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Actualizado: 01 jun 2023 / 15:34 h.
  • Misha Kiria (Don Geronio) y Alex Esposito (Selim). / Todas las fotografías de Javier del Real
    Misha Kiria (Don Geronio) y Alex Esposito (Selim). / Todas las fotografías de Javier del Real

Las nubes se agolpan en el cielo de Madrid y contribuyen a que la tan nombrada luz velazqueña caiga de forma irregular sobre los contornos de edificios y personas. La ciudad se mueve y el motor es, además de esa luz, el rumor de miles de personas que tratan de llegar a otro lugar cualquiera, que parecen estar escapando de una calle que lleve a una esquina más tranquila, a una plaza en la que el silencio repose sobre cada banco de madera.

En estos tiempos en los que la polarización social nos tiene atrapados en las trincheras ideológicas y envueltos en el barullo de lo inmediato, lo vacío y lo prescindible, conviene tener claro dónde se pueden encontrar los oasis que resisten año tras año. Uno de ellos es el que ofrece el agua necesaria, las plantas que guarecen, a las artes. Y debajo de una de las palmeras del lugar salvador se encuentra la ópera, el Teatro Real de Madrid y, durante unos días, un turco en Italia creado por Gioachino Rossini.

«Il Turco in Italia»: La inteligencia en escena

Humor delicioso, inteligencia a raudales, una música de enorme calidad, voces de primera y arcos dramáticos desarrollados con acierto y enorme expresividad, es lo que se encontrará el aficionado si acude a alguna de las representaciones que están programadas hasta el próximo 12 de junio. Pero vayamos por partes porque merece la pena.

Hemos visto decenas de ejemplos en los que la puesta de escena resulta fallida en un intento de ‘modernizar’ la escena vistiendo al personaje con tejanos o metiendo en la caja escénica muebles de Ikea. No se trata de incluir objetos modernos en la escena, el acierto está en entregar una versión de la obra que se ajuste al tiempo moderno, a una forma de entender el mundo que el espectador pueda asimilar de forma natural. «Il Turco in Italia», obra de Gioachino Rossini, en manos de Laurent Pelly se convierte en una obra que funciona con exactitud. Utiliza Pelly el foto romance italiano (en España se llamó fotonovela) como vehículo para desarrollar la trama y, así, da una vuelta de tuerca al libreto de Felice Romani para que los personajes de la obra sean personajes que se mueven en la ensoñación de la protagonista, una joven esposa aburrida de su marido (mayor, celoso y desconfiado). Ella misma llega a convertirse en un personaje más. De este modo, vamos viendo una historia que se hace verosímil cuando nos enredan en esa condición que tiene la ficción como cosa aceptada aunque sea una enorme mentira. El tránsito en el escenario es importante y son muchos los que van y vienen aunque no causa molestia puesto que el orden impera de principio a fin. Los elementos dispuestos sobre el escenario se mueven, generan espacios en los que la escena fluye sin problema alguno, la iluminación es casi quirúrgica si es necesario, el vestuario está diseñado con gracia y buen gusto y la dirección actoral resulta la gran baza ganadora. Destacan Paola Gardina (Zaida) y Misha Kiria (Don Geronio) que aciertan en cada gesto, en cada ademán y que despliegan un abanico de recursos apabullantes. El resto del elenco no está nada mal, pero estos dos intérpretes se mueven en la caja escénica a las mil maravillas. Además, Pelly logra efectos muy atractivos con las viñetas simuladas que van de poder dejar un vaso sobre la barra de un bar fotografiado a ser el mecanismo que nos arrastra a una elipsis. La inteligencia que despliega Pelly es de agradecer.

«Il Turco in Italia»: La inteligencia en escena

Giacomo Sagripanti, director musical (e interpretando el fortepiano), logra que la Orquesta Titular del Teatro Real de Madrid suene especialmente bien. Busca matices y es enérgico cuando toca (‘Nella testa ho un campanello’ al final del primer acto o en el divertido y chispeante ‘Devorar y callar’, son ejemplo de ello). Estuvo muy bien el maestro y así se lo reconoció el público (casi lleno en el Teatro, y muchas caras conocidas en las butacas).

Las voces están a la altura. Sin duda. Sara Blanch (Fiorilla) muy bien, controlando los agudos y asimilando el grado de exigencia para poder dosificarse. Ha mejorado mucho su técnica estos últimos años y demuestra estar a una altura más que considerable. Alex Esposito (Selim) es el que se encuentra en territorios más discretos. Saturó en el primer acto aunque fue de menos a más y terminó cantando bien, pero su voz pequeña no termina de ser la adecuada. Misha Kiria muy bien. Controlando el registro, excelente en la dicción, timbre robusto en la zona baja y muy agradable en la alta. Ni una pega se le puede poner. Edgardo Rocha (Don Narciso) y Florian Sempey (Poeta Prosdocimo) más que correctos. Y Paola Gardina sobresaliente no sólo por su registro vocal sino por su expresividad y gracia al actuar. El que escribe no podía quitarle ojo si estaba presente en el escenario.

La luz velazqueña ya no está al acabar la función. A cambio, Madrid se dibuja a la luz de unas farolas que parecen hacer juego con los oasis que tanta falta hacen en estos tiempos. Y, así, hasta la próxima cita.