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Actualizado: 26 jul 2020 / 18:20 h.
  • Tom Cruise y Nicole Kidman en una escena de ‘Eyes wide shut’. / El Correo
    Tom Cruise y Nicole Kidman en una escena de ‘Eyes wide shut’. / El Correo

Alejándose de su habitual indagación en los géneros mas característicos del medio cinematográfico y con su brillantez técnica habitual, Stanley Kubrick adaptó con «Eyes Wide Shut» el freudiano «Relato soñado» de Arthur Schnitzler, trasladando la acción a un Nueva York de fin de siglo recreado fielmente en estudio para narrar el trayecto a los infiernos y posterior redención de su protagonista, Bill (Tom Cruise), a partir de un sencillo acontecimiento; la confesión por parte de su esposa, Alice (Nicole Kidman), de una fantasía con otro hombre, narrada intensamente en un monólogo que pulveriza con cada frase el contraplano espectral de su marido. La fantasía como soporte de la sexualidad y el sentimiento de castración derivado de ella serán el motor de una onírica ronda nocturna, tan fascinante visualmente como perturbadora en sus inconexos acontecimientos, con la que Bill intentará resarcirse de la catártica confesión buscando un encuentro carnal ilícito que lo lleva a adentrarse, casi infantilmente, en el sórdido paisaje de la ciudad y de su subconsciente.

Bill se encontrará en su trayecto con varias mujeres, todas ellas con el físico prototípico de su propia esposa y protagonistas tanto de un intento por restablecer su dañada masculinidad, como de un ansia por redescubrir la sexualidad femenina tras el desmoronamiento psíquico que ha significado percatarse de su errónea creencia en una mujer ideal convenientemente aséptica. Este homérico viaje lo conducirá en episodios cada vez mas bizarros hasta adentrarse en un surrealista ritual orgiástico, reflejo de una sexualidad excesiva, pero encriptada y hermética, que ejemplifica su propia dificultad para acceder y comprender el deseo de la mujer.

«Eyes wide shut»: Secretos (y fantasías) de un matrimonio
La máscara aparece como soporte fantasmático. / El Correo

La escenografía orquestada por Kubrick en este capítulo reduce el sudoroso realismo de la pornografía a una espasmódica y fría sucesión de cuerpos copulando aquí y allá. Si la ultima navidad del siglo XX justifica la atmósfera entre el sueño y la vigilia que inunda cada decorado de principio a fin del metraje, la mansión donde se reúnen estos libidinosos enmascarados de alta alcurnia estalla iconográficamente a través de una amalgama de símbolos e intensidad cromática. En la fantasía de Bill, estos personajes y este ostentoso lugar ocupan el lugar de sus propios deseos de satisfacción personal, es el espacio de idealización para el dominio sexual que acaba de perder frente a su esposa, en el que la posición económica y social permite gozar de la mujer como objeto y que solo finaliza con el sacrificio de una enigmática fémina cuya identidad permanece en suspenso y con la que protagonizará incluso un intimo momento necrófilo. En este final de trayecto la máscara aparece como soporte fantasmático, como falso (y por tanto verdadero) rostro que permite la satisfacción del deseo largamente reprimido y que, una vez mas, resultará insatisfecho al destaparse el engaño, forzando a inscribir la identidad real en el lugar de la fantasía. Un fracaso constatado por el nuevo relato soñado de Alice, en el que se muestra como protagonista de la orgiástica experiencia de la que su marido ha sido expulsado.

Tras este enigmático episodio Bill volverá, en un diurno y mucho mas realista periplo, a visitar los lugares que en tan fatídica experiencia llevaron a resquebrajar su identidad y a poner en peligro su relación conyugal. La nocturna elegancia y los sugerentes planos secuencia que mecían a nuestro protagonista en su periplo onírico ceden el protagonismo al frio y analítico relato de su trayecto redentor, que encauza a través de la búsqueda y el descubrimiento la recomposición de su matrimonio. Esta segunda parte del film es sin duda mas débil cinematográficamente y sin embargo resulta esencial para comprender, sobretodo en su maravilloso contrapunto final en una tienda de juguetes, un espacio para la inocencia en las antípodas del lujoso averno de disfraces y mascaras, la catarsis matrimonial necesaria para que Bill y Alice comiencen a restituir su relación, no a pesar, sino a partir de sus mutuas confesiones, mostrándonos quizás el final mas optimista, aunque necesariamente abierto, de la filmografía del director.

«Eyes wide shut» constituye un elegante ejercicio cinematográfico, tan acertado en su puesta en escena sugerente como en la elección de su pareja protagonista que no deja de contribuir al clima entre ficción y realidad. Un film que se abre con el cuerpo desnudo de Nicole Kidman ofreciéndose como objeto de deseo para el espectador y se cierra con las palabras de esta misma actriz incitando al acto sexual, lo que Kubrik nos muestra en todo el trayecto de uno a otro plano es una radiografía de nuestros impulsos inconscientes y nuestra necesidad inconfesable de acudir a la fantasía como piedra angular de la sexualidad, o lo que viene a ser lo mismo, de nuestra propia identidad.