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Actualizado: 28 jul 2020 / 16:54 h.
  • Urdaibai, escenario de ‘El mentiroso’. / Fotografía Mikel Arrazola
    Urdaibai, escenario de ‘El mentiroso’. / Fotografía Mikel Arrazola

«Abro los ojos y ¿qué veo? Una cara. Dos ojos negros, fijos, sin brillo. Un hombre me mira, quieto, en el suelo. ¿Está muerto?».

De esta forma tan intrigante comienza El mentiroso (Ediciones B), la última novela de Mikel Santiago, uno de los mejores autores internacionales de thriller, que te atrapa desde la cubierta y no te suelta hasta los agradecimientos finales.

Tras irrumpir en las librerías con La última noche en Tremore Beach (2014), continuar la estela de éxito con El mal camino (2015), y elevar aún más el listón con El extraño verano de Tom Harvey (2017) y La isla de las últimas voces (2018), este quinto trabajo es la confirmación de que el escritor vasco es una de las sensaciones literarias de la década.

En esta ocasión, y a diferencia de las novelas anteriores, Santiago ambienta la trama en España, concretamente en Urdaibai (Vizcaya), un espacio natural extraordinario, que fuese declarado Reserva de la Biosfera en 1984, y que le permite reencontrarse con sus raíces mientras lo revela con acierto a los lectores —para un servidor, que conoce la zona, la descripción, aunque atinadísima, probablemente se queda corta—.

En la primera escena, el protagonista despierta en una fábrica abandonada junto al cadáver de un hombre desconocido y una piedra con restos de sangre. Cuando huye, decide tratar de reconstruir él mismo los hechos. Sin embargo, tiene un problema: no recuerda apenas nada de lo ocurrido en las últimas cuarenta y ocho horas. Y lo poco que sí sabe es mejor no contárselo a nadie.

Muerte a la vizcaína

Dicho protagonista es Álex Garaikoa, un jardinero de veintisiete años cuya vida cambia de la noche a la mañana tras este horripilante descubrimiento. A partir de ahí, El mentiroso pasa a ser una carrera contrarreloj donde el lector se convierte en cómplice del personaje —este narra la historia en primera persona—, y cuyo objetivo consiste en arrojar luz sobre lo sucedido. Durante ese periplo, conoceremos al abuelo de Álex —uno de los personajes mejor trazados de la novela—, a su novia Erin y la familia de esta, y a algunos de sus clientes y vecinos, los cuales forman parte del puzle propuesto por el escritor. Argumento con el que Mikel Santiago recupera el espíritu de El extraño verano de Tom Harvey (a nuestro juicio, una de sus mejores propuestas), donde la violencia y el terror explícito de sus primeras novelas dieron paso a un estilo más sutil y sofisticado, en la línea de los clásicos whodunit (¿Quién lo hizo?). Y si bien en aquel trabajo el autor nos desplazaba hasta el sur de Italia para participar de su juego cuasi policíaco, esta vez ha preferido echar el ancla en su tierra, el País Vasco, el cual posee rincones inimaginables que se ajustan como un guante a sus necesidades narrativas. Así, mientras acompaña al amnésico protagonista en su devenir por las páginas de El mentiroso, el lector recorrerá carreteras sinuosas y desbordantes de naturaleza, visitará pueblos como Bermeo y Gernika, reposará en caseríos con aroma a chimenea, y sufrirá las inclemencias de un tiempo especialmente adverso. Esta es una de las señas de identidad del creador de Portugalete, quien ya nos expuso a las tormentas irlandesas en Tremore Beach, y nos aisló en la frialdad escocesa de las últimas voces. Es decir, uno de sus recursos más brillantes es la recreación de las atmósferas, las cuales se convierten en parte de la trama como un personaje más; al igual que los guiños musicales, una de las pasiones de Santiago. En el caso que nos ocupa, los sones de Chet Baker se combinan a la perfección con los Rolling Stones, al igual que la metaliteratura se hace hueco de una forma ingeniosa, hasta convertirse en uno de los puntales del libro. Y es que lo mejor de la novela es, además de la construcción de un nuevo Macondo —Ilumbe puede convertirse en la futura Fjällbacka—, su capacidad para aglutinar ideas aparentemente opuestas —mentiras, en muchos casos—, hasta desembocar, a través de una estructura brillante, en un final sin fisuras. Un sortilegio a la altura de muy pocos que es de agradecer en los tiempos que corren, y que convierten a Santiago en uno de los escritores más infalibles de la actualidad.