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Actualizado: 27 sep 2022 / 17:53 h.
  • Somos lo que sumamos desde antes de nacer

Somos lo que acumulamos desde que nacemos. La primera caricia de nuestra madre marca la vida inevitablemente y arrastramos cualquier detalle desde el comienzo, desde ese primer contacto con el oxígeno que arde en los pulmones. Ese es el primer sumando de millones de ellos. Por eso, porque todo lo que recibimos lo integramos, no podemos modificar nada de lo que forma parte de nuestra identidad. Si pudiéramos borrar algo del pasado dejaríamos de ser nosotros. Por supuesto, no podemos.

Lo mismo ocurre con los personajes de novela. Ni siquiera la ficción permite que un pasado concreto haga llegar a un personaje al lugar equivocado. No podemos crear un personaje haciendo de él una suma de retazos inconexos. Y, del mismo modo que en la vida real, debemos pensar en el diseño de lo anterior porque necesitamos un futuro inmediato. No cualquier futuro sino el que corresponde. Por supuesto, digo esto alejado de un determinismo en el que no creo. El ser humano, a pesar de todo, se desarrolla gracias a su libre albedrío.

Si, por ejemplo, usted intenta pensar una vida distinta a la que ha tenido no lograría dar un paso en firme, se derrumbaría como un edificio mal construido. Estará pensando en otra persona y no en otra vida. Todos quisiéramos poder borrar algo de lo ocurrido (por pequeño que sea). De hecho maquillamos parte de nuestro pasado con cosméticos baratos (la mentira, la negación o cosas así). Todos nos marcamos objetivos al principio que no alcanzamos, que ni siquiera rozamos. A todos nos ha jugado una mala pasada el destino o una decisión equivocada. Pero ninguno logra ser diferente eliminando sumandos. Ninguno. Sólo podemos añadir, amontonar experiencias para corregir eso que no nos gusta. Aunque el montón sea de estiércol.

Queremos modificar el pasado cuando lo que intentamos es tener un futuro más parecido a lo que un día imaginamos sin saberlo.

Pues en literatura pasa exactamente lo mismo. Colocamos a un personaje en una situación determinada. Deseamos crear una trama en la que el personaje evolucione. Pero para que eso ocurra no podemos imaginar cualquier pasado. No. Ese personaje funciona porque tiene alma y es deudor de un pasado. No del pasado sino de un pasado. Del que emana una creación literaria que tiende a ser única y exclusiva.

Un escritor no puede olvidar que existen unas reglas. No se trata de una ciencia. No se trata de un guión o manual que tenga que seguir al pie de la letra. Es mucho más sencillo. Hay que dar la mano al personaje, comer con él, caminar con él, sentir con él, intentar averiguar qué le pasó para entender las cosas de esa forma tan exclusiva. En esta vida no se puede andar con invenciones sobre lo que pase. Todo tiene un porqué, todo obedece a algo concreto. Incluso nuestra imaginación, nuestro afán por corregir una realidad, nuestro deseo de teñir lo que sucede. Lo difícil es saber dónde buscar. Eso forma parte de la literatura de peso. Cuando una buena trama no funciona, el problema aparece en el mismo lugar. Sin personaje no hay nada que hacer. Porque el personaje en literatura es su pasado y su presente. Como cualquiera que esté leyendo esto.