El mejor cine de Woody Allen aglutina asuntos diversos. La relación entre hombre y mujer siendo pareja; el sexo, Dios y la religión; el psicoanálisis; la crítica mordaz a los intelectuales que hacen gala de serlo al usar frases redondas y el proceso creativo del narrador. Asuntos recurrentes, repetidos, vistos desde aquí o desde allí. Pueden llamarlo como quieran. Pero lo cierto es que el cine de Allen no sería lo mismo sin todo esto.
«Desmontando a Harry» es una comedia deliciosa y una de esas películas que gustan a cualquiera. Con Allen de protagonista, la trama se va llenando de personajes episódicos que representan la realidad en la obra de Harry (escritor que triunfa con un best seller y cuenta la historia íntima de todo su entorno). Y esa trama lleva a desmontar la estructura de la ficción para ordenar la de la propia realidad. Es decir, se desmonta una novela y aparece el autor; se desmonta lo ficticio y aparece lo real. Porque, al fin y al cabo, todo es la misma cosa. Eso es lo que trata de explicar Allen en su película.
El guion es extraordinario, está lleno de frases con chispa que indagan en territorios difíciles que se hacen más transitables desde la ironía y el sarcasmo. Buscando en él, desmenuzando con cuidado el conjunto, apenas hay nada que pueda modificarse sin que el sentido cambie. Y cuando algo no puede cambiarse, cuando algo no permite variaciones si no es a costa de convertirse en otra cosa, es que es bueno. Y para dar lustre al libreto, Allen elige lo mejor entre lo mejor. Por la pantalla circulan Billy Cristal, Mariel Hemingway, Robin Williams, Demi Moore, Richard Benjamin o Kirstie Alley (entre otros). Logra un reparto compensado y generoso en sus pequeñas participaciones. Todos saben que están allí para que otro personaje vaya apareciendo en plenitud, a la luz de todos.