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Actualizado: 30 may 2021 / 04:00 h.
  • ¿Cómo nos afecta la contaminación lumínica?

Existe una contaminación causada por la iluminación artificial de nuestras carreteras, calles, edificios, monumentos y otras áreas exteriores. El Colegio Oficial de Físicos la considera la contaminación lumínica como “uno de los problemas ambientales que más se ha incrementado en los últimos años” y aseguran que “sus repercusiones resultan cada vez más evidentes y sus efectos vienen siendo documentados por físicos y otros científicos de diversas disciplinas”. Uno de ellos es David Galadí Enriquez, que investiga el filamento desde el observatorio astronómico más grande del continente Europeo: Calar Alto, en Almería.

-¿Cómo incide la contaminación lumínica en la degradación del firmamento en cuanto paisaje natural o recurso científico?

-Yo siempre digo que en el asunto este de la contaminación lumínica la astronomía cumple el mismo papel que los canarios que antiguamente se bajaban a las minas para detectar escapes de gas grisú: el canario era el primero en morir y eso servía como voz de alarma. Lo mismo pasa con la visión de las estrellas y la contaminación lumínica, pero en este caso el canario es la astronomía. Cuando se contamina un río aparecen primero los peces muertos, pero entendemos que no se trata solo de un problema de peces, sino que va más allá, y con la contaminación lumínica sucede lo mismo: no es solo un problema de ver el firmamento, va más allá, pero la astronomía lanza la primera voz de alarma.

-¿El cielo es un recurso más allá de la ciencia?

También hay que insistir en que ver el cielo de noche no es solo ciencia: es paisaje, es cultura, es incluso industria (a través del turismo). La luz artificial que se difunde en la atmósfera hace que el cielo nocturno, que debería ser oscuro, tome un tono lechoso o claro que impide ver los cuerpos celestes más débiles, como la luz zodiacal, la Vía Láctea o las estrellas menos destacadas. Esto se traduce también en dificultades para el estudio científico y limita las prestaciones de instalaciones tan complejas y con tanto prestigio como las de Calar Alto en Almería o el Observatorio de Sierra Nevada en Granada. El sudeste ibérico cuenta con los mejores cielos de Europa y podríamos aprovecharlos como un motor de desarrollo para la cultura, la educación, el turismo y la ciencia. En cambio, se está procedidiendo a su liquidación a pasos agigantados. Parece que las prioridades son otras.

-¿Afecta este exceso de luz terrestre en el equilibrio de la biodiversidad?

-La luz artificial introducida en ambientes intrínsecamente oscuros, como puede ser el interior de cuevas, el fondo marino o a cielo abierto durante la noche, se comporta como un agente contaminante de carácter físico: altera las condiciones naturales en las que se ha desenvuelto el ecosistema durante miles de millones de años, atenta contra los ciclos naturales diurnos y estacionales, interfiere en procesos de migración, depredación y apareamiento y perturba sobre todo a insectos, que están en la base de la cadena trófica y cumplen funciones polinizadoras y que son, en su gran mayoría, de costumbres nocturnas. Los seres humanos estamos alterando la biosfera de noche y el problema no hace más que empeorar. La dimensión ecológica de la contaminación lumínica es, quizá, la más importante y cada vez recibe más atención científica.

-¿Y en las personas?

-Por supuesto. No olvidemos que el Homo sapiens no es más que una especie animal más, y que también hemos evolucionado sometidos a los ciclos estacionales y diurnos, alterados, si acaso, por la luz tenue y cálida de las hogueras durante los últimos cientos de miles de años. Los ciclos circadianos humanos se sincronizan sobre todo a través de las señales luminosas que recibimos del exterior, y la luz artificial de noche tiene un poder perturbador muy considerable, sobre todo la luz con gran contenido de azul, la luz muy blanca. El desorden de los ciclos circadianos se conoce como cronodisrupción y provoca alteraciones de salud muy variadas, desde insomnios y cambios hormonales hasta problemas mucho más serios: se ha relacionado la cronodisrupción en humanos con trastornos de tipo diabético o, incluso, con algunos tipos de cáncer. Por tanto el problema va mucho más allá, muchísimo, de un colectivo romántico que quiere ver las estrellas. La misma salud puede depender de un uso racional y consciente de la luz artificial de noche y, en este sentido, el uso de luz lo más cálida, rojiza, dorada posible, semejante quizá a las hogueras del pasado, parece ser lo menos agresivo para nuestro sistema circadiano.

-El alumbrado es un gran consumidor de energía, cuyo gasto lo asumimos entre toda la ciudadanía. ¿Puede ser sostenible el alumbrado de las ciudades?

-Puede y debería serlo, pero la tendencia no es esa, por desgracia. El alumbrado nocturno es necesario, pero se debe diseñar teniendo en cuenta que la luz que genera se comporta como un agente contaminante que hay que gestionar, y valorar el beneficio que aporta frente a los perjuicios potenciales. Y, desde luego, uno de sus perjuicios consiste en que cuesta dinero, tanto por la instalación de equipos como por el consumo de energía. No queremos que las calles estén a oscuras, pero sí hay que decir alto y claro que en España se abusa del exceso de iluminación de noche, y que se puede disfrutar de un medio urbano nocturno de calidad y seguro reduciendo muchísimo la intensidad de la luz y utilizando tonos más cálidos. Está claro que reducir la intensidad implica un ahorro.

-Respecto al ahorro, en las últimas décadas los esfuerzos en iluminación han incidido en conseguir fuentes de luz que gasten menos energía.

-Un asunto muy curioso relacionado con el consumo de energía para el alumbrado es que toda la historia de la tecnología de iluminación ha ido siempre, sin excepción, en la dirección de proporcionar fuentes de luz más ahorrativas: cada cambio de tecnología del alumbrado nos ha proporcionado sistemas que producen más luz con menos energía. Pero en lugar de aprovechar esta mejora para ahorrar, lo que se ha hecho siempre ha sido usar esa mejora para producir más luz, incluso gastando más. Esto está pasando ahora con las fuentes de luz LED: producen más luz por menos energía pero no se está aprovechando para ahorrar, sino para gastar lo mismo, o más, y generar muchísima más luz, a menudo con más componente azul, lo que la hace más perjudicial para casi todo.

-¿Se puede medir la contaminación del cielo?

-Sí. Las técnicas son muy distintas a las de medida de otros contaminantes y se asemejan más, quizá, al ámbito de la contaminación acústica, incluso se usan escalas de medida logarítmicas semejantes a la de los decibelios. Durante la última década se ha trabajado muchísimo en esta dirección y hoy podemos decir que contamos con herramientas para evaluar el impacto de la contaminación lumínica sobre la observación del cielo. La propia Junta de Andalucía impulsó hace unos años una campaña de medidas para producir un mapa que reflejaba el estado del problema en nuestra comunidad en torno a 2015.

-¿Como se “gestiona” la contaminación lumínica?

-Hay que huir de la tentación de pensar que este problema ambiental es esencialmente distinto a otros. La contaminación lumínica debe considerarse y gestionarse como una forma más de contaminación causada por un agente físico y lo ideal sería que se integrara de manera natural en las políticas de evaluación y gestión ambiental. Creo que esto acabará pasando. Hemos vivido en España la revolución en la gestión del agua, luego la revolución en la gestión del ruido (que mucha gente consideraba, al principio, una pijada propia de tiquismiquis) y lo siguiente será tomar en serio la contaminación lumínica, pero todavía queda mucho por hacer hasta lograr que cale esa nueva cultura de la luz. Nos encontramos ante todo frente a un desafío de comunicación social de la ciencia: tenemos que conseguir que la población general sea consciente de que tenemos un problema. Cuando barbaridades como el alumbrado navideño de Vigo o de Málaga generen más contestación que admiración, habremos empezado a conseguir algo.

-¿Cuál es el valor cultural del cielo nocturno, de las estrellas?

-La humanidad ha evolucionado bajo los astros. En el cielo hay, como en los bosques o en los mares, historia, mitología, literatura y arte. Al perder los cielos perdemos comprensión de canciones populares, poemas o incluso pasajes del Quijote, por poner varios ejemplos tomados al azar. A la vez, dejar de ver el cosmos cada noche nos obliga a vivir con una perspectiva más provinciana, restringida la mundo pequeño en que se desenvuelve la vida cotidiana. Perdemos la visión de quiénes somos y, como diría Carl Sagan, dejamos de ser conscientes de «ese universo antiguo y vasto del cual procedemos». Por otra parte, la ciencia es cultura y la afición por la astronomía, por tanto, también entra en este campo. Y se trata de una afición que brinda oportunidades interesantes de negocio. En España en general, y Andalucía en particular, sabemos bien cómo sacar partido a la cultura a través del turismo. Pues el turismo científico, astronómico, no se aparta demasiado de esta idea.

¿Cómo nos afecta la contaminación lumínica?

-¿Qué es la Iniciativa Starlight?

-Esta iniciativa, nacida en Canarias, forma parte de todo un conjunto de intentos que están en marcha en todo el mundo para certificar y distinguir de algún modo los lugares que gozan de cielos de mayor calidad intrínseca. Este sistema de certificación, y otros semejantes como los de la International Dark Sky Association (IDA) vienen a ser «las estrellas Michelín» de la astronomía. Creo que la idea es muy buena como método para la toma de conciencia de la población y de las autoridades, y posee un potencial de prestigio turístico nada desdeñable.

-¿Hay conciencia social sobre la importancia de poder ver el cielo?

-Vivo en Granada y sé que si el Ayuntamiento quisiera instalar un telón enorme que ocultara de la vista Sierra Nevada o la Alhambra se organizaría una revolución. Pero estamos instalando telones semejantes que nos impiden ver espectáculos aún más grandiosos y, en lugar de rebelarnos, lo aplaudimos. Realmente tenemos un problema. Lo más interesante es que si se resolviera todo el mundo saldría ganando algo. Por eso creo que algún día conseguiremos sistemas de alumbrado que presten el servicio que se necesita pero que no nos impidan disfrutar del cielo de nuestros antepasados, que sigue ahí, detrás del telón de luz, solo esperando a que nos volvamos un poco más responsables en la gestión ambiental.