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Actualizado: 06 feb 2023 / 16:24 h.
  • Fotografía de Pablo Lorente proporcionada por el teatro Español
    Fotografía de Pablo Lorente proporcionada por el teatro Español

La última versión de La importancia de llamarse Ernesto, estrenada el pasado mes de enero en el Teatro Español de Madrid, es un ejercicio original, estirando el género de la comedia teatral hasta transformar la célebre obra de Oscar Wilde en un pseudo-musical al que no se le notan las costuras.

Cuando el talento se mezcla con la innovación, es difícil que no salga un resultado redondo y flexible, idóneo para la audiencia heterogénea del siglo XXI. El humor de Ernesto es de una ironía muy británica adaptada al público español. El texto se transmite sin las afectaciones que encuentro demasiado a menudo en la reinterpretación de un texto anglosajón para nuestra audiencia.

Los cimientos de la obra, los primeros instantes, para mí son decisivos. Establecen el tono, y nos propulsan a tomar la decisión primordial: ¿nos dejamos engullir, en el mejor sentido de la palabra, por la ficción? En este caso, el busto disecado de un ciervo inerte nos recuerda nuestro deber de apagar los móviles. Ya nos han cazado. En seguida, se revela un decorado realista lleno de detalles, un salón londinense en el que Algernon y su sirviente están tocando el piano y la batería (no es una errata), à la Jeeves and Wooster 2.0.

Pronto, nos encontramos inmersos en el universo de sándwiches de pepino, pastas de té y sutiles estocadas intelectuales de la alta burguesía británica de la época. La trama se va desdoblando con una soltura sorprendente, y pasamos las páginas a la velocidad de un tren Victoria-Brighton, como si se tratase de nuestra novela favorita.

Los actores hacen un trabajo impecable, implicándose al máximo en cada segundo de la obra. Ninguno alcanza la expresión de fatiga que a veces asoma a la hora y media de ritmo frenético de una obra de tal intensidad. Cada gesto de un personaje ajeno es recibido, descifrado y devuelto al público con un tamiz de emociones que dan energía y sabor a la obra como un buen puñado de especias.

María Pujalte destaca como la tía de Algernon, una mujer de sociedad con ideas muy particulares que rozan el surrealismo. La dignidad que le aporta la edad al personaje se mezcla con una frescura que roba las risas del público. Sus decisiones mueven la trama, y como audiencia, nos sentimos en buenas manos, aunque a menudo, impredecibles.

También llama la atención Paula Jornet, que interpreta a la joven protegida del engañoso Ernesto, aportando ideas nuevas a su interpretación de una adolescente soñadora y atípica. Paula también compone; de hecho, es ella la que firma la música original de la obra, de un estilo a la vez cómico y elegante.

Si viajan a Madrid, vayan a ver esta reinterpretación rotunda de un clásico. Recomendada tanto para los amantes de la cultura como para cualquier aspirante a comediante que busque buenos pilares.