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Actualizado: 29 jul 2022 / 20:55 h.
  • Raymond Carver.
    Raymond Carver.

Quien me conoce sabe que siento una enorme debilidad por la literatura de Raymond Carver. Siempre me impresiona la facilidad que tiene para decir al lector lo tremendo que es el mundo, sin pedir permiso antes, sin una sola concesión. Te encuentras ante el mundo según Carver. Si te falta valor puedes leer novela rosa o cerrar los ojos, incluso puedes creer que eres diferente a los personajes que dibuja. Pero si le das la mano y continúas el camino que traza estás perdido.

Releo su poemario “Bajo una luz marina”. Un poema que introduce desde unos versos de Spender: “Porque el mundo es el mundo / y no escribe historias / que terminan en amor.”

No soy el hombre que ella pretende. Pero

esto es totalmente verdad: el pasado está

distante, es una costa que se aleja, y

todos estamos en el mismo barco,

un cañamazo de lluvia sobre las sendas del mar.

Con todo, ¡querría que no siguiera

diciendo esas cosas de mí!

Durante la larga singladura

nada excepto la esperanza permite seguir, luego

hasta eso afloja su presa.

No hay suficiente de nada,

mientras vivimos. Pero a intervalos

aparece una dulzura y, si se le da la oportunidad,

prevalece. Es cierto que ahora soy feliz.

Y sería estupendo que ella

consiguiera contener la lengua. Dejar

de odiarme porque soy feliz.

Echándome la culpa de su vida. Me temo

que en su mente estoy mezclado

con otra persona. Un joven

sin carácter, viviendo de sueños,

que juró que la querría siempre.

El que le dio un anillo, y un brazalete.

Que decían: Ven conmigo. Confía en mí.

Cosas de ese tipo. Yo no soy ese hombre.

Ella me confundió, como dije,

con otra persona.

Me apetece reflexionar para escapar de esta tela de araña.

Nos anclamos a lo que fuimos, ellos y nosotros, a lo hecho aunque fuera sin otra intención que la de sobrevivir, a un pasado que creemos igual para todos porque necesitamos compartir el rastro oscuro, a la promesa que seguimos guardando entre los viejos apuntes. Queremos ser lo mismo que nos gustó, que los demás sean idénticos a lo que fueron aquel día en el que nos abrieron la puerta de un mundo único y exclusivo.

El mundo cambia. Y el mundo somos nosotros. Tratamos de meter los recuerdos en una urna para que se mantengan como hubiéramos deseado que fuesen. Pero los recuerdos no somos nosotros. Ni otros.

Nos quedamos atrás. Con el pensamiento fatigado. Sin remedio.

Aunque existe una posibilidad entre un billón. En esa quiero creer. Puede que una mañana nos levantemos y recordemos lo que fuimos. Sólo así podemos ser la misma cosa. Mundo, recuerdo, lo que quisiste ver ese día. Sólo así el mundo puede escribir historias que terminen en amor.

Un buen poema, una tela rota, un buen mundo hasta el que dejarse llevar.