¿Conoces la simbología oculta del ajedrez?
Al jugar buscamos diversión, sin embargo, a veces, si se abren bien los ojos se puede aprender más de lo que pensamos...
José Manuel García Bautista
A menudo incluimos en nuestras rutinas una serie de hábitos que repetimos de forma casi mecánica sin saber que tienen un significado más allá del que nosotros le damos como usuarios: al jugar buscamos diversión, pasar un rato agradable con la familia y los amigos. Sin embargo, a veces, si se abren bien los ojos, se puede aprender más de lo que pensamos, es lo que me pasó, junto a Ana Garrido, hablando del ajedrez.
Un ejemplo claro lo encontramos en ciertos juegos a los que quien más y quien menos ha jugado y que cuentan con un trasfondo especial relacionado con símbolos milenarios o materias ocultas.
Una de la simbología quizá menos conocidas es la del ajedrez tal y como la describen Álvaro Rendón y Pedro Abío, un fantástico recorrido de gran belleza en el que podemos descubrir que, siendo de origen milenario, es toda una lección de vida. Este fantástico juego de estrategia fue creado para el rey de Persia. Como base se tomó el hindú chaturanga indio, cuyo significado es “cuatro miembros”, una referencia directa a los cuatro jugadores que alineaban sus fichas en cada una de las cuatro esquinas del tablero.El chaturanga también derivó en otros juegos como el markuk, el xiangqi y el shôgi.
Lo que no suele ser muy conocido es que algunos maestros orientales empleaban el juego de ajedrez para enseñar, revelando la Sabiduría secreta que se guardaba en su estructura y sus normas de juego. En los Puranas hindúes, escritos sobre cultura, tradiciones y religión, todos los juegos de azar estaban absolutamente prohibidos por Manu. Sólo el ajedrez era enseñado por los brahmanes, ya que, para los kshatriyas (chatriyas), la casta política india, la guerra es una actividad sagrada, un ritual, una manera de combatir los errores del ser humano y reafirmar así sus virtudes.
Persia y el Islam
Cuando el Islam comienza a dominar el territorio persa, a mediados del siglo VII, el ajedrez comienza a diseminarse. Tal y como nos ha llegado a la actualidad, juega sobre un tablero cuadrangular, llamado damero, que se divide en 64 cuadrados, 8 filas por 8 columnas. Ya el cuadrado era en sí una forma sagrada, del tipo mágico alquímico de Hermes-Mercurio, que es el iniciador en los misterios. “Se relaciona también con la sefirah, el número ocho del Árbol de la Vida, en la Cabala judía. Su número mágico es 1, por reducción esotérica [8 x 8 = 64; 64 = 6 + 4 = 10; 10 = 1 + 0 = 1], que se asocia con la vuelta al origen, y en el Tarot con el arcano de la Rueda de la Fortuna, la Rueda de Sâmsara para los budistas, anunciador de un nuevo ciclo”.
Las piezas se encuentran dispuestas en dos bandos, blancas y negras, entroncando con la teoría de los opuestos, la luz y las tinieblas, el cielo y la tierra, el bien y el mal. Igualmente, encontraremos que la raíz simbólica del ajedrez bebe de distintas fuentes, hindúes en origen para, después, ir modelándose con el paso del tiempo y la influencia que diversas culturas han ejercido sobre él. De este modo, cada pieza cumple un papel fundamental, no sólo en el juego, sino en la implementación de todo un sistema iniciático sobre el orden social, el significado de las cosas, el ejercicio del poder.
El objetivo aparente de los peones es dual, aunque en ambas opciones subyace la idea de sacrificio: etimológicamente sacro oficio, de forma que volvemos a la idea de que el arte de la guerra es algo sagrado y ritual. Como primera opción está el sacrificio directo en beneficio de las figuras superiores. De hecho, el peón es una pieza a menudo desdeñada en el juego, que se elimina en los primeros compases casi para “despejar” el tablero y que comienza a utilizarse con más maestría a medida que avanza el nivel del jugador. La segunda opción es alcanzar el lado opuesto del tablero. En ese momento, el peón adquiere una forma distinta elegida por el jugador, a menudo la reina, por su capacidad de movimiento. En ese sentido, y como Rendón indica, “el sacrificio del peón es ritual, es como el bodhisattva, o acto de renunciar al nirvana hasta que todos sus semejantes sean liberados”, es decir, vuelve al tablero, a la contienda, investido del poder de una figura “mayor” para continuar contribuyendo a la victoria.
El movimiento en L del caballo (dos casillas, en cualquiera de las cuatro direcciones del tablero, y una a la derecha o izquierda) representa la unidad entre la dualidad de los opuestos, el principio hermético del ritmo. También se relaciona con el dios Poseidón, dios de los caballos, y simboliza el paso de las aguas, el paso de un estado a otro.
Según Rendón, “los árabes tradujeron por alfil la pieza que representaba al elefante que, en Europa, pasó a llamarse flor, o bufón (Francia); slom, o elefante (Rusia); bishop, u obispo (Inglaterra). Alfonso X El Sabio, en su Libro del Ajedrez, representaba a estas figuras como elefantes que sostenían sobre sus lomos una torre con arquero. El elefante es el dios Ganesha de la sabiduría, o Krishna y, como hemos visto antes, Hermes o Mercurio en Grecia”. ¿A qué se debe el uso de elefantes como símbolo de sabiduría? En origen, el alfil era un príncipe, un adivino o funcionario del rey, que le asesoraba, en función de los lugares y culturas, de ahí su cercana posición a éste en el tablero. De hecho, tal y como señala Abío, “los amonios denominaban a un oráculo “Alpha o Alphi”, (la Voz de Dios)”, no hay mayor sabiduría.
Otras piezas
La torre encierra un significado interesante también. Su función primordial es delimitar el espacio de juego, ocupando los cuatro lados del tablero con su movimiento. El control queda afianzado sólidamente, como si se tratase de los límites del mundo, al igual que existen cuatro puntos cardinales. Simbolizan el castillo interior del ser y se convierten en una fortaleza, cual muralla medieval, que protege al Rey, el alma del jugador, del acoso contrario. Por otra parte, si antes de comenzar el juego observamos su disposición desde cualquiera de los lados del tablero, encontramos las dos columnas del templo masónico, que no son sino una representación de las dos columnas del Templo de Salomón, las puertas de acceso al camino del conocimiento, auténticos pilares de Sabiduría.
En cuanto al rey, es la figura principal, tal y como decíamos, el alma del jugador, que trata de aprender a enfrentarse a los peligros de la vida con lealtad a sí mismo y coraje. La paciencia, la experiencia, la soledad y la sabiduría las irá adquiriendo a lo largo del proceso. Esa sabiduría le permitirá distinguir entre la falsa información que nos proporcionan los sentidos y hallar la verdadera naturaleza de las cosas. Esa engañosa imagen, espejo de la realidad, simbolizada en el alter ego de cada pieza hallado en el color contrario.
Por último, hallamos la reina. Primitivamente, su función de la reina era la del consejero, o firzan, el emir del mundo árabe, debido al gran margen de movimiento y acción política que descansaba sobre sus hombros. Hacia el siglo XV, se cambiará dicha figura por el único elemento femenino del tablero, fundamental en cualquier sistema social, de poder o incluso natural: es el Rey desdoblado en mujer. Si el Rey es la energía de la creación, el poder y la energía en esencia, la reina es la única con capacidad para expandir y transformar ese torrente de fuerza en vida.
Simbolismo en estado puro que nos invita a plantearnos si no habrá que ser prudentes a la hora de decir que el esoterismo, el misterio y lo oculto no forman parte de nuestras vidas: muchas cosas que consideramos cotidianas tienen un significado que a menudo va más allá de lo que creemos.
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