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Actualizado: 02 jul 2020 / 09:38 h.
  • ‘Bécquer, la vigilia del sueño’. / Fotografía Antonio Puente Mayor
    ‘Bécquer, la vigilia del sueño’. / Fotografía Antonio Puente Mayor

Bécquer nunca tuvo suerte. Al hecho de quedarse huérfano de padre y madre antes de la adolescencia, se sumó la suspensión de la actividad docente en San Telmo, la escuela donde el destino no quiso que se convirtiera en mareante. Luego le rompieron el corazón en la sevillana calle de Santa Clara, le machacaron el alma en la madrileña Justa, y lo casaron, casi sin darse cuenta, con una Casta que no hacía honor a su nombre. Y ni siquiera ahí se terminaron sus cuitas. En los años posteriores contraería enfermedades —la sífilis la traía prácticamente de serie—, asistiría a la cancelación de proyectos editoriales y cambiaría varias veces de domicilio, sin hallar jamás la paz. Tan triste fue su situación familiar, que las últimas horas de su vida hubo de vivirlas en una cama prestada.

Paradojas de la vida, aquel que amó con pasión a las mujeres equivocadas, que construyó leyendas con las que alimentar el estómago, y soñó versos para oxigenar el alma, hoy pervive en la memoria colectiva como un poeta de aspecto distinguido, mirada seductora y aire byroniano, al que su hermano mayor llegó a amar incluso más que a sí mismo, de ahí el imponente retrato. Pues ese, señoras y señores, fue el único amor —puro, sincero, fraternal— que le acompañó hasta el ocaso. El mismo que unió las letras con los pinceles y logró elevar un mito desde las cenizas de la desgracia. Por eso hoy reposan juntos. Por eso los recordamos y hacemos piña en los fastos de su aniversario —en 2020 se cumplen 150 años de la muerte de ambos—.

Sueña, Bécquer, sueña
Una escena del montaje. / Fotografía Antonio Puente Mayor

Año Bécquer

Pero ni esta vez ha tenido suerte Bécquer. Ya le costó regresar a Sevilla para ser inhumado en la Anunciación —la odisea la narró Marta Palenque en un libro publicado en 2011 que merece la pena revisitarse—; luego se construyó el Panteón de Sevillanos Ilustres y su tumba, fría como un témpano, quedó aislada del mundo por asuntos que no vienen al caso —solo puede visitarse los viernes por la tarde—. Y para colmo, el año que Pilar Alcalá, la incansable filóloga enamorada de su vida y su obra, había planeado un ramillete de actividades en su honor, va y nos lo estropea la dichosa pandemia.

Menos mal que Dios aprieta, pero no ahoga, y aquellos que suspiramos por un poquito de luz becqueriana hemos logrado otearla a través de una rendija. Por ejemplo con la iniciativa del ICAS por el Día del Libro —un servidor tuvo el honor de grabar un video-homenaje junto a Rogelio Reyes, Lourdes Páez, Antonio Zoido, así como las mencionadas Alcalá y Palenque—; con las Rimas reeditadas por la editorial Anantes —vienen envueltas en las mejores galas—; las conferencias online de la Fundación Cajasol —aún pueden disfrutarse en la red—; o las rutas teatralizadas de Engranajes Culturales —un soplo de aire fresco en el Parque de María Luisa—. Bálsamos con los que sanar las heridas culturales a los que ahora se suma un remedio eficaz en la Torre de Don Fadrique: «Bécquer, la vigilia del sueño». Espectáculo multimedia con el sello de Producciones Imperdibles, que servirá para levantar el ánimo de los becquerianistas, al tiempo que descubrirá, al público en general, el alumbramiento, epopeya y caída del escritor nacido en Sevilla y de fama universal.

José María Roca, el creador del proyecto, no está aquí por casualidad. Su idilio con la lírica y las quimeras del poeta se remonta tiempo atrás, cuando el ciclo de personajes históricos que jalonaba los veranos hispalenses recaló en la facultad de Bellas Artes. Corría el año 2009, y en aquella ocasión el espectáculo se tituló «Soñando a Bécquer», ¡y vaya si pudimos soñarlo! Con Juanlu Corrientes en la piel del escritor, y un elenco de actores que incluía a Ignasi Vidal, Celia Vioque, Belén Lario y Antonia Zurera, la hora y cuarto que duraba aquel montaje se derretía en los labios y las retinas de los espectadores.

Sueña, Bécquer, sueña
Santi Rivera interpreta al poeta hispalense. / Fotografía Antonio Puente Mayor

Magia al pie de una torre

Esta vez, el fundador de una de las compañías más prestigiosas de Andalucía, vuelve a destapar el tarro de las esencias para regalarnos un producto que se podrá disfrutar hasta el 1 de agosto en un marco incomparable. Un revival de su anterior ofrenda a Gustavo Adolfo —hay guiños a aquel precioso montaje—, en las que las técnicas audiovisuales se funden con la palabra, la plástica y el entorno para esbozar hermosos pasajes sobre un monumento del siglo XIII. Es la comunión de la imagen y el verso, de lo técnico y lo onírico, de lo físico y lo intangible; y lo cierto es que encandila.

Al pie de la torre albarrana, un actor que sabe lo que se hace —Santi Rivera— cede su hechura al espíritu del rapsoda. Una sucesión de postales coloristas envuelven su notable actuación —Murillo ya hizo magia en 2018, y ahora son otros artistas quienes toman el relevo—. Música, luces, requiebros, y un aroma a romanticismo —tardío, pero efectivo— completan el bosquejo. Nada puede salir mal cuando se ama tanto el oficio. Por eso, José María Roca, el eterno imperdible, vuelve a dar en el clavo haciéndonos holgar como cuando éramos niños —al lado de quien escribe, una princesa atendía absorta a la función—. Ojalá que esta vigilia sea el preludio de otras muchas, en las que las musas, las estampas y el talento —aquí sobra bastante de eso— compensen la vida mustia de quien tanto nos hizo soñar.