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Actualizado: 08 ene 2023 / 13:33 h.
  • La Cara Oculta - Me voy a abrir un Onlyfans

Las redes sociales te permiten mantener contacto con personas a las que admiras y sigues desde hace décadas y que, antes, estaban fuera de tu alcance.

Me pasa con una consagradísima, de esas que tuvieron talento y suerte de no conocer la literatura de trinchera y guerrilla.

Nos escribimos poco, pero cuando lo hacemos, me gusta pensar que dedicamos algo de cariño al asunto. El diálogo queda bien, me recuerda a esos diarios de correspondencias que ya nadie trabaja y que sólo un loco editaría con fines comerciales.

No se lleva ya lo epistolar al estilo «Lady Susan».

Se me lamenta esta nena en su última sobre el estado cultural de nuestro país. Lo entiendo, intuyo que quiere decir aunque lo calle.

Es frustrante ver que, dentro de lo vacuo e improductivo que es de por sí el asunto, cualquier publicación en las citas RRSS que se centre en lo meramente estético tiene más repercusión que el anuncio de una nueva obra o la publicación de un texto.

Vale más una foto con modelito y diez minutos de edición que cualquier escrito, por trabajado que esté.

Los vídeos funciona algo mejor, aunque sean de webcam en baja resolución y temática absurda casi inteligible por el eco del micro.

Es sólo contenido para plataformas que se lucran de ese contenido y ofrecen poco a cambio.

Es material de consumo rápido, algo que permita entretenerse mientras se espera el autobús.

En los cursos para redactores digitales se insta a no sobrepasar las mil palabras en los artículos, pues esa es la cifra calculada para mantener la atención lectora de la audiencia.

Esto no vale en el momento en el que quieres desarrollar un argumento en condiciones.

Existe una pregunta recurrente en las charlas y presentaciones literarias que es la de “¿Para cuándo lo próximo?”.

Se exige una inmediatez, una continuidad ininterrumpida en la creación, un avanzar sin importar cuál sea el destino.

Tienes que demostrar que sigues publicando, que sigues en activo, porque si pasa un año sin sacar algo parece que has desaparecido, que estás muerta, fuera del mercado.

Mientras, debes bregar con la apatía del público, con el colegueo en las redacciones, los favores en los espacios de crítica, el peloteo en los despachos, oh y la imagen que proyectes. Esto último hay que cuidarlo mucho, sí, más bajo una condición femenina. Cualquier imbécil que no te ha leído ni una línea puede ahora escribir en tu perfil que le parece que tus fotos no son adecuadas para una escritora; o una niñata que no sabe lo que es una entrevista de trabajo aparecer para darte lecciones de cómo ser mujer y no morir en el intento desde su dilatada e intensa experiencia.

Siempre diré que aquellas que van a cara descubierta por el ciberespacio hacen alarde de un valor suicida.

Y poco productivo, porque la inmensa mayoría de quienes escribimos no movemos en ediciones de quinientos ejemplares; por eso cualquier autor se debe buscar la vida luego dando conferencias, clases o cursos. Si tienes suerte, serás parte de algún jurado; o te incluyen en la lista de expertos para que pases documentación y alguna frase cuando toque algún reportaje en prensa.

Ojo, la prensa sólo te va a llamar para eso, que los títulos llegan ahora con fecha de caducidad, ya no es sólo la comercial (la de quince días en mesa de novedades en librerías), es que cualquier publicación de crítica o reseña demanda novedades con la misma voracidad. Si no eres estreno del mes en la distribuidora, sólo puedes aspirar a aparecer en algún histórico de recopilación anual.

A todo esto, lidia con idiotas que te mandan muy altivos al correo de manuscritos, luego ven que han metido la pata y cuando les dices que su oferta no te compensa ni hacerles factura, te sueltan el cuento la pena de: “Esto lo hacemos como actividad complementaria, con mucho trabajo e ilusión”. Lo de la arrogancia inicial lo omiten.

De paso te puedes tragar un par de entrevistas de youtubers que declaran sin vergüenza ninguna: “Nunca me había planteado escribir un libro, pero me llamaron desde la editorial Panceta y me dijeron que si tenía algo que contar. Me han ayudado mucho”. Negro literario al canto.

En ese momento te das cuenta que tu trabajo está al nivel de merchand para la industria, un “debe” y “no pagaré” del siete por ciento del P.V.P para tu editor, contenido de relleno para tu director, y que los lectores lo que quieren son portadas bonitas a poder ser con foto de los protas de la serie que han sacado de la novela.

Así que dices: “Vale, lo entiendo. Total, si yo me metí en esto porque no me admitían en la tuna universitaria”. Entonces un amigo te comenta que su mega agencia literaria ha preguntado por ti y, la verdad, es que no tienes ganas ninguna porque estás vienes agotada de literatura de trinchera y guerrilla.

Y que si aquellas que no cataron el barro ni la bayoneta, y que además tienen más suerte y mucho más talento que tú, se ven obligadas a estar de pose de modelito y tacón —para ser vista y no leída— tú, que pasas tres mierdas de falsos oropeles y de entrar en ese juego, no vas a ninguna parte.

Abres el chat y dedicas tiempo para escribir una carta que al menos sabes que alguien va a leer con respeto y algo de cariño.

Aunque este de modé y sólo interese a los locos.

Para todo lo demás, los likes, sacar algo de pasta, y la fama ridícula de Internet, me voy a abrir un Onlyfans.

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