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Actualizado: 06 ago 2020 / 19:22 h.
  • ‘El resplandor’ es una de las obras maestras que firmó Stanley Kubrick. / El Correo
    ‘El resplandor’ es una de las obras maestras que firmó Stanley Kubrick. / El Correo

En el cine de Stanley Kubrick hay quien encuentra obras de arte en cada trabajo y quien cree estar frente a tostones sobrevalorados, se trate del título que se trate. Son muchos los que, al mismo tiempo, ven en las películas de Kubrick grandes mapas de cuestiones misteriosas, símbolos que hay que descifrar, películas que son una excusa para hablar de otras cosas ocultas. Lo cierto es que en la cinematografía de este director encontramos títulos incontestables como, por ejemplo, «El Resplandor» («The Shining», 1980), y otros que pudieran ser discutidos con cierta facilidad. «Lolita» (1962) y «La Chaqueta Metálica» («Full Metal Jacket», 1987) se encuentran en este último grupo.

«El Resplandor», «Lolita» y «La chaqueta metálica»: Cal y arena
‘El resplandor’ es la adaptación de la novela de Stephen King. / El Correo

«El Resplandor» es una de las películas más terroríficas de la historia del cine. El realizador norteamericano adaptó la novela de Stephen King alejándose del texto original e introduciendo mecanismos narrativos en el rodaje que distanciaban la película de lo que era el canon, el ideario colectivo implantado en ese momento. La oscuridad se convertía en una luz cegadora y los sobresaltos ni estaban ni se los esperaba. La distancia entre el espectador y el personaje, de pronto, era enorme; todo se veía más como algo horrible que no había que vivir a base de sustos aunque con un horror mucho más poderoso. Por otra parte, el bien y el mal no luchan entre sí. En esta película se deja bien clara una sola cosa: el mal existe y su potencia es descomunal, su permanencia en el tiempo absoluta y nada se puede hacer al respecto; cualquiera puede someterse a su cetro. Tanta claridad en el planteamiento y en cada secuencia se envuelve con una perturbadora banda sonora y un movimiento de cámara inquietante y perfeccionista. La fotografía de John Alcott es fabulosa. Por si era poco, Jack Nicholson deja una interpretación para la historia. Hay que decir que se encontraba en una fase de su vida de locura y pasada de revoluciones; estupenda para hacer un papel así.

Kubrick presenta el mal desde la perspectiva de la dualidad que hace del mundo lo que conocemos (las dos niñas asesinadas, la mujer joven y en estado de descomposición de la habitación 237, los dos protagonistas (el que llega y el que siempre estuvo allí), todo lo que es y se repetirá...), pero sin enfrentar opuestos. Lo que intenta Kubrick es enseñar el aspecto complementario de cada cosa respecto a sí misma. Así, el mal se maneja a su antojo.

Sin embargo, en el caso de «Lolita» y «La Chaqueta Metálica», las opiniones (bastante unánimes en el caso anterior) son muy diversas.

«El Resplandor», «Lolita» y «La chaqueta metálica»: Cal y arena
Una escena mítica de ‘Lolita’. / El Correo

Al que escribe le parece que «Lolita» es una gran película en la que se puede ver, entre otras cosas, una de las escenas de seducción más sutiles y bellas de la historia del cine (Lolita arrasa al maduro Humbert). Esto es así aunque entendería que alguien se desesperara ante la película de Kubrick. Algunas zonas expositivas se hacen excesivamente largas sin motivo o justificación aparente. Por otra parte, el asunto que se trata es especialmente delicado (no hay que olvidar que son muchos los que se acercan al arte cargados de prejuicios y de moralina), algunas escenas parecen desaprovechadas (la del campamento de señoritas es un claro ejemplo) y el aire literario excesivo se puede hacer pesado para el que busca más diversión que otra cosa. Pero la película de Kubrick (sin ser la mejor de las que rodó) es estupenda. La puesta en escena es impecable; la tensión narrativa (comenzando el relato por el final) no se pierde en ningún momento; las interpretaciones de James Mason, Shelley Winters y Peter Sellers son de altura; el dibujo que se hace de los personajes desde el primer momento es exacto y su evolución una muestra de talento insuperable (el aspecto camaleónico de Clare Quilty es fascinante, el patetismo que emana de la madre de Lolita sobrecogedor y el viaje desde la sensatez a lo más oscuro de la personalidad de Humbert inquietante y definitivo). Tal vez lo mejor del trabajo de Kubrick es una dirección actoral que permite al espectador encontrar la complementariedad de los personajes que ilumina de un lado a otro y afina el trazo del perfil de cada uno de ellos. Eso y una ironía que roba una sonrisa al espectador aunque con sabor amargo y cubierta de pena por lo que está sucediendo en la pantalla.

«El Resplandor», «Lolita» y «La chaqueta metálica»: Cal y arena
En ‘La chaqueta metálica’ Kubrick se coloca en la superficialidad para narrar. / El Correo

En «La Chaqueta Metálica», Kubrick abandona de alguna forma el tema central del relato para indagar desde la trama. Quiere narrar sin buscar tanto entre los símbolos. Se maneja entre lo superficial y con lo superficial. La idea central es simple: el hombre ha creado una máquina de matar que llamamos guerra, y no hay escapatoria para nadie dentro de un conflicto armado porque la parte más animal y salvaje del individuo es la que se impone.

Divide en dos partes la película. Una primera trata sobre la preparación de los jóvenes que se alistan para luchar en la guerra de Vietnam. En la segunda nos los colocan en el campo de batalla, vemos a través de sus ojos la carnicería que supone una guerra, cómo un hombre se convierte en un animal. Esa primera parte, resulta fascinante para un espectador no avisado. Todo se dice con rapidez, con una brutalidad impensable. Sin embargo, tomando distancia y con mirada crítica, algunos defectos son evidentes. Las metáforas de Kubrick son ramplonas y están algo manoseadas, la fuerza de los diálogos no es tal y el primer impacto obedece más a lo extraordinario de la puesta en escena y a la cámara de Kubrick que busca con astucia más lo gestual que lo verbal. Y, para rematar, las interpretaciones son bastante normalitas (es verdad que Lee Ermey interpreta al sargento instructor Hartman y está imponente, pero, por ejemplo, Matthew Modine no hace un gesto que se salga de la vulgaridad). En la segunda parte, el realizador escapa de la jungla a la que nos tenían acostumbrados. Lo que tenemos delante es la ciudad, los campamentos militares instalados en zonas sin grandes complicaciones naturales, motocicletas y ataques bastante cutres e imperfectos de unos y otros. Es más el mapa del miedo y de la idiotez lo que se plasma en la pantalla. Kubrick quiere que veamos a los soldados, a las personas que van caminando debajo de un casco (en la escena final cantando un tema infantil); quiere que comprobemos que la zona oscura del hombre es real y puede estar mezclada con la inocencia mientras dura esta última. Las escenas de acción están muy bien rodadas aunque la perfección de otras películas de este autor es mucho más abrumadora.

Stanley Kubrick era un verdadero talento del cine. Buscó la perfección en sus trabajos sin que él lo fuera. Y, en general, dejó una obra excelente. Su filmografía no puede dejar indiferente a nadie, todas sus películas funcionan como imanes de gran potencia, el ejercicio de inteligencia que supone ver una de sus películas es importante. Su obra quedará como muestra de lo que debe ser cualquier manifestación artística: la construcción de un nuevo universo que explique nuestra realidad.