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Actualizado: 07 ago 2020 / 19:40 h.
  • «No hay que juzgar un libro por su cubierta»

Laura Loire es una librera anticuaria que está a punto de cerrar la venta de un manuscrito del Inferno, de la Divina comedia de Dante, con el que espera salvar su negocio. En el momento de la operación, descubre que le han robado el valioso libro y que en su lugar hay una burda copia. Ella está convencida de que Pol, su exnovio, un ladrón de guante blanco, está implicado. Sin embargo, poco después descubre que este forma parte de la lista de pasajeros de un avión accidentado. Todo esto hace que tanto ella como Marcos, el anciano mentor de Pol en el mundo de la bibliofilia, recuerden al joven, exponiendo los pormenores de la difícil relación que mantuvieron la librera y el ladrón, mientras intentan averiguar qué ha sido del manuscrito. Cuando a cambio de la devolución del Inferno, un misterioso individuo le exige a Laura una libreta con anotaciones de Einstein —pieza que incluye un material sumamente delicado— todo se precipita hacia una resolución frenética y llena de sorpresas. Pero lo que nadie sabe es que el manuscrito desaparecido esconde a su vez un increíble secreto.

Este es, a grandes rasgos, el argumento de La librera y el ladrón, una de las apuestas más fuertes de la editorial Planeta en uno de los veranos más atípicos que se recuerdan. Su autor es Oliver Espinosa, abogado, economista y empresario barcelonés, cuya pasión por los libros ya se aprecia desde la sinopsis. No en vano, en esta su primera novela, el catalán nos sumerge en el fascinante mundo de los coleccionistas de libros, el cual va, en muchas ocasiones, ligado al mercado negro, algo también presente en la obra.

«No hay que juzgar un libro por su cubierta»

Con ecos de El club Dumas de Arturo Pérez-Reverte o El coleccionista de libros, de Charlie Lovett, La librera y el ladrón contiene, a priori, todos los ingredientes necesarios para conquistar a los devotos de la letra impresa. A saber, unos personajes carismáticos, una trama envolvente, unos escenarios inolvidables y un aroma a novela de aventuras que engancha. A esto hay que sumarle los guiños a Borges, el paseo por algunas de las bibliotecas más interesantes del mundo o el repertorio de curiosidades bibliófilas que bajo el lema «No hay que juzgar un libro por su cubierta» nos regala el autor: desde la creación de los códices iluminados a la fascinación por los palimpsestos, algo que, si bien no es inhabitual en la literatura divulgativa, sabe encontrar el punto de sazón idóneo en las páginas de esta obra. Aunque, si por algo destaca el trabajo de Espinosa es sin duda por el ramillete de recursos desplegados por Pol, su mejor creación. Un personaje al que conocemos ejerciendo hurtos prácticamente desde la infancia y que, pese a sus malas artes, sabe seducir al lector. Él es el verdadero demiurgo de un juego que, sin grandes artificios, nos arrastra a un submundo poco explorado que atrae y repele a partes iguales. Laura, la hermosa librera, representa su contrapunto ideal: la prudencia frente a la osadía, la reflexión ante la adrenalina, la sensibilidad junto a la audacia. Lo mismo que Marcos, tercera pieza del mecano, cuya experiencia como investigador y fervoroso de los libros antiguos sirve para completar la sugerente apuesta.

En resumen, La librera y el ladrón es un ejercicio ameno. Un page-turner que se agradece en tiempos de canícula, cuando la mente necesita un respiro y las horas avanzan sin contratiempos. Ahí es donde su lectura encuentra el nicho perfecto, pues entretiene a la vez que enseña, lleva de la mano sin gran complejidad y muestra la meta en tiempo y forma. A ello contribuyen sus capítulos cortos, sus poco más de trescientas páginas y el hecho de que su autor la haya concebido como una novela de acción. Si buscan más profundidad, mejor lean a Camus.