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Actualizado: 23 dic 2022 / 19:08 h.
  • La Cara Oculta - Obra quemada

A veces hago de scout, de ojeadora en castellano. No confundir con scort, que es otra cosa. Esto no es un chiste, yo he caído en el equívoco en el transcurso de alguna tertulia, pero yo soy rubia y me puedo permitir ciertas licencias.

Me llegan trabajos de gente y, si veo que pueden encajar en algún sitio, hablo con alguien o remito a autor a una persona determinada.

No es en realidad trabajo de agente, ni siquiera es trabajo porque nadie me lo paga, en ocasiones ni siquiera me lo agradecen.

No será la primera vez que me entero, al curiosear en una librería, que ese contacto que propicié ha terminado por cuajar en algo con ISBN.

Por el contrario ocurre que se me nombra en los agradecimientos; se me manda un ejemplar dedicado; me escriben un gentil correo o un privado; o se me menciona en algún estado de red social.

Muy de vez en cuando, aparece algún loco y me dice que le cobre la tarifa de agente, pero que le mueva tal o cual cosa. Valoro la intención, pero nunca he cobrado por un linkeo o por unas líneas de presentación. Eso sería un fragante ejemplo de intrusismo en la labor de los profesionales que se dedican y viven de establecer una relación entre autores e editoriales.

Yo hay tres cosas que respeto mucho:

1- Una cata de tequila con posterior barra libre.

2- La capacidad de recuperación de los veinteañeros y las rozaduras consiguientes.

3- El trabajo de otras personas. Mucho más si el pan de su mesa depende de ello.

Por estas peculiaridades mías no me meto en el campo de agentes, gestores culturales o pasantes.

Tampoco estoy preparada para hacer bien esas labores. Una cosa es proponer una cita entre amigos y otra programar un Tinder.

Hay bastantes novelas (son sobre todo novelas) de las que terminan en mis manos que vienen rebotadas de pequeñas editoriales fallidas o de autoediciones de parca fortuna.

Alguna también cae desde sellos a los que se les presuponía cierta seriedad y que no supieron qué hacer con lo que habían comprado o que esperaban que los libritos se vendieran solos sin moverlos ni un poco.

A mí me ha pasado, tanto con material de encargo como con proyectos grandes, que se han truncado por un primer volumen mal comercializado. Un día os hablaré de «Tiempo de Héroes.

Sucede pues que me encuentro con historias a las que creo que se es debería dar una nueva oportunidad y que una editorial con ganas podría sacar partido. Total, hablamos de títulos que pasaron desapercibidos y que muchas veces no tuvieron más vida útil que la de una edición por vanidad, apta para decir: “He escrito un libro” y regalarlo a amistades y familiares.

Vamos, están prácticamente vírgenes a nivel de púbico y rentabilidad. Se podría considerar material inédito (por supuesto nadie se ha molestado en piratearlo). En todo caso, que existan dos ediciones en el mercado de una misma obra no es descabellado. Ahí están las docenas de presentaciones diferentes de los clásicos (que salen gratis en cuanto el tema de derechos, siempre venden algo y quedan chulos en el fondo editorial). También la convivencia (no siempre legal) en las librerías de ejemplares de un mismo libro cuyos derechos han pasado de una empresa a otra teniendo la primera aún ejemplares impresos que saldan en vez de destruirlos.

Mención aparte merecen las impresiones bajo demanda de la oferta digital, algunas tan poco difundidas que se convierten casi en ejemplares de coleccionista.

En definitiva; ¿Qué cifras de venta han alcanzado esos títulos?, ¿se pueden considerar semiusados, kilómetro 0, revisado y garantizados?

Las editoriales lo consideran como “obras quemadas”, no aptas para sus catálogos por haber sido ya estrenadas. La explicación más básica y recurrente es que ya han perdido parte de su venta de proximidad o inicial. Vamos, que los veinte que te pillaron tus compis de clase de «Mandingo, el Destructor» (fantasía épica para adultos) ya no le renta al sello para comprarte los derechos y meter el título en la distribuidora.

A ver, que no les rente.... no me queda claro cuando los adelantos que se pagan en este país a los junta letras del montón (que somos legión) son entre irrisorios y de mucha pena. Que el papel esté caro y que la distribuidora se lleve lo suyo no digo yo que no, pero todavía queda un margencito muy majo.

Por otro lado, existen muy diversos ejemplos de exitazos indies que han pasado a sellos editoriales grandes sin que estos se preocupen de si el texto era inédito o no. El Pingüino o el Planetoide han pensado: “Si esta nena vende todo esto por sí misma, nosotros, con empujara un poquito, podemos pillas cacho”.

Ya por último, señalar que si mañana cualquier selo pudiera publicar, no sé, algo de Pérez Reverte, sin tener que pelearse con contratos ni soltar una pasta, tampoco iban a acordarse de eso de la obra quemada.

Ocurre también que el tiempo pasa, despacito, pero pasa y que aunque los acuerdos escritos entre editor y autor suelen ser draconianos y favorables para el primero, llega un momento en que los derechos de explotación de la obra se cumplen. “Sí, hace ya diez años que sacamos «Pasión en el Jardín», aquella novela por la que me pagaste 300 euros y de la que nunca he visto regalías. Voy a moverla a ver si me la quiere La Cabrita Loca Cómics”.

Eso no suele gustar a los editores, por eso en los contratos (siempre de adhesión) se leen plazos de cesión de derechos que despiertan la carcajada sarcástica. No hablamos ya del lustro que antaño se estilaba, ahora veo yo “quince años”, “veinticinco años”, “y si se vende para traducir fuera, yo pillo”, “y si se adapta a algo, yo pillo también”. Ya os digo, todo por cuatrocientos euros, con sistema de liquidación opaco por competo y con problemas para cobrar.

Todo muy bonito y glamuroso. Lo bueno, según me comenta un amigo abogado, es que con este panorama, en un juicio todo iba a ir rápido por considerarse una relación pelín abusiva (otra cosa es que compense liarse en demandas).

Pero la intención de este suelto es la de incidir en eso de la obra quemada. Algunas editoriales comentan que no van a hacer una reedición de algo a menos que hayan pasado diez años desde su puesta a la venta, o quince, o siete y medio y tres días. Yo creo que lo dicen a voleo, por soltar una cifra. ¿Por qué diez años cuando el libro lleva nueve fuera de mercado?, ¿Por qué quince cuando todos los ejemplares pasaron de los almacenes de la distri directamente a la recicladora de papel?, ¿Por qué siete y medio y tres días; es que ha ganado o perdido calidad el texto en esos seis meses de diferencia, ¿es como el vino para lo bueno o los yogures para lo malo?

Todas estas preguntas tienen la misma respuesta: éxito. Que salga bien a nivel económico. Que dé panoja. Que Isabel Coixet anuncie: “Quiero hacer «Cipoto, el Destructor» en serie de Amazon Prime.”, o los de Capcom se empeñen en un «Pasión en el Jardín Evil» (al ser romántica existencialista steampunk, la adaptación es fácil).

Entonces ya no hay problema. Nadie se va a acordar de que solicitaste un EAN para tu ópera prima o que pagaste los servicios de una editorial de autopublicación.

El éxito, entendido como billetitos a repartir en toda los estamentos de la cadena, exonera a actrices porno y las convierte en intérpretes de trágica biografía; eleva obras frikis y hace que traspongan géneros; incluso encumbran pajas de marujas a costa de vampiros adolescentes brillantes en súper ventas y referentes de la educación sentimental de una generación (y lo malo es que otros vendrán que bueno te harán).

Pero en el mundo de los libritos (muy al contrario que en el de la música o el cine), la obra ya comercializada (mucho más si es autoeditada) pierde gran parte de su valor, igual que un coche, que por el mero hecho de matricularlo se devalúa.

Por todo lo hasta aquí expuesto, porque tengo novelas y sagas majas de conocidos en un cajón, porque me tiré dos años escribiendo junto a compañeros diez tomos que difícilmente verán la luz, os recomiendo, con toda humildad, que penséis mucho cómo y con quién publicáis.

El mercado editorial español no es pródigo en segundas oportunidades y, además de la decepción inicial, es que os arriesgáis a malograr vuestro trabajo.

¿Que el editor no tenía ni puta idea de lo que hacía?, ¿que una tonta que hacía vídeo reseñas y contaba con cinco mi seguidores te lo puso a parir porque un día le dijiste en Twitter que era tonta?, ¿qué la distribuidora no cumplió con la implantación?

No importa, ya puedes haber escrito «La divina comedia II, la Vengansa», que lo que vas a tener es obra quemada.

La Cara Oculta - Obra quemada

Cerramos el año en la próxima entrega de «La Cara Oculta», hasta entonces, Feliz Navidad, nenas y nenes.