Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
Actualizado: 05 may 2022 / 17:14 h.
  •  La escritora María Zaragoza. / Fotografía Isabel Wagemann
    La escritora María Zaragoza. / Fotografía Isabel Wagemann

En el efervescente Madrid de los años treinta, Tina sueña con convertirse en bibliotecaria. Junto con su amiga Veva, se adentrará en un mundo de cabarets y clubs feministas, libros malditos y viejos fantasmas. Así descubrirán la Biblioteca Invisible, una antigua sociedad secreta que vela por los libros prohibidos.
Pronto Madrid se convierte en una ciudad sitiada, donde la cultura corre más peligro que nunca. En medio de una guerra que lo arrasa todo, Tina vivirá una historia de amor clandestina que marcará el resto de su existencia mientras trata de proteger los libros no sólo de los incendios y las bombas, sino también de la ignorancia y los saqueadores.
Este es, a grandes rasgos, el argumento de La biblioteca de fuego, la novela con la que la escritora María Zaragoza se ha alzado con el Premio Azorín de Novela —a la convocatoria de 2022 se han presentado 223 obras—; un sincero homenaje a quienes arriesgaron sus vidas para preservar el tesoro de nuestras bibliotecas. Hablamos con la autora nacida en Madrid, criada en Campo de Criptana y afincada en Sevilla.

Tras un prólogo que corta la respiración, La biblioteca de fuego arranca en mayo de 1930 y se prolonga hasta septiembre de 1939, unos años que marcaron la vida de los españoles durante todo el siglo XX. ¿Cómo afrontar un periodo histórico tan complejo en poco más de quinientas páginas y al mismo tiempo hacerlo atractivo para el lector actual?

Creo que al final toda novela histórica habla del tiempo que vive su autor. Por desgracia, tendemos a repetir las historias una y otra vez, no de manera idéntica, pero lo suficiente como para poder agarrarnos a los detalles y recrear el resto. Ha sido un arduo trabajo tener que aceptar que los derechos y las libertades que se adquieren en un momento dado pueden borrarse de un plumazo, a veces violentamente. Los primeros años treinta estuvieron llenos de esos avances y luego llegó la guerra.

Uno de los aciertos de la novela es que está narrada en primera persona, lo que permite conectar rápidamente con su protagonista. ¿Quién es Tina Vallejo?

Tina Vallejo es una chica bien de provincias que siempre ha querido ser bibliotecaria y, para su sorpresa, tiene permiso de su familia para estudiar en Madrid. Al principio no sabe nada, está llena de prejuicios e ideas preconcebidas, pero rápidamente conecta con ese mundo en constante evolución que encuentra de la mano de su amiga Veva. Eso hace que se termine convirtiendo en una persona ordinaria que toma decisiones extraordinarias.

Otro de los grandes personajes del libro es precisamente Genoveva Villar, por cierto el seudónimo que utilizaste para presentar el manuscrito al Premio Azorín...

Veva, o Genoveva Villar, es probablemente uno de los personajes que más me ha divertido crear. Es una de esas personas que son revolucionarias sin saberlo, que rompen moldes sólo siendo como son, sin ningún tipo de artificio. También es insegura y vulnerable, pero jamás lo parece a ojos de Tina, una amiga que quizá la idealiza.

Los primeros capítulos del libro son un recorrido por la vanguardia que se respiraba en el Madrid anterior a la guerra, un escenario por el que desfilan mujeres como María de Maeztu, María Teresa León o María Lejárraga, quienes, tras años en el olvido, hoy vuelven a resurgir gracias a novelas y documentales impulsados precisamente por mujeres.

No se puede decir que en los años treinta la mujer tuviera todo solucionado, pero sí que se consiguieron muchos derechos, como el derecho al voto o el divorcio. Cuando llegó el franquismo, todo eso desapareció como si nunca hubiera ocurrido, hasta el punto de que se anularon los divorcios que se habían concedido durante la República, de tal forma que las mujeres volvían a estar casadas con sus antiguos maridos. Y si una se había casado con un divorciado, pasaba a ser una adúltera, y sus hijos ilegítimos. No es de extrañar pues que las mujeres que hicieron algo para mejorar la situación de sus semejantes o que destacaron en lo intelectual fueran simplemente ignoradas durante años. Así es como se borra a las personas del relato. A menudo esas personas borradas son mujeres.

«En tiempos complicados, la cultura peligra»

Otros personajes reales que se mencionan en la novela son Zenobia Camprubí, Fernando Villalón y Luis Menéndez Pidal, aunque quedan eclipsados ante la fuerza arrolladora de Federico García Lorca. ¿Cómo se te ocurrió conectar al poeta granadino con la trama protagonizada por Tina?

Porque a Lorca le censuraron una obra de teatro y mi libro hablaba de libros censurados. Encontrar esa historia fue un hallazgo que no podía dejar pasar.

A partir de la página 252, el tono de la novela cambia radicalmente. El viaje nos traslada a julio de 1936, y la prosa se vuelve de arte mayor para narrar unos episodios en los que cuesta distinguir a los buenos de los malos. ¿Qué fue lo más difícil a la hora de abordarlos?

Lo más difícil fue transmitir la idea de que, en tiempos complicados, la cultura peligra y sólo unos pocos locos maravillosos se dedican a salvaguardarla. Locos maravillosos de los que nunca nos acordamos, ocupados en el relato bélico. No quería hacer una historia de guerra, sino de amor a la cultura. El reto era no dejarme arrasar por los datos que tenía, sino entresacar de ahí debajo la pasión de estos personajes que interpusieron sus cuerpos entre los libros y las balas.

Más allá de sus inolvidables personajes, la verdadera protagonista de la novela es la literatura, la «hermana pobre» de las Bellas Artes, que hay que proteger de una barbarie que no entiende de bandos. Aquí es cuando cobra más valor la Biblioteca Invisible...

Cuando cobra más valor la Biblioteca Invisible que me inventé, y la Junta de Salvamento del Tesoro que sí existió. El espíritu de la República estaba muy ligado a la cultura y en especial a los libros, que se consideraban un arma contra el fascismo. Sin embargo, hubo que hacer campañas de concienciación para que la gente furiosa entendiese que la cultura es de todos; hay que tener en cuenta que hablamos de una época con tasas de analfabetismo de casi la mitad de la población. La Junta de Salvamento del Tesoro salvaba a menudo las obras de arte y bibliotecas de su propia gente. Por otro lado, el bando fascista consideraba la cultura una amenaza. Su purga de bibliotecas no fue caótica, sino estudiada y ordenada con el fin último de construcción del relato. Considero que la ignorancia y el tener un plan prefijado son dos tipos bastante distintos de barbarie.

Resulta curioso que hasta la publicación de tu novela no hayamos tenido noticia de la labor realizada por esos hombres y mujeres que se jugaron el tipo para salvar la cultura en tiempos de guerra. ¿A qué crees que se debe?

La exposición del museo de El Prado, la de la Biblioteca Nacional y el documental sobre las cajas con el tesoro pusieron de relevancia a esos héroes anónimos de la cultura, y hay algunas historias que lo mencionan, como un capítulo maravilloso de El ministerio del tiempo, por ejemplo. Supongo que mi aproximación se centra en las bibliotecarias y archiveras porque fueron doblemente borradas, ya que lo fueron también como mujeres. En cualquier caso, terminada la guerra, el relato oficial fue que ese salvamento había sido en realidad un expolio, así que resulta natural que se hiciera todo lo posible por borrar a sus protagonistas, ya que sabían lo que de verdad habían hecho.

En cierto modo, tu historia recuerda a la de los Monuments Men, grupo aliado creado para proteger y recuperar el arte expoliado por los nazis, que cuenta incluso con una película dirigida por George Clooney. ¿Ves posible una adaptación de tu novela al cine o la televisión?

El cómo se realizó nuestro salvamento fue luego adaptado en guerras posteriores, así que el paralelismo es acertado. Creo que una adaptación siempre es posible y además es un regalo, ya que permite asomarse a la interpretación que los lectores han hecho del texto de forma muy gráfica. De momento yo espero que el libro guste; si lo otro llega, bienvenido será.

Por último, ¿qué sentiste cuando el presidente del jurado, Juan Eslava Galán, dijo que La biblioteca de fuego es «una de las mejores novelas de las 29 ediciones del Premio Azorín»?

Lo tenía al lado y me tocaba hablar después, no sé cómo fui capaz. Me emocioné muchísimo, pero al mismo tiempo debo reconocer que sentí alivio. Él es un experto en la época y tuvo esas generosas palabras para mi texto: el libro pasaba una gran prueba de fuego, nunca mejor dicho. Las llevaré siempre en el corazón, porque cada vez que me acuerdo me animan a seguir.