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Actualizado: 20 abr 2021 / 09:02 h.
  • Maria Bengtsson y Allan Clayton. / Javier del Real
    Maria Bengtsson y Allan Clayton. / Javier del Real

No se me ocurre algo más violento, incontrolable y peligroso que una tempestad en mitad del océano; solo se puede comparar con la que vivimos los seres humanos en nuestras propias bodegas, en nuestro interior. La conmoción que pueden provocar ambas es similar, ambas pueden ser definitivas. Y de esto va la ópera de Benjamin Britten que se estrenó ayer en el Teatro Real de Madrid, un estreno que llegaba después de sortear todo tipo de problemas por parte del personal del teatro. El SARS-CoV-2 sigue provocando problemas en todos los lugares del mundo aunque en el Teatro Real se empeñaron en ir por delante para seguir dando vida a la cultura y siguen empeñados en conseguirlo. No podremos agradecer nunca lo suficiente a estos profesionales lo que están haciendo por la ópera y, todo hay que decirlo, por todos nosotros.

La ópera de Britten es una delicia musical. Las arias o los conjuntos y coros se alternan con los recitados que Britten utiliza para que la acción avance y para construir un sistema narrativo que reúne su partitura y el libreto de Montagu Slater con gracia y enorme solvencia. Con esta obra, Britten creaba la ópera moderna inglesa y era capaz de incorporarla al repertorio internacional. Todo el material melódico se pone al servicio de los personajes y de la construcción de un lenguaje musical que se mueve entre lo tradicional y lo moderno.

Britten enfrenta una serie de asuntos que dan profundidad a su obra y la convierte en una reflexión de enorme calado. Por un lado, el personaje principal, Peter Grimes, aparece como el reflejo inverso de una sociedad cicatera con el afecto, criticona, superficial e intransigente; de una sociedad que solo es capaz de echar un vistazo a la superficie de las cosas y siempre equivoca el juicio. Grimes es solitario, desequilibrado, bondadoso aunque malencarado. Aunque es sobre todo una víctima a la que apartan y no perdonan. Por otra parte, el mar de Britten se convierte en un personaje más. A diferencia de otros compositores que vieron en el mar un elemento lleno de belleza y calma y poesía; Britten describe el mar que le toca vivir: gris, violento, turbio y amenazante. También, poético o bello. Britten suma elementos para conseguir un conjunto deslumbrante en cada arista. Y ese mar es un personaje más porque los que viven junto a Grimes no quieren relacionarse con algo que les puede provocar desdichas o problemas. Rechazan al mar como rechazan a Grimes. Maravillosa partitura y maravilloso libreto.

La producción que se estrenó en el Teatro Real es una coproducción con la Royal Opera House de Londres, la Opera national de parís y el Teatro dell’Opera de Roma. Deborah Warner es la directora de escena y logra un trabajo que, sin grandes alharacas, atina señalando el cogollo de lo que cuenta Britten. Mueve a un inmenso número de personas por las tablas con orden, sin demasiado ruido o alboroto y sin que parezca que aquello es una excusa para tener a los cantantes en su sitio. Cada metro ocupado tiene sentido. Los guiños a los clásicos es muy evidente. Por ejemplo, logra que el punto de fuga se encuentre en el lugar exacto en el que los personajes caminan hacia el mar y entran en él. Los clásicos siempre evocaban la muerte con esa entrada en la inmensidad. La señora Warner saca petróleo de los cantantes y logra que desplieguen un arco dramático extenso e intenso.

«Peter Grimes»: La tormenta perfecta
Allan Clayton (Peter Grimes). / Javier del Real

El director musical, Ivor Bolton, se muestra decidido desde el principio y, aliviando los tempos con delicadeza, lleva a la Orquesta Titular del Teatro Real, por esas sendas en las que los músicos lo dan todo al interpretar. Muy bien, Bolton.

El barítono Christopher Purves gustó. Voz rotunda, cada nota en su sitio y un control perfecto en las zonas más altas del registro. La soprano sueca, Maria Bengtsson, cumplió y, si bien es cierto que tampoco deslumbró, no se le puede poner una sola pega a su actuación. El tenor Allan Clayton estuvo muy bien, tanto en su faceta vocal como interpretativa. Bien de técnica, entendiendo a la perfección a su personaje y con un color de voz muy agradable. El coro estupendo a pesar de cantar con mascarillas.

En un par de momentos, vemos a un bailarín aéreo simulando una muerte en el mar; y resulta evocador, de belleza aplastante, como era la música de Britten. Evocadora y no vanguardista o disfrazada de falsa modernidad. Una tormenta perfecta en el océano musical.

Al salir del Teatro Real, la primavera que ya se ha instalado en Madrid hace pensar en una noche tranquila. Pero los que acabamos de asistir al espectáculo sabemos que la tempestad la llevamos dentro y eso hace que la vida sea otra cosa.