A Natalia Marín, más conocida por Natalia la del Mechón, no le amenaza el tiempo, lo demuestra en su primer trabajo discográfico, «Atemporal». La voz de la cantaora del Barrio de la Macarena, ha viajado por el mundo con el deseo de llevar al flamenco hasta el lejano Oriente.
Nadie adivinaría, que Natalia, una mujer de oficina, se convertiría en una artista de enjundia. «En mi casa ser artista era un tabú. Hasta que mi hija no se hizo una mujer no me decidí a dar el paso. La peña Torres Macarena me ayudó muchísimo. Todas las semanas había un recital de grandes artistas. Los privilegiados éramos los jóvenes a los que la peña dejaba sentarnos gratis, en la primera fila, para que mamáramos de los grandes. ¿Quién me había permitido antes eso? Nadie». La peña de treinta y ocho años de antigüedad, de la que habla, ha sido cerrada, recientemente, por una denuncia vecinal, «ya ves, como si lo que allí se escuchara fuese una especie de terrorismo acústico».
¿Y por qué hiciste la maleta? «Mira, aquí los artistas, con el flamenco, malcomemos. Porque eternamente no dura una voz y más ahora que va ligada al físico. Antes, las fotografías de los mejores flamencos eran de gente mayor que tenían solera. Ahora predomina todo lo joven y no esperamos a que la tengan sino que de un joven se pasa a otro. Yo sigo adelante con mis viajes a Japón, por Europa, Marruecos, haciendo cursillos. Te tienes que buscar la vida por otro lao».
La cantaora entiende que los sentimientos son universales y comunicables, gracias al flamenco, «por qué me entienden en Japón, madre mía de mi arma, vaya un idioma diferente. Sin embargo, aunque no lo aparenten, ellos son muy sensibles y guardan todos sus sentimientos y con el flamenco los destapo. A mí se me planteó una gira con personas de confianza. Funcionó y llevo yendo y viniendo 15 años».
Natalia la del Mechón no se considera una artista cuadriculada pero se siente «encontrá» porque «cuando empecé había que ser pura y hoy veo cosas muy modernas, entonces, vamos a ver ¿quién tiene razón los de antes o los de ahora? Por eso no me he querido posicionar en ninguno de esos extremos. Me imagino que todo es música y me he aferrado a lo que me hace sentir. Tampoco creo que sea cuestión de gitanos o de payos. Me da muchísimo coraje clasificarme. Yo soy flamenca, ni soy paya ni soy gitana. Yo digo que soy una curranta del flamenco».
Me pregunto si los niños en Japón se crían ya, en el flamenco. «Sí (alargado). No es una costumbre que se haga en las casas pero como la cultura en Japón está muy bien financiada, sí es cierto que todos los espectáculos que se hacen en Japón se llenan. Entonces, en casa de esas personas que gustan del flamenco, sus niños lo escuchan. Hay muchísimas escuelas de baile, la guitarra es buenísima, también se está aprendiendo el cante, pero es algo muy difícil por su fonética y por su tono de voz. Allí academias de cante no hay. Aquellos que tienen ganas de aprender cante o se vienen a España o aprovechan que haya algún cantaor y toman clases. Ellos quieren contabilizar el cante igual que el compás con el zapato y el cante es más libre, ellos son muy buenos para aprender, pero el cante te tiene que salir del estómago, muchas veces, y del alma. Aunque se defienden. Pero hay cosas que no se pueden enseñar o se siente o no se siente».
¿Qué te has traído de allí? «Respeto. De hecho, yo me considero japoñola. Mucho de lo que yo soy, se lo debo a ellos porque los espectáculos que yo hago en Japón, y Dios quiera que siga haciendo, me han hecho madurar como persona y como artista. Yo no he visto más cuidado por el flamenco. Aquí eres una más, pero allí si hago una melodía que les estremezca, lo sienten como un regalo y ellos son de devolver los regalos».