«Porque una ciudad es algo más que tierra. Desde el cielo todo lo veo. Han definido mi esencia marcando límites. Son territoriales. Creen que me poseen. No todos llaman mi atención. Solo algunos...». Así arranca «La ciudad bajo la luna», el nuevo trabajo de la periodista y escritora Nerea Riesco, en la que se dan cita la Sevilla de la Exposición Iberoamericana del 29, el Nueva York de la Ley Seca, La Habana de comienzos del siglo XX y la Francia de la Gran Guerra, salpimentadas con buenas dosis de suspense y con una historia de amor como telón de fondo. Y es que la novela, publicada por la editorial Algaida, amén de recrear de manera fiel cuatro ciudades y cuatro tiempos, atrapa al lector desde la primera página merced a su atractiva trama y su galería de personajes. Hablamos con su autora en puertas de la presentación del libro, que tendrá lugar este viernes 29 de abril, a las 19 horas, en el Ateneo de Sevilla.
Lo primero que llama la atención de «La ciudad bajo la luna» es su preciosa cubierta, obra del diseñador Agustín Escudero. Háblanos de ella.
Hay algo que me gusta hacer cuando estoy en proceso de escribir de la novela, pero no estoy escribiendo (risas). Me relaja pensar en cómo será físicamente una vez publicada. Parece una tontería pero, sujetar en tu mente la imagen de algo que todavía no es tangible, lo hace real y resulta más sencillo ir a su encuentro. En el caso de «La ciudad bajo la luna» tenía claro que quería que fuese una portada muy esquemática: la silueta de una elegante mujer, vestida de negro, recortándose contra un fondo del mismo color. Que se viera únicamente su piel. Y Agustín Escudero ha logrado captar esa idea a la perfección.
Una vez sumergidos en las páginas de la novela, nos encontramos con la primera sorpresa. ¿Cómo se te ocurrió utilizar a Sevilla como narradora?
Me lo susurró Manuel Chaves Nogales mientras leía su obra «La ciudad». Uno de los personajes principales de mi novela, el periodista Gonzalo Aguilar, también está inspirado en él. Hasta el título es una variación del suyo. La personalidad que le imprimo a la Sevilla que narra «La ciudad bajo la luna» nace leyendo al magistral Chaves Nogales.
De los múltiples personajes que recorren el libro, hay uno que nos atrapa de una manera especial. Me estoy refiriendo al capitán Adrien Chevalier, héroe de la Gran Guerra. ¿Cuál es la razón de que eligieses a un militar francés como protagonista masculino?
Tenía ganas de plasmar los estragos que causa una guerra en la mente de las personas. Daños que no pueden verse, pero que dejan el alma mordida. Adrien sufre TEPT y eso hace que no soporte el contacto físico con otras personas, que tenga ausencias, ideas suicidas, que padezca insomnio... pero en aquellos años ese trastorno no se reconocía como enfermedad y se consideraba cobardes a los que mostraban estos comportamientos. En la novela, cada vez que él actúa de una manera extraña, hay un pie de página que describe el síntoma.
Asimismo, «La ciudad bajo la luna» nos presenta al mencionado Gonzalo Aguilar, el contrapunto perfecto para Chevalier. ¿Cuánto hay de la Nerea Riesco periodista en este singular personaje?
Mucho. Fíjate que yo siempre digo que estudié periodismo porque no había una carrera reglada en la que licenciarse como escritora. Gonzalo crece escuchando flamenco en los cafés cantantes de la Sevilla de aquellos años. Tiene alma de copla. Al crecer comienza a trabajar en un periódico, pero sin olvidarse jamás de que lo suyo es la literatura.
En cuanto a las figuras femeninas, hay dos que sobresalen por encima del resto. Por un lado Belinda Miller, y por otro Cristina Palacios. Ambas pertenecen a mundos opuestos...
Y ambas envidian la vida de la otra. Belinda, famosa cantante de jazz en el Cotton Club de Nueva York, envidia que Cristina haya nacido en el seno de una familia que la ha cuidado y protegido desde pequeña. Y Cristina, que forma parte de la «buena sociedad» sevillana, envidia la libertad de Belinda, que la ha permitido perseguir sus sueños. ¿Acaso no hacemos eso a veces los humanos? Compararnos con otros y juzgarnos con severidad.
Este 2022 se cumplen treinta años de la Expo 92, un evento que revolucionó la ciudad y definió su futuro. En tu novela también se mencionan los avances que supuso para Sevilla otra Exposición, en este caso la Iberoamericana de 1929.
Es muy interesante investigar sobre la Sevilla anterior y posterior a la Exposición del 29. La ciudad que ahora conocemos es su herencia. Pero como suele suceder, hubo tiras y aflojas. Había gente en contra y a favor. Las obras destriparon la ciudad, echaron abajo edificios, abrieron calles... el fantasma del tráfico de influencias y de la prevaricación se insinuaba a diario en los periódicos. Había prensa a favor y en contra. Como ves, no hemos cambiado demasiado.
La documentación es uno de los grandes pilares sobre los que se asientan tus historias. ¿Hasta qué punto te ha costado seleccionar el material que has manejado durante la investigación previa?
Siempre es complicado eso. Tengo que ponerme límites porque durante el proceso de documentación tropiezo con datos tan curiosos que hacen volar mi imaginación. Y voy hilando, hilando... y puedo escribir mil páginas. Soy una especie de abuela Cebolleta con portátil. Y, ya ves, pese a ponerme límites, la novela tiene 544 páginas.