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Actualizado: 23 mar 2022 / 15:26 h.
  • Todas las fotografías de Javier del Real
    Todas las fotografías de Javier del Real

Vivimos tiempos agotadores. Las noticias llegan sin descanso y son todas malas; el entorno no deja de funcionar a una velocidad imposible de seguir sin tener que claudicar a medio camino; todo parece que se tiñe de hostilidad. Vivimos tiempos agotadores y no hay tregua, no se hacen prisioneros.

Mientras, las nubes en Madrid se convierten en nubarrones en solo unos minutos; las calles pasan del gris impuesto por el asfalto y el enlosado de cemento al lienzo lleno de pecas que dibujan las primeras gotas del chaparrón y, luego, al casi negro brillante que nace de la humedad. Las puertas del Teatro Real de Madrid van girando para que puedan pasar políticos, famosos, empresarios y aficionados anónimos. Dentro espera Prokófiev, acechando, buscando el lugar más cómodo para asaltar conciencias.

«El ángel de fuego» es una ópera intensa, agotadora. Parece escrita para tiempos como los actuales. Ay, si hubiera sabido Prokófiev que se estrenaría en España al mismo tiempo que su tierra natal se desangra sin remedio.

Prokóvief firmó la partitura y el libreto de esta excelente obra. La música intenta representar un estado de ánimo, una enfermedad mental, un mundo delirante y arrasado. Imaginen cómo es el resultado. Las zonas más áridas, más extrañas al oído que busca melodías conocidas y acogedoras, se mezclan con, precisamente, una música de exquisita factura, de una belleza inapelable. Representar una mente destrozada es misión casi imposible aunque Prokófiev lo logra con una partitura sólida y equilibrada. Es bueno tener en cuenta (para entender lo que hizo el compositor soviético que hoy sería Ucraniano sin más) que Prokóviev intenta dar protagonismo absoluto a la mente de los personajes, no importa tanto cómo son como lo que son. El punto de vista en todas las artes se colocaba ya en ese momento en el flujo de conciencia, en lo que hay en las cabezas y en cómo funcionan. Y hay que decir que Gustavo Gimeno, el director musical, ha entendido perfectamente las intenciones de Prokófiev y logra que la Orquesta Titular del Teatro Real se coloque a una altura excelente. El trabajo de Gimeno busca matices, tempos exactos y un sonido parecido a ese que provoca el delirio colectivo que se muestra en el escenario aunque, también, a esa maravilla que conocemos como vida. Gimeno intenta comprender a Prokófiev y lo consigue sin duda alguna.

«El ángel de fuego»: Las mentes agotadas según Prokófiev

El libreto soporta varias lecturas y no es tan malo como algunos dicen que es. Es complejo, es antipático, muy incómodo para el que no quiere ver en el mundo nada que no sea el sol brillando y el algodón de azúcar. Una de esas lecturas tendría que ver con lo mágico, con lo sobrenatural. Se queda muy corta. Un segundo nivel nos llevaría a la esquizofrenia, a lo que antes era histeria (cualquier enfermedad mental lo era si se trataba de una mujer la que lo padecía). Y una tercera capa de esa lectura nos lleva al interior de la mente de una persona torturada, de una mujer que sufrió abusos siendo niña, de una adulta incomprendida de la que siguen abusando. La mezcla de estas dos lecturas últimas es lo que vemos en la producción del Teatro Real en colaboración con la Opernhaus de Zúrich. Porque Calixto Bieito así lo ha querido. El director de escena nos deja ver el interior de la cabeza de la personaje principal al montar un decorado circular en movimiento compuesto por distintos espacios que se mezclan y se comunican, en los que vemos a los distintos compañeros de viaje de Renata. Tal y como hace la mente humana. Es muy interesante que Bieito nos muestre que la mente funciona como si estuviera compuesta por distintas franjas que están siempre presentes y a la vez. Si una persona intenta pensar algo, finalmente y en un corto espacio de tiempo, otra idea se mezcla (algo así). Y es muy curioso que el escenario se parezca tanto a las escenas finales de la película de Christopher Nolan, «Intersetellar», en las que se maneja la tesis de que todo pasa de forma infinita durante un tiempo infinito. En definitiva, la cabeza de una mujer es lo que vemos dibujada sobre el escenario y el resultado es una maravilla.

«El ángel de fuego»: Las mentes agotadas según Prokófiev

Ausrine Stundyte es Renata. La soprano lituana se da una paliza de miedo durante las algo más de dos horas de representación. Canta, sube y baja escaleras, se pelea con otros personajes mientras canta, despliega un arco dramático muy amplio... y lo hace todo bien. Si bien es cierto que comenzó con algunos problemas menores de afinación (los estrenos son traicioneros) su trabajo es estupendo. Leigh Melrose, barítono inglés, canta bien aunque el histrionismo le juega una mala pasada y se le ve algo rígido; no obstante está muy bien en líneas generales. Del resto del reparto (todos bien) quiero destacar al tenor ruso Dmitry Golovnin que afiló la voz y dominó los tonos más altos con mucha solvencia y un timbre precioso. Por su parte el coro del Teatro Real estuvo, sencillamente, magistral. Como siempre, vaya.

«El ángel de fuego» es una ópera extraordinaria. La producción que se presenta en el Teatro Real es extraordinaria. Y el mundo es un lugar extraordinario aunque lo queramos convertir es un estercolero. Por cierto, antes de comenzar la representación la Orquesta Titular del Teatro Real interpretó el himno nacional ucraniano y la emoción fue grande.