- Deje ese para más tarde.

Me mira. Sin decir nada agarra el pitillo y se lo lleva a la boca.

- ¿Nos conocemos, joven? pregunta mirando al frente.

- En absoluto. Pero compartimos cuarenta grados. Eso nos hace iguales.

- Bah. Jovencito, lo que hace iguales a las personas es la pobreza.

Le confieso que escucho historias siempre que puedo porque alguna me puede servir para escribir. Me mira sonriendo.

- Cuenta la tuya, muchacho. Yo he vivido tanto que perdí los recuerdos hace mucho tiempo. La quise perder. Eso fue lo que pasó.

Comienza a contar. Su casa de siempre a la espalda de donde estamos, en lugar de automóviles carros, los niños jugando en la calle. La guerra, el hambre, la boda, la muerte de ella. Pero todo eso se perdió, lo extravió cuando agarró un puñado de tierra y lo arrojó sobre el ataúd. Ahora, la pensión que no llega, el tabaco de liar porque no hay para más

- No perdió nada. Lo quiso olvidar y no ha sido capaz ¿verdad?

- Nada sirvió. Es como no tenerlo.

Me levanto. Antes de irme le doy mi tabaco. No duda en guardarlo en el bolsillo de la camisa. Despedida.

- Se llamaba Eloisa, dice apretándome la mano.

Sabe que la escritura es el departamento de objetos perdidos.