No sé si es cosa mía, pero no ha terminado julio y ya me encuentro inmersa en el tedio estival colmado de inactividad, sopor y un recalentamiento general que cuece los sesos en el cráneo cual repollo.
Está todo parado, aletargado, en espera de que llegue septiembre, y así se posponen noticias, decisiones y planes. El correo electrónico está mudo; las redes sociales muertas de no ser por los selfies de playa o las panorámicas de montaña; la paquetería se ha reducido a las compras particulares para aprovechar unas rebajas de tres meses.
Agosto se va a hacer largo, me temo.
Que necesito yo de la sinergia producida por el movimiento constante de terceros para poder contaros cosillas, y sólo me llegan ecos.
Algunos nada agradables como el anuncio de ediciones El Transbordador de su cese de actividad. Creo que han sido siete años de aventura de este sello independiente que se ha atrevido con títulos muy majos como «El infierno y Texas», de Xavier B. Fernández, o «Miasis» de Mª Carmen Copete (¡Copete!). Me sorprende que ante el cierre de una editorial no se produzca el luto que aprecio cuando lo hace una librería. Supongo que en el caso de la librería pesa más el factor el humano, la historia de quién está tras el mostrador; la biografía del comercio de barrio; la puerta abierta al mundo de la cultura que desaparece... La editorial resulta más impersonal y su drama es anónimo porque pensamos en una empresa , el logo no nos deja ver las caras que lo hacen funcionar y tampoco nos percatamos de que un catálogo lo conforman libros y autores que se quedan huérfanos cuando un editor decide que ya ha perdido suficiente dinero y tiempo.
Pero lo que lleva a bajar los brazos creo que es la pérdida de ilusión. Nadie se mete en el tema de la edición independiente sólo por motivaciones económicas, pero es innegable que se necesita una inversión para hacer que el barco avance. Lo que ocurre es que las ventas suelen ser tan irrisorias que lo único que se consigue en esa embarcación metafórica es achicar agua. Esto no deja de ser sorprendente cuando la última Feria del libro de Madrid ha anunciado ventas record, también pasó lo mismo en San Jordi. Esto me lleva a pensar que se nos trasmite de forma interesada un falso triunfalismo (lógico, nadie va a decir: “Hemos montado esto y no nos hemos comido una mierda”); o bien que la diferencia de divisiones en el tema de los libritos es tan importante como en el tema del futbol.
Existieron protestas (muy discretas) dirigidas a los eventos arriba mencionados de la falta de espacio y oportunidad que estos brindaban a pequeñas editoriales. Desde la organización se abdujo que el espacio era limitado y que por eso debía existir una criba en base a número de títulos publicados por año o límite de expositores que podían compartir casetas. Esto, la verdad, es que me parece bastante coherente y más cuando hay otras ferias más centradas en lo indie donde lo sellos más modestos no tienen que competir contra los grandes grupos y además cuentan con la fidelidad de su público lector. Un ejemplo de esto es el Festival Celsius 232 del que os hablé la semana pasada.
Respecto a estos eventos más recogiditos no puedo dejar de comentar algo que me ha llamado la atención y que comentaba hace unos días con Sonia Yáñez. Ocurrió que, hace menos de un mes, pasé por la Festa do Libros de Pontevedra, muy maja, acogedora y recoleta con una docena de tenderetes, hubo música en directo de Protois, parte del grupo Deninghures, (que estuvieron geniales) y me comí un helado de Ferrero Roché que estaba muy rico.
Pero eso no importa, lo que me sorprendió es no ver por allí una novela de la que me había hablado Sonia, «Los misterios de Selva», de Pardo Bazán comercializada por Guadalturia. Pensé yo que aquel era un escenario muy propio y adecuado (por el orgullo gallego que se respiraba) para ese título y no para los Posteguillo, Follet, Dicker, Han y demás que abarrotaban mesas y mostradores. Entiendo que los participantes, casi todos librerías locales, debían buscar una rentabilidad con la venta sin intermediario de los betsellers que tocan, pero no sé hasta qué punto les han salido rentables, a la hora de hacer caja, estos productos —que se pueden encontrar en cualquier gran superficie y gasolinera— y no el apostar por la exclusividad y cercanía de otras referencias.
Este es un pensamiento baladí y una experiencia muy personal, lo mismo llegué cuando ya se habían vendido todos los «O libro negro da lingua galega», de Callón para Xerais. No quiero yo que se interprete esto como una crítica a la festa de Pontevedra, sirva sólo como entradilla a otra de mis reflexiones de rubia total y que no es otra que la de: ¿No se estará pervirtiendo el espíritu de los saraos independientes?