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Actualizado: 13 ene 2023 / 11:58 h.
  • «Son los muertos los que no caducan jamás»

Pocos escritores andaluces hablan (y escriben) tanto de literatura como Álvaro Romero Bernal. Y es que este periodista de titulación y docente de profesión nacido en Los Palacios y Villafranca en 1979 respira letras prácticamente a diario; ya sea impartiendo clases en un instituto de secundaria, escribiendo reportajes en este medio o creando cuentos, poemas y ensayos de los que no dejan indiferente. En esta ocasión, el autor de Pulpa de limón y El resplandor de las mariposas nos sorprende con Solo los muertos no caducan (Ediciones en Huida), una novela tan rotunda como inclasificable que acaba de llegar a las librerías precedida de un enorme éxito en su presentación. De hecho, el viernes 27 de enero repetirá puesta de largo en Los Palacios, y al día siguiente, sábado 28, hará lo propio en La Botica de Lectores de República Argentina (Sevilla).

Lo primero que llama la atención de tu novela es el título. Háblanos de él.

Ningún título de ninguna novela se me ha ocurrido antes de escribirla, que lo mismo es lo ideal, no sé. En periodismo es así. Pero en literatura es todo distinto, más pausado. También en esta ocasión se me ocurrió el título cuando ya llevaba más de la mitad de la novela escrita. Supongo que se me ocurrió no solo por Modesta, sino por Rafael y por tantos personajes como parece que están en la otra vida, o en otra vida, y sin embargo son los más útiles para el protagonista, incluso para la trama. Los muertos son, tanto en la novela como en la vida, los únicos que nunca caducan de verdad, al contrario de tantas cosas como nos parecen imprescindibles en esta vida y luego son humo, nada... Decir que los muertos no caducan es decir que la memoria tampoco, y mi literatura, en un porcentaje más alto de lo que el lector pueda sospechar, está hecha de memoria.

Otro detalle que salta a la vista es el Mercedes de la portada...

Bueno, lo que a mí me llamó la atención es que era un coche viejo, me dio igual la marca. Yo llevaba viendo ese coche desde hacía muchos años, aparcado en esa exacta posición sin que nadie lo hubiera movido de ahí, no sé, durante décadas... Y tengo que decir que antes de terminar de escribir la novela, con la que me he llevado tres años, ya tenía yo en la mente esa portada exactamente. Fui yo quien acompañó al fotógrafo, Francisco Amador, para señalarle el plano exacto. Las capas de la pared, con distintas texturas, desde la oscuridad del suelo, progresivamente, hasta la blanca cal de la pared superior, me pareció una metáfora preciosa del tiempo que pasa, dentro y fuera de la novela. Y ese coche aparentemente muerto pero que parece guiñarnos el ojo o el intermitente también me pareció que reflejaba el espíritu de toda la novela, porque además hay un coche así en el cenit del nudo...

El protagonista de Solo los muertos no caducan, un verdadero antihéroe, es tan original que se dedica a descuartizar cartones para sobrevivir. ¿Cómo se te ocurrió?

Alguna vez he visto a personas haciendo eso, y siempre he pensado que, por muy mala situación que atravesasen, valían mucho más que la tarea a la que parecían sometidos. También es cierto que mis otras dos novelas, Pulpa de limón y El resplandor de las mariposas, estaban protagonizadas por claros antihéroes. Desde El Lazarillo, un antihéroe es siempre mucho más literario que un héroe a estas alturas de la historia; conecta mucho más con cualquiera de nosotros que un supermán cualquiera, ¿no? Creé a ese personaje en esa estirpe de la picaresca contemporánea antes de que se me ocurriera conectarlo con las dos anteriores novelas, de modo que fue luego cuando me di cuenta de que podía estar cerrando una trilogía. Esa idea no la tuve hasta mucho después, incluso después de estar convencido de que el protagonista que lo narra todo en primera persona podía ser el hijo de los protagonistas de El resplandor de las mariposas y, por tanto, el nieto de aquella criada de Modesta que tan importante fue en Pulpa de limón. Sin pretenderlo demasiado, estaba cerrando el círculo perfecto de un territorio que es el nuestro, el del Bajo Guadalquivir, y de una saga bastarda que no surge del personaje de Modesta pero sí de su casa... Creo que el hecho de que Solo los muertos no caducan esté contada en primera persona le da una frescura nueva que está asombrando a muchos lectores, según me cuentan.

El libro está salpicado del realismo mágico que hizo inmortal a García Márquez, pero en lugar de la Casa Grande de Macondo tenemos el corral de la abuela Toti.

Bueno, sí. Y antes del corral de la abuela Toti, que es la abuela materna del protagonista, estuvo el corral primigenio de la abuela Modesta, que era la abuela de Marino Parejo en Pulpa de limón... Yo me he criado siempre con un corral cercano. Siempre hubo un corral en la casa de mi abuela y hasta en mi propia casa, antes que de mis padres lo refinaran convirtiéndolo en un patio con macetas. En los corrales de mi infancia pasaba de todo, y no me refiero a la acepción de corral de vecinos, por ejemplo, tal y como se entiende en la ciudad, sino a ese espacio indefinido del fondo de la casa que hace tanto tiempo sirvió para las bestias y que en tantos pueblos de aquí han terminado sirviendo para todo, desde desván al aire libre a pequeña granja doméstica en convivencia con una flora bella y silvestre para perfumar los postigos. Estos días me han dicho algunos lectores que encuentran en la novela una amplia gama de expresiones del habla andaluza que forman parte de mi universo literario, y yo creo que está bien reivindicar estas raíces que no salen en otros libros. Si los americanos lucen sus ranchos, ¿por qué nosotros no vamos a contar lo que sucede en nuestros corrales? Corremos el peligro de que todo esto se olvide con la gente viviendo en los pisos.

Aunque, para realismo mágico, el de Modesta, un fantasma que lo mismo cuenta chismes que da consejos de amor.

Claro, puede ser el personaje más mágico que aparece en esta y en las otras novelas. El personaje más original en el sentido de que está en el origen de todo. Ahora es un fantasma que se le aparece al protagonista, o más bien una especie de ángel de la guarda. Cuando me devolvieron las galeradas de la editorial, sus diálogos lo habían puesto en cursiva, como señalando que vive en otro mundo, y los dejé así, pero yo los escribí tan naturalmente que no se me ocurrió ningún cambio en la tipografía de la letra, porque realmente es un personaje rotundo y con mucho peso. Ese diálogo entre vivos y muertos, en todos los sentidos posibles, es fundamental en la novela.



¿Y qué me dices de Alfredo, el matón que contrata al protagonista para que oficie su boda; de Rafael, el viejo que vive junto a un cine abandonado; o la monja Ágata? Desde luego el reparto parece sacado de una película...

Más bien creo que las películas se sacan de estos personajes novelescos, ¿no? Y, a su vez, estos personajes salen de la realidad, por supuesto. En cualquier pueblo puede haber un matón de esos, como Alfredo, que tiene asustada a la gente, pero en realidad es un don nadie, un papafrita, un mandado, el último eslabón de una trama que en la novela funciona piramidalmente y de cuya cúspide nadie se entera. Yo estoy orgulloso de la sutilidad por mi parte en el tratamiento de la trama, no me refiero ahora a la trama del libro, sino a la trama de blanqueo de capitales sobre la que, muy en el fondo, trata toda la novela. El personaje de Rafael está inspirado, al menos en los primeros capítulos, en un vecino que vivía realmente dentro del último cine activo que hubo en mi pueblo y a quien yo llegué a conocer... La monja Ágata, por su parte, es de los personajes que más evolucionan en el libro, aunque al principio lo concebí como un personaje secundario... Es increíble cómo los personajes hacen lo que quieren con el autor. Ocurre algo así como con los hijos.

Otro de los personajes estrella de 'Solo los muertos no caducan' es Gema Wolf, la rubia nacida en Alemania que enloquece a los hombres con su 'cuerpo de leona encendida'...

Es otro personaje potente, sí. Pero no tanto porque enloquezca a los hombres, que también, como por la evolución a la que la someto. Evidentemente, la carga erótica que transmite juega un papel importantísimo en la deriva del protagonista.

Y una vez presentados los personajes, llega el coronavirus. ¿Hasta qué punto es esta novela hija de la pandemia?

Yo no diría tanto de la pandemia como de la realidad. Y como la pandemia ha sido tan real como tantas cosas aparentemente ficticias que terminan siendo reales, pues ahí está. Yo empecé la novela mucho antes de la pandemia. De hecho, en medio escribí y publiqué mi libro de relatos Déjate de cuentos (Ediciones Pangea), que tantas satisfacciones me sigue dando ahora que se prepara su cuarta edición. Pero me pilló la pandemia escribiéndola y creí que era una oportunidad histórica de incorporar algo tan aparentemente ficticio a una ficción tan real. Y así lo hice. Creo que encaja con toda naturalidad en el relato de un narrador que se toma su tiempo para explicarnos por qué nos está contando todo eso. Sin las circunstancias a que nos obligó el coronavirus, a lo mejor hubieran sido menos verosímiles las circunstancias del argumento de la novela, pero, una vez más, la realidad le dio un revolcón a la ficción.

«Son los muertos los que no caducan jamás»

El libro se divide en tres partes: 'Muertos', 'Purgatorio' y 'Vivos'. ¿Cómo surge esa estructura?

Pues como ocurre con el propio título, también ese tríptico se me ocurrió casi al final, cuando ya tenía la novela prácticamente terminada. Creo que es un acierto. Muchos lectores me están diciendo que han disfrutado muchísimo en la parte central. No sé cuándo se me ocurrió exactamente, pero supongo que fue cuando tomé realmente conciencia de que toda la novela jugaba con una alegoría de las Ánimas del Purgatorio, que tienen un papel tan importante también en el argumento. Y cuando volví a considerar que los muertos no lo eran tanto y que los vivos sí lo eran, pero en ese sentido peyorativo que le damos a la palabra ‘vivos’ en Andalucía, ¿no?

¿Cuánto de verdad contiene la obra, y cuánto de ficción has volcado en ella?

De verdad lo contiene todo. Lo que el lector no se crea, será por incapacidad imaginativa por su parte, o por ceguera en los tiempos que vivimos, qué sé yo... De ficción solo tiene la pura forma lírica a la que está sometida toda la prosa.