Cientos de niños presentan en todo el mundo marcas de nacimiento y comportamientos relacionados con personas fallecidas. Este sorprendente fenómeno ha suscitado el interés de varios científicos, que analizan estos casos para determinar si prueban la existencia de algo parecido a la reencarnación.
Duminda Ratnayake nació el 16 de junio de 1984 en el seno de una familia budista. Cuando tenía tres años comenzó a manifestar interés en visitar el templo Asgiriya, situado en Sri Lanka, y a hablar de su supuesta vida anterior como monje de ese lugar. El niño aseguraba haber sido propietario de un automóvil rojo y haber muerto de un infarto en el hospital.
Duminda mostraba ciertas conductas que eran inusuales para un niño de su edad: no jugaba con otros pequeños, le gustaba vestirse con hábitos de monje, quería que lo llamaran podi sadhu (pequeño monje) e iba cada mañana y cada tarde a un vihara (templo) budista. Además, recitaba canciones y oraciones en idioma pali, que no podía haber escuchado nunca porque solo se habla entre monjes y se aprende después de muchos años de estudio. Ante la insistencia de Duminda, sus padres lo llevaron al templo de Asgiriya, y quedó tan impresionado que decidieron que permaneciera en él como monje.
En 1988, Erlendur Haraldsson, psicólogo y profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de Islandia, decidió investigar el caso. “En la mayor parte de las ocasiones –señala– iba junto con un psicólogo local y un intérprete singalés a visitar sin previo aviso al niño en su casa o en la escuela. Los maestros nos ayudaban a localizar a niños de la misma edad e idéntica condición social que Duminda, o del mismo vecindario, para que ejercieran de grupo de control. Las familias también nos ayudaron mucho.”
Investigando el fenómeno
El psiquiatra estadounidense Ian Stevenson, fundador de la División de Parapsicología –que ha cambiado de nombre dos veces: primero, a División de Estudios de la Personalidad y, más recientemente, a División de Estudios Perceptuales–, comenzó a escribir en 1967 una serie de cuatro volumenes, Cases of the Reincarnation Type (Casos de reencarnación), en los que incluyó los casos cuidadosamente documentados de niños que afirmaban recordar vidas pasadas en la India, Sri Lanka, Líbano, Turquía, Tailandia y Birmania.
Este libro fue recibido con sorpresa en el mundo académico, hasta el punto de que cuando se publicó la primera parte el editor de la sección de comentarios literarios de la prestigiosa revista médica JAMA escribió: “Respecto a la reencarnación, Stevenson ha recopilado en la India una serie de casos cuidadosamente detallados cuya evidencia es difícil de explicar”.
A lo largo de su prolífica carrera Stevenson contó con la colaboración de otros investigadores, entre ellos, el propio Haraldsson, la antropóloga Antonia Mills, que en aquel momento trabajaba en la Universidad de Virginia (EE.UU.) pero que después se trasladó a la de Northern British Columbia, el psicólogo Jürgen Keil, de la Universidad de Tasmania (Australia), y la psicóloga india Satwant Pasricha. Todos estos investigadores han escrito también, al margen de Stevenson, sus propias obras sobre niños que recuerdan vidas pasadas.
En 1994, Mills, Haraldsson y Keil publicaron un estudio donde presentaban una muestra de 123 casos. Todos estos trabajos, llevados a cabo por tres investigadores independientes en cinco culturas diferentes, sugieren que algunos niños manifiestan ciertos conocimientos sobre personas fallecidas y desarrollan comportamientos acordes con los que estas tuvieron en vida.
¿Señales de otras vidas?
Durante años Ian Stevenson también se ocupó de niños nacidos con marcas o defectos de nacimiento que parecían guardar semejanzas muy significativas con los de las personas fallecidas que constituían presumiblemente su personalidad anterior y que habían muerto en accidente o asesinadas. Pero no publicó ninguno hasta que los reunió y pudo estudiarlos para encontrar patrones comunes. En 1997 Stevenson publicó los resultados de su trabajo con 200 casos en una obra monumental de 2.200 páginas en dos volúmenes: Reincarnation and Biology: A Contribution to the Etiology of Birthmark (Reencarnación y Biología: una contribución a la etiología de las marcas de nacimiento).
Una versión abreviada de ese trabajo es Where Reincarnation and Biology Intersect (Donde se cruzan la reencarnación y la Biología). Desarrollando una labor propia de un forense o un detective, Stevenson documentó cuidadosamente cada caso reuniendo registros médicos, como las autopsias de los fallecidos, y, si eran accesibles, los informes de la policía o las declaraciones de testigos presenciales de los sucesos.
Entre ellos figuraban, por ejemplo, el de una muchacha nacida con los dedos deformados que recordaba haber sido un hombre cuyos dedos habían resultado mutilados en un accidente; el de un chico con protuberancias en su mano derecha que afirmaba haber sido un muchacho de otra aldea que había perdido los dedos mientras cortaba hierba; el de otro joven con una marca de nacimiento redonda, como el orificio de entrada de una bala, en la parte posterior de la cabeza y otra marca algo más grande e irregular, como el orificio de salida, en la frente que rememoraba la vida de un profesor que había sido asesinado de un disparo en la cabeza, y el de una chica que sostenía haber vivido anteriormente como un hombre que había sido intervenido quirúrgicamente en el cráneo y que tenía lo que Stevenson definió como la marca de nacimiento más extraordinaria que jamás había visto: un tejido pálido y protuberante de 3 cm que se extendía por toda la cabeza.
Estos casos pusieron de relieve que el fenómeno no solo consistía en recuerdos. Las marcas representaban la evidencia tangible de que se conservaba algo del difunto que podía condicionar el desarrollo fetal.
Estudios
En los últimos años las investigaciones han ganado en sofisticación. “En la División de Estudios Perceptuales de la Universidad de Virginia se codifica cada caso en función de 200 variables y esta información se procesa después informáticamente. Aunque constituye un trabajo a muy largo plazo, estamos analizando una gran cantidad de casos”, señala entusiasmado el psiquiatra estadounidense especializado en niños Jim B. Tucker, autor del libro Life Before Life: A Scientific Investigation of Children’s Memories of Previous Lives (Vida antes de la vida. Una investigación científica sobre los recuerdos infantiles de vidas pasadas), definido por el médico indio Deepak Chopra como “la evidencia científica más convincente de que nuestra conciencia sobrevive a la muerte física”.
El equipo de Tucker ha aplicado una escala para valorar cada caso basada en un procedimiento médico llamado “escala de fuerza” que sirve para cuantificar los síntomas de los pacientes. Tucker ha procesado casi 800 casos desde 1999 en función de indicadores como marcas de nacimiento, declaraciones de los niños, conductas relacionadas con su supuesta vida anterior y la distancia en millas entre el lugar donde reside el niño y donde vivía su presunta personalidad anterior. Según Tucker, la fuerza de los casos no se relaciona con la actitud de los padres de los niños ni con el grado de aceptación y agrado que las familias sienten hacia la posible personalidad anterior, sino con la edad a la que los pequeños comienzan a hablar acerca de su vida anterior: cuanto más temprano lo hacen mayor intensidad tiene el caso.
Además, la intensidad de la emoción que los niños muestran cuando relatan sus recuerdos y el grado de parecido facial entre los muchachos y los individuos fallecidos refuerzan la idea de que conservan una especie de “residuo” de la vida anterior. Tucker confiesa que nunca consideró seriamente la hipótesis de la reencarnación. Pero después de leer los libros del doctor Stevenson quedó impresionado no solo por los testimonios de los niños sino también por el riguroso tratamiento científico con que los había estudiado.
Otro trabajo consistió en el análisis de recuerdos de sucesos que se habían producido entre la muerte de las presuntas personalidades previas y el nacimiento del niño, lo que se conoce como “transición entre vidas”. Aproximadamente el 20% de los menores describían acontecimientos como los funerales de sus antecesores o las actividades que habían desarrollado los familiares más cercanos después de su fallecimiento. Así se demostró que quienes conservaban recuerdos de estos intervalos proporcionaban un mayor número de datos verificables acerca de cómo eran en su vida anterior o sobre su muerte que quienes no los recordaban.
Tras valorar 35 casos acaecidos en Birmania, Stevenson y su equipo descubrieron que los intervalos constaban de tres etapas: transición, estabilidad (en una localización en particular) y retorno, durante el cual se efectuaba la elección de los padres. Se comparó, por ejemplo, los recuerdos correspondientes a los intervalos de los niños birmanos con los testimonios de personas que habían pasado por experiencias cercanas a la muerte (ECM) y se comprobó que presentaban algunas características coincidentes: por ejemplo, ver una luz brillante, sentir cómo se atraviesa un túnel o encontrarse con familiares fallecidos (en el caso de los niños de origen birmano, pertenecientes a su personalidad anterior) o con figuras religiosas que los reciben.
Los pequeños describían con naturalidad estas experiencias como parte de sus recuerdos. Daba la impresión de que estos y las ECM forman parte del mismo tipo fenómeno, el de las experiencias asociadas a la vida después de la muerte. “Todo ello invalida la interpretación de que las ECM son fantasías producidas por un cerebro en crisis –opina Tucker–, puesto que las personas que tienen estos recuerdos son personas jóvenes y saludables.”
Perfiles de los pacientes
Otra área de investigación reciente es el examen psicológico de los niños. Haraldsson ha publicado varios estudios sobre dos grupos de Sri Lanka y uno del Líbano. Uno de los efectuados en Sri Lanka consistió en comparar los testimonios de 23 niños de entre 7 y 13 años que decían tener recuerdos de vidas anteriores con el mismo número de pequeños que carecían de este tipo de experiencia y que actuaron como grupo de control. Los primeros tenían mayor destreza verbal, más memoria, obtenían mejores resultados en la escuela y eran socialmente más activos, pero no más sugestionables. Los pequeños obtuvieron una puntuación bastante alta en el test Child Behavior Checklist (C13CL), un cuestionario que evalúa el comportamiento infantil desde la perspectiva de sus progenitores. Sin embargo, sus profesores los consideraban niños normales.
En este mismo país se obtuvo un resultado similar con un segundo grupo compuesto por 27 niños, quienes presentaban un rendimiento académico mejor que el grupo de control pero no eran sugestionables. Lo que sí mostraban era más trastornos de conducta, una actitud de oposición al mandato parental, rasgos obsesivos y tendencia al perfeccionismo.
En el test Childhood Dissociative Checklist, que evalúa la conducta y el pensamiento disociativo en niños, puntuaron por encima del grupo de control, lo que indica que eran más propensos a experimentar cambios rápidos de personalidad y de conducta y que tenían una personalidad más fantasiosa. Los 30 niños con recuerdos de vidas anteriores analizados por Haraldsson en el Líbano no se diferenciaban de los del grupo de control en los tests de capacidades cognitivas y presentaban grados similares de integración social y sugestionabilidad, pero obtuvieron puntaciones más altas en la tendencia a fantasear y la necesidad de llamar la atención.
Haraldsson cree que es posible que los niños mostraran leves síntomas de estrés postraumático relacionado con sus recuerdos de vidas pasadas debido a que sus personalidades previas habían muerto de forma violenta. En todo el mundo se registran casos de niños que recuerdan vidas pasadas.
Hasta ahora han sido estudiados cerca de 2.500. Algunos de ellos se han producido en regiones donde predomina la creencia en la reencarnación, pero otros no. Además, muchos pequeños muestran conductas que parecen estar ligadas a los últimos momentos de la vida del fallecido, como, por ejemplo, fobias relacionadas con la forma en que murió. Algunos también parecen reconocer personas o lugares de su vida anterior.
Todo ello ha podido ser comprobado en condiciones de control.
¿Puede inducirse este recuerdo?
Para muchos de estos casos la explicación más racional es que los supuestos recuerdos han sido “inspirados” por los familiares de los niños. Quienes desestiman la hipótesis de la reencarnación subrayan que en la mayoría de las ocasiones la presunta personalidad anterior del pequeño no se investigó hasta después de que fuera identificada. Por ello, cabe la posibilidad de que, al manifestar el menor un comportamiento que hacía pensar que recordaba una vida anterior, sus padres trataran de identificar quién era esa persona.
Así podrían haber conocido a los familiares de alguien fallecido, que les podrían haber proporcionado información sobre este que transmitirían a su hijo. Sin embargo, hay un estudio que lo refuta. Fue desarrollado por Stevenson y Keil y consistió en comparar los testimonios de las familias de los niños en diferentes momentos. Keil reinvestigó quince casos que Stevenson había estudiado 20 años antes para ver si lo que planteaban los interesados se había distorsionado con el paso del tiempo. Solamente en un caso los testigos magnificaron la historia.
Por ejemplo, en la segunda entrevista una familia describió un incidente que no había mencionado a Stevenson: el hallazgo en un estante inaccesible de una cuchara que el hermano de la persona fallecida había colocado antes de que esta muriera. En otros tres casos la fuerza de los testimonios permanecía casi inalterable, aunque algunos pequeños detalles eran diferentes. En los once restantes los testigos proporcionaron a Keil menos detalles que los que le habían dado a Stevenson años atrás.
En opinión de Jim B. Tucker, “la mejor explicación para los casos más sólidos parece ser que los recuerdos, las emociones e incluso los traumas físicos pueden conservarse de una vida a otra, por lo menos en determinadas circunstancias”.