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Actualizado: 11 ene 2021 / 17:12 h.
  • Audrey Hepburn.
    Audrey Hepburn.

Ingrid Bergman: siempre verdadera

Cuando Ingrid Bergman le pide a Sam que toque de nuevo «As time goes by» en «Casablanca», cuando se despide de Rick o cuando le mira a Gary Cooper en «Por quién doblan las campanas», resplandece con una luz que parece proceder de su interior. Era infinitamente más auténtica y cercana que su compatriota, la Divina Garbo y creo que fue con diferencia la mejor heroína de Hitchcock. Colaboró con él en una obra maestra («Encadenados», «Notorious»), en una buena película ( «Recuerda», «Spellbound») y en una mediocre («Atormentada», «Under Capricorn»). En la primera, interpretó el papel de la germano-americana Alicia Hubermann, hija de un hombre condenado por traicionar a EE.UU durante la segunda guerra mundial. Ahoga sus penas en alcohol y hombres hasta que un agente de la CIA, Devlin (Cary Grant), le convence para prestar un servicio a la patria: descubrir los planes de una célula nazi en Brasil. Para ello debe seducir al cabecilla, Alexander Sebastian, un Claude Rains inmenso (pese a su metro y medio). La entrega de Alicia por la causa le lleva al extremo de sacrificarse casándose con Sebastian, pese a que está enamorada hasta el tuétano de Devlin.

Diez grandes actrices en diez grandes escenas

Mi secuencia favorita es la emocionante fiesta que se celebra en la casa de los recién casados, a la que asiste Devlin como un invitado más. Ingrid y Cary pretenden descubrir el misterio que ocultan los nazis en los sótanos de la mansión. Desde el plano en que apreciamos la llave de la bodega en la nerviosa mano de la Bergman, hasta el inquietante momento en que ella y Devlin están a punto de ser descubiertos por el desconfiado marido, no hay un instante de sosiego para el espectador. Es una de las secuencias de más puro suspense de la filmografía del que fuera mago del género.

Diez grandes actrices en diez grandes escenas

Bette Davis o el talento en estado puro

De algunos intérpretes se dice que su mirada traspasaba la pantalla, pero en el caso de Bette Davis, tal afirmación no se queda en metáfora. Aunque normalmente, los ojos saltones no son objeto de admiración, los de la Davis merecieron incluso una canción de Kim Carnes que hizo época.

Nos emocionaba cuando sufría en «La extraña pasajera» («Now Voyager»), o «La solterona» («The old maid»). Nos estremecía cuando era retorcida en «Servidumbre humana» («Of human bondage») o «Jezabel». Pero su mejor papel fue el de Margo Channing en «Eva al desnudo» («All about Eve»). Su encarnación de la diva del teatro atemorizada por el paso de los años, que es víctima de las maquinaciones de su ayudante Eva (Anne Baxter) para quitarle el puesto en las tablas y en el corazón del joven director de escena personificado por Gary Merrill, es excepcional. Fue probablemente la vez en que más se aproximó un personaje a la verdad de la Davis: talento a raudales, descarado egocentrismo y lengua acerada que ocultaba sus inseguridades. A lo largo de la secuencia de la cena que Margo organiza en su casa en honor de su joven galán, se concentran las escenas más logradas de la película. Así, nos atrapa el enfrentamiento de Margo con su amante al encontrarle embebido en una conversación con Eva, que acaba con la famosa advertencia de Margo a su pareja y amigos, tras beberse su Martini de un solo trago «¡Abróchense los cinturones! ¡Esta va a ser una noche movida!».

Diez grandes actrices en diez grandes escenas

La desenvoltura de Barbra Stanwyck

Sus diálogos eran los más ágiles y no debemos atribuirles todo el mérito a los guionistas. Simplemente, el sentido del ritmo de Barbra era impecable. Al igual que Bette, era muy convincente como malvada (¿acaso no nos heló la sangre en «Perdición» («Double indemnity»)?), muy conmovedora como mujer sacrificada (¿acaso no nos derritió el corazón con Stella Dallas?) y muy seductora como tramposa redimida por amor (¿acaso, etc?). Las dos películas en las que más he disfrutado de su talento único fueron la sensacional «Recuerdo de una noche» («Remember the night») y la supercalifragilística «Las tres noches de Eva» («The lady Eve»).

En esta última, interpretó a la pícara Jean, que junto con su padre se dedica a timar a los pasajeros de un crucero de lujo. Su nuevo objetivo es el multimillonario heredero y científico encarnado por un Henry Fonda muy apuesto y muy bobalicón. La película está plagada de escenas estelares, pero en la que destaca más el arte de la Stanwyck es aquella en que vigila con disimulo por el espejo de su polvera a Fonda y va describiendo con increíble gracia y absurda velocidad cómo todas las jóvenes casaderas del barco tratan infructuosamente de utilizar sus artimañas para seducirle. «Dios santo. Esa chica utilizó el truco del pañuelo caído. No se usaba desde Lily Langtry. Tendrá que recogerlo usted, señora..». Qué bárbaramente divertida, Barbra...

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La pasión de Elizabeth Taylor

Su quinto (y sexto...) marido, Richard Burton decía de ella que era una gran actriz de cine y sinceramente creo que podía serlo cuando el papel y el director lo propiciaban. Nos podía hacer llorar como Rebeca en «Ivanhoe» diciéndole al protagonista, que yace inconsciente «Porque yo te quiero Ivanhoe, con toda la fuerza de mi corazón solitario» o como Ángela Vickers despidiéndose de Montgomery Clift en «Un lugar en el sol» («Nos hemos pasado casi todo nuestro tiempo juntos diciéndonos adiós»). También sus escenas de amor con Marco Antonio (Richard Burton) en «Cleopatra» son maravillosas, pero mi momento favorito es como la apasionada Maggie, tratando de seducir a un inaccesible Paul Newman y echándole en cara que se siente tan frustrada por su frialdad como una gata en un tejado de zinc caliente, en la famosa adaptación del drama de Tennessee Williams.

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El encanto de Audrey Hepburn

Siempre me llamó la atención de ella el hecho de que, tras lucir una gran belleza en su juventud, sufrió un pronunciado declive en su madurez (esas patillas setenteras...), para recobrar en su vejez todo su atractivo, con aquella enorme sonrisa llena de encanto y bondad. Era una actriz sin método, puramente intuitiva, pero podía ser muy acertada en muchas de sus interpretaciones porque transmitía ciertas cualidades humanas que enriquecían a los personajes. Podía ser la perfecta ingenua como en «Sabrina», «Ariane» o «Vacaciones en Roma» («Roman Holiday») o compleja como la mujer frustrada, pero enamorada de un marido limitado en «Dos en la carretera» («Two for the road») o como la atormentada Hermana Lucas en «Historia de una monja» («The nun’s story»). En «Desayuno con diamantes» («Breakfast at Tifanny’s») hay una escena que siempre me hace sonreír cuando la vuelvo a ver porque me parece que capta toda su gentileza. Su vecino, el escritor interpretado por George Peppard llega a la fiesta de Holly y le regala un libro. La protagonista le manifiesta su gratitud con un expresivo «¡Qué bonito!» y coloca con naturalidad el libro... en medio de su biblioteca vacía...

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El exotismo de Gene Tierney

La trama de Laura, verdadera maravilla del cine negro y del cine a secas, gira en torno a la mujer del título, que ha sido supuestamente asesinada. Por ello, durante la primera mitad de la película, tanto el detective que investiga su muerte (Mark McPherson, interpretado por un taciturno y atractivo Dana Andrews) como los espectadores, le vamos conociendo a través de los relatos de sus seres más cercanos. Si nos parasemos a analizar las anécdotas relatadas por su mentor, su tía y su amante, nos daríamos cuenta de que las mismas no reflejan un personaje excesivamente interesante. La realidad es que quien fue capaz de dotar a Laura de enigma y capacidad de fascinación fue Gene Tierney. Al igual que el teniente McPherson, desde el patio de butacas, nos sentimos desesperados de que la protagonista haya fallecido. Por eso de los momentos más felices que he vivido en el cine es la escena en que Laura entra llena de vida en su salón, ante los atónitos ojos del enamorado policía.

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Katherine Hepburn: la arrogante de buen corazón

Fue una mujer adelantada a su tiempo en muchos aspectos, aunque algunos diálogos de sus películas supuestamente más modernas y su sumiso enamoramiento en la vida real de Spencer Tracy resulten decimonónicos. Era una actriz completa, convincente en el drama y en la comedia. Daba la impresión de ser un tanto estirada, pero cuando dejaba aflorar sus emociones, queríamos abrazarle. En «La reina de África» («The African Queen») es Rose, la misionera solterona y remilgada de un lugar perdido de África, que tras estallar la primera guerra mundial, le convence a Charlie (Humphrey Bogart), patrón de un barquito fluvial destartalado, para que utilicen el mismo como arma contra los alemanes. Su antagonismo inicial se va transformando en amor y ambos son tan entrañables que queremos entrar en la pantalla a ayudarles. Hay muchos momentos estupendos, pero hay uno en concreto divertidísimo. Charlie visita la misión y es invitado a tomar el té por Rose y su hermano, el reverendo. Durante el encuentro, al pobre Bogart no paran de sonarle las tripas y las caras de Katherine son un poema, especialmente cuando el invitado en lugar de actuar como si nada ocurriera, osa explicar que los ruidos obedecen a que está hambriento. Me troncho cada vez que la veo.

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El magnetismo de Rita Hayworth

Ver una entrevista del segundo marido de Rita, el genial Orson Welles siempre es una experiencia fascinante porque era totalmente libre en las opiniones que expresaba y un narrador fantástico. En una ocasión le escuché hablar de su ex mujer y me impresionó el respeto y el cariño que había en sus palabras y en su gesto. Desmentía la hipótesis que le atribuye crueldad por haberle convertido en una arpía rubia en «La dama de Shanghai» («The lady from Shanghai»).

No fue una gran actriz, pero su forma de bailar y su gestualidad eran pura armonía. No creo que sea empíricamente posible ser más bella que Gilda cuando aparece por primera vez en pantalla con un deslumbrante golpe de melena ante los atónitos ojos de Glenn Ford o bailando de forma absolutamente personal «Put the blame on mame» con su traje y sus largos guantes de satén negro. Esta última escena la he visto infinidad de veces y nunca me cansaré de hacerlo.

Diez grandes actrices en diez grandes escenas

La amabilidad de Deborah Kerr

Siempre se ha destacado su elegancia y distinción en un Hollywood lleno de mujeres voluptuosas. Pero además, transmitía una amable serenidad y verdadero respeto por los otros personajes. Muchas veces encarnó a mujeres que viven en castidad, voluntariamente (esas monjas maravillosas) o no (esas reprimidas interesantes). Por eso, fue muy sorprendente ver su faceta apasionada en esa verdadera maravilla que es «De aquí a la eternidad», («From here to eternity»). Su escena de amor prohibido en la playa con Burt Lancaster es de un romanticismo arrollador.

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La gracia de Claudette Colbert

Aunque hoy sea probablemente la menos recordada de esta lista, en la década de los 30 fue la estrella más refulgente de la Paramount y la actriz mejor pagada de Hollywood. Fue considerada una beldad en su momento, aunque su rostro ancho, su cuello corto y su boca de capullito de alhelí sean ajenos a los cánones actuales. Actriz caprichosa, exigía que se le fotografiase siempre desde el mismo lado del rostro, de forma que al otro se le conocía como «la cara oculta de la luna». Enervó con su actitud a más de uno (Noel Corward –siempre ingenioso- dijo de ella «Le retorcería el cuello...si lo tuviera...»).

Anécdotas aparte, fue una de las mejores cómicas que ha dado el séptimo arte, su simpatía era adictiva para el público y protagonizó verdaderas joyas. En «Sucedió una noche» («It happened one nigth», Frank Capra), compartió autobús, motel y Oscar a la mejor interpretación con Clark Gable. En «La octava mujer de Barba azul» («Bluebeard’s eigth wife»), se empeñó en reformar a un Gary Cooper promiscuo en matrimonios y, sobre todo, en la fabulosa «Medianoche» («Midnight»), fue la cazafortunas que recorrió un París nocturno con el único taxista simpático que haya habitado esa ciudad, Don Ameche. La Colbert estuvo desternillante, hilarante, descacharrante, etceterante... La secuencia en que él le lleva de local en local para ayudarle a conseguir trabajo y acaban cenando en un garito de taxistas es de antología. Como muestra, este diálogo: «Casi pesqué a un Lord». «¿Casi?». «Su familia se interpuso. Su madre vino a mi hotel y trató de sobornarme». «¡Le echarías a empujones!». «¿Cómo iba a hacerlo... con mis manos llenas de dinero?»

Sé que faltan otras grandes actrices y que no aparece nadie posterior al cine de los sesenta, pero reconozcámoslo, estas diez mujeres rompieron el molde.