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Actualizado: 28 nov 2020 / 14:35 h.
  • José Antonio Vargas. / EP
    José Antonio Vargas. / EP

El curriculum de José Antonio Vargas es apabullante. Entre otras cosas, el doctor Vargas puede presumir de ser Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Sevilla; especialista en Ginecología y Obstetricia en el Hospital Virgen del Rocío; Máster en Patología Mamaria y Senología por la Universidad de Barcelona; y de estar subespecializado en Ginecología Oncológica, Colposcopia y Cirugía Laparoscópica Pélvica Avanzada. Eso entre otras cosas. Un curriculum impresionante. Aunque, su vocación es de un tamaño tan considerable como esa montaña de títulos.

José Antonio Vargas es un hombre cercano y economiza tanto como puede al hablar. Dice lo que tiene que decir con las palabras justas, sin circunloquios y sin imposturas.

Los ginecólogos se encargan de que la vida aparezca en forma de bebé, día tras día. Agarran al niño o a la niña y le dan la bienvenida. ¿Qué siente un ginecólogo cada vez que ayuda a que la vida se abra paso? ¿Se acostumbra uno a algo tan inmenso?

«El nacimiento es un momento mágico. Nunca te acostumbras. Llega una vida y, casi siempre, acompañada del amor de una familia, del cariño de los padres, de la emotividad de un grupo de personas que esperaban esa llegada con ilusión. El padre se emociona, la madre se emociona. Es un momento único en la vida de una pareja y de cualquier otra persona. Yo me sigo emocionando con muchos partos. Es inevitable».

¿Sabe cuántos niños han llegado al mundo con su ayuda?

«No sabría decir, pero muchos. Hay que tener en cuenta que son más de treinta años de profesión. Lo que sí me ocurre con cierta frecuencia es que me cruzo con personas por la calle (Sevilla es grande y no es fácil encontrarte con conocidos) y le dicen al más joven del grupo ‘mira, este fue el médico que primero te cogió, el que te ayudó a llegar al mundo’. Y eso hace pensar que son muchos. Eso sí, cada parto, te enorgullece como si fuera el primero y el único. Hace mucha ilusión. Y otra cosa que me hace pensar en la gran cantidad de niños que he traído al mundo es encontrarme a alguna de esas niñas a las que ayudé a nacer y comprobar que van a ser madres. Una vida que he ayudado a llegar ha sido capaz de engendrar una nueva vida. Eso también me hace sentir algo más viejo aunque es muy emocionante».

¿Ha merecido la pena todo el esfuerzo que ha habido que hacer para llegar a ser médico?

«Por supuesto. De cien veces que volviera a nacer, cien veces volvería a ser ginecólogo. La medicina es la profesión más bonita del mundo. Y dentro de la medicina, mi especialidad, es la más bonita de todas».

¿En qué consiste exactamente la ginecología?

«Es el manejo, el diagnóstico, la prevención, el tratamiento y el seguimiento de todos los procesos relacionados con las características propias del sexo femenino. La ginecología es la especialidad dedicada a los problemas médicos de las mujeres no embarazadas. La obstetricia es la especialidad que, al contrario, se dedica a los embarazos. Y ya existe un buen número de sub especializaciones destinadas a encargarse de problemas muy concretos».

«Un robot haciendo de médico sería una tragedia para la medicina»
José Antonio Vargas. / Fotografía cortesía del Sr. Vargas

¿Ha cambiado mucho, en los últimos años, la tipología de las pacientes en ginecología? Ahora, todo parece más natural, parece casi obligatorio para la mujer eso de hacerse una revisión anual. Antes no era así y las patologías deberían ser otras o su intensidad debía ser otra ¿verdad?

«Por supuesto, la evolución de la ginecología ha sido enorme. Y, gracias a Dios, la mujer ha tomado consciencia de lo que ha de hacer. Aunque todavía nos llegan casos que están muy evolucionados y crean muchas dificultades en su tratamiento. Pero, en general, el diagnóstico precoz se va imponiendo y eso ha mejorado la calidad asistencial infinitamente».

Entonces ¿ser médico en la actualidad es más sencillo que hace unos años?

«Es muy distinto. La cantidad de avances técnicos con los que contamos ahora hacen que todo sea más rápido, más exacto. Por otra parte, vivimos la época de la digitalización y eso impide que podamos mirar más a los ojos de los pacientes. Estamos más obligados a mirar una pantalla en la que está la historia clínica del paciente. Es cierto que la calidad asistencial es, por esa misma razón, mucho mejor, pero se echa en falta esa cercanía en algunos momentos».

¿Llegará un momento en el que la técnica pueda sustituir a la persona que ejerce la medicina?

«Un robot intentando hacer las funciones del médico sería una tragedia para la medicina. Hay que tener en cuenta que existe un efecto mágico en la relación entre paciente y médico. Así ha sido desde tiempo inmemorial y tiene un efecto terapéutico indiscutible. El trato humano, el acercamiento con el paciente, no puede arruinarse de ninguna de las maneras. El día que se pierda estará perdida la medicina».

¿Solemos mentir los pacientes o eso es un mito producto de una serie de televisión?

«Cuando una mujer se sienta frente al ginecólogo en la consulta, su sinceridad es absoluta. Otra cosa distinta es que la paciente llegue sola o acompañada. A veces, puedes intuir que oculta algo por pudor o vergüenza. Generalmente, se cuenta la verdad. De otro modo no tendría ningún sentido».

¿Falta cultura ginecológica entre nuestros jóvenes? ¿A qué edad deben comenzar las revisiones?

«Depende mucho de varios factores. No es lo mismo lo que les dicen a unas o a otras en casa. No siempre se recibe la misma formación en el colegio sobre la salud. Actualmente, ya hay muchas chicas totalmente concienciadas con que el cuidado ginecológico es muy importante. Lo vemos con los niveles de vacunación contra el virus del papiloma o contra el cáncer de cuello uterino. Pero también encontramos mujeres relativamente jóvenes que son escépticas ante esas vacunaciones. Uno de los objetivos de los ginecólogos es lograr transmitir un claro mensaje a favor de vacunas y revisiones. Por ejemplo, en el caso del cérvix contamos con medidas preventivas para más del 80 por ciento de los casos. Y eso deben saberlo las mujeres para poder aprovecharlo».

Si pensamos, por ejemplo, en el caso de los embarazos no deseados ¿no sería conveniente que los mensajes que llegan a las mujeres españolas estuvieran libres de carga política; no sería mucho mejor que fueran los profesionales los que informaran y tratasen de divulgar un mensaje puramente científico?

«Debería ser así. Pero actualmente se pueden producir situaciones en las que la acciones que se toman están enfrentadas con la opinión de los médicos. No hay más que mirar lo que está pasando con la Covid-19. La opinión de los profesionales no se está tomando especialmente en cuenta. Y eso puede llegar a ser peligroso».

La relación tan intensa de un ginecólogo con la vida se contrapone a la obligada relación con la muerte. ¿Cómo puede un médico enfrentar esas situaciones tan terribles?

«De esto podríamos estar hablando tardes enteras. A los residentes que tengo conmigo (son los médicos en formación y llegan en su último año a la oncología) siempre les digo que vienen de entregar bebés guapísimos a los padres emocionados, o que llegan de quitar un mioma a una mujer joven que tenía grandes dolores y problemas con la regla; y que se van a enfrentar con un buen número de casos que podrán curar, pero que otros no, que otros acabarán con la vida del paciente. Les advierto de que la frustración del médico es absoluta y es muy una experiencia durísima. A veces, llegan algunos casos en los que ya no se puede hacer nada salvo aplicar cuidados paliativos y en esas ocasiones la labor del médico es fundamental. Hay que trabajar con el paciente y con su entorno. Y hay que suplir la frustración personal con ayuda necesaria que el paciente necesita aunque el tiempo se acabe. Consolar es necesario y no se puede olvidar que las personas sufren, que se enfrentan a un trance definitivo que es la muerte y que hay que estar a su lado».