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Actualizado: 18 sep 2022 / 11:27 h.
  • 120 años de Pedro Pérez-Clotet, otro olvidado del 27

El caso del poeta Pedro Pérez-Clotet, su olvido contumaz dentro de esa amplia nómina de la Generación del 27 que se fue quedando con su media docena en los libros de texto, demuestra hasta qué punto difieren la poesía pura de todas las impurezas que las circunstancias históricas van sedimentándosele encima. El autor de Signo del alba, que fue su primer poemario en 1929, nació en un pueblecito de Cádiz, Villaluenga del Rosario, tan pequeño, que él mismo lo consideró “un pueblo de papel, de un infantil belén”, y su compañero de generación Jorge Guillén llegó a afirmar que se trataba de un pueblo inventado exprofeso para la poesía. “Sumiso pueblo esquivo –cal y nube-, / hoy como ayer un agua fugitiva / tras cada posesión; tras cada goce / un aguijón de cálidos beleños. / Hoy como ayer, mañana como siempre, / tan cierto amor que crece en el olvido”. Aquel pueblo era pequeño, en efecto, cuando nació en él este poeta olvidado, exactamente en el mismo año que Luis Cernuda o Rafael Alberti, 1902, pero al menos entonces rondaba los mil habitantes. Hoy tiene tres veces menos, y guarda levemente la memoria de un poeta que no solo se codeó con lo más granado de la Edad de Plata de la poesía española, sino que llegó a ser incluso su alcalde... en dos ocasiones.

120 años de Pedro Pérez-Clotet, otro olvidado del 27

Alumno de Pedro Salinas

También como Alberti, y como habían hecho años antes Juan Ramón Jiménez o Fernando Villalón, ingresó en el colegio jesuita de San Luis Gonzaga de El Puerto de Santa María. Algunos años después, cuando empezó Derecho en la Universidad de Sevilla, fue alumno de Pedro Salinas, y compañero de Luis Cernuda y Joaquín Romero Murube. No fue hasta 1925 cuando, como otros, se marchó a Madrid, en su caso para hacer el doctorado, que llegó a terminar con una tesis sobre un libro igualmente olvidado de Francisco de Quevedo: Política de Dios y gobierno de Cristo, un tratado personalísimo del genio del Barroco sobre la política dirigido a Felipe IV. “Empecé entonces a dejar de ser abogado”, llegó a decir Pérez-Clotet. Sin embargo, se consagró definitivamente a la literatura, si bien años después, sin haber adquirido nunca compromisos profesionales, habría de decir a modo de poética que tanto parece a la de Bécquer: “Trabajo mucho y descansadamente, sin prisas... Esa ha sido la virtud más ambiciosa en mi vida. Quiero escribir cuando ya las ideas se han desprendido de lo estrictamente sensible.”.

120 años de Pedro Pérez-Clotet, otro olvidado del 27

En Signo del alba aparecen, de entrada, aquellos temas que lo habían convertido en poeta: el tiempo, la preocupación existencial, una ligera inclinación al tema elegíaco, el contraste entre pueblo y ciudad... “Campo del ayer perdido / en fuga de adolescente / pesaroso del presente / y del mañana transido”, escribirá en una de sus décimas. “Hoy, nadando del olvido, / y en veloz vuelta de edades, / me baño en tus claridades / que mis nostalgias acrecen, / mientras las nubes me ofrecen / el alma de las ciudades”.

Durante los años de la II República, Pérez-Clotet, huérfano ya de padre y de madre y nombrado alcalde de su pueblo, ejerció allí de abogado y continuó escribiendo, convencido ya de que era poeta. Publicó Trasluz en 1933, con un lenguaje ya más expresivo y hasta surrealista. Y se comprometió en la dirección de una revista que había nacido en Cádiz en 1932 y había de morir en Jerez después de la guerra civil: la revista Isla, en la que escribieron nada menos que Vicente Aleixandre, Emilio Prados, Jorge Guillén, Gerardo Diego, José María Pemán, Luis Rosales o Adriano del Valle, además de Miguel Hernández, quien habría de escribir en el Diario de Cádiz sobre aquel último poemario de Pérez-Clotet: “Para alternarlo con San Juan y Fray Luis sin inconveniente. Es el tiempo de las voces pacíficas, por serenas. Trasluz, creedlo, me ha faltado: bello excesivo. Desnudo adánico como Eva. Adán, siendo poeta, hubiese hecho un libro así ante la sencillez y graciosidad pura de sus primeros ojos”. Obsérvese la explosiva mezcolanza de poetas que escribían en la revista, en aquella época iniciática de la II República en la que todo podía ser o no ser, cuando Pérez-Clotet, gracias a su amistad con Cernuda, se embarcó en los proyectos de las Misiones Pedagógicas que llevaban educación y arte a los niños de los pueblos remotos de la Sierra de Grazalema...

120 años de Pedro Pérez-Clotet, otro olvidado del 27

En 1935, al año de casarse con Áurea Moscoso, también de Villaluenga del Rosario y a la que había de dedicarle tantos poemas, publicó A la sombra de mi vida, ya empapado de intimismo simbólico sobre el lento compás del alejandrino: “El mundo ya es tan viejo, tan viejo y tan gastado, / que una hilera de hormigas nos embarca en su fiesta. / El mundo es tan pequeño, que una nube nos dice / la razón de la duda y el porqué del misterio. / Y la escondida yerba, junto al árbol gigante, / nos unge el corazón con su ingenuo saludo. / El mundo es tan incierto, que deja nuestros ojos / ciegos a la alta luz del compás y la escuadra. / Ya no existen paisajes ni libros de océano. / Ya no hay exactitudes para amar, ni aventuras / que nos abran el alma de un país ignorado. / Ya no hay pista sin pasos ni cine sin fronteras”.

Lector en la guerra

Nada más empezar la guerra civil se fuga de su pueblo por miedo a que lo detuvieran, pues habiendo siendo alcalde, pero sobre todo ganadero y terrateniente tenía bastantes papeletas. En Jerez de la Frontera, se dedica durante toda la guerra a leer, aunque también escribió como propagandista para el bando nacional. En 1940 vuelve a ser elegido por ello alcalde de su pueblo, pero pocos años después instala su residencia definitiva en Ronda, junto a la misma iglesia de Santa María la Mayor, donde todavía hoy –desde 2003- se ubica el monumento que esta ciudad malagueña de acogida le rindió al poeta. Precisamente en esa casa, durante décadas y hasta su muerte en 1966, tuvo Pérez-Clotet una de las mejores y más nutridas bibliotecas de poesía de toda España. Allí va hilvanando, sin prisas, el resto de su obra, que no solo estuvo compuesta por poemarios, pues también publicó obras en prosa y ensayos como La sierra de Cádiz en la literatura o Algunas notas sobre la Andalucía del Padre Coloma. Al morir, quedaron inéditos dos títulos: Paisajes de ida y vuelta, y Viento de montaña. En los inmediatos años de posguerra publica Invocaciones (1941) o A orillas del silencio (1943), dos libros de profunda meditación sobre la palabra sagrada que ha sido destruida. “Resonó la Palabra entre las sombras. / Fue estrella en el ocaso, diamantina / salutación del alba: siempre inquieto / misterio desvelado, en su latente / claridad de camino y profecía. / Resonó la Palabra, y dio sus frutos / ciertos, de una certeza penetrante, / en plenitud más dulce a cada hora, / sobre el sediento pecho que adivina. / Yo la escucho, la escuchan los olvidos, / las voces todas, todos los silencios, / y el mundo es todo, por su azul presencia, / un cantar de luceros en la noche, / un invisible sueño en la vigilia; / un orbe en cada nube, en cada viento”.

De 1944 será Presencia fiel, editado en Sevilla. Su poema “Primavera eterna” da la medida exacta de su dominio del arte menor: “Ese lento rodar / de las aves, qué sueño / de verdor en los ojos: / cauces de duras aguas / detenidos al borde / de la pluma y el viento. / Qué sueño, sí, tan frágil, / entre muros tan altos, / donde el verdor se estrella / y las rosas naufragan. / Todo el paisaje aquí, / en este ardiente acento / de árida plenitud / que palpan los sentidos. / Mas quedan las raíces / -no muere lo infinito-; / esas altas raíces / hundidas en el aire / y que en la tierra encienden / su eterna primavera”.

Luego, sin prisas como era habitual en él, escribiría Soledades en vuelo (1945), Noche del hombre (1950) o Como un sueño (1956), todos editados en Madrid... En este último incluye su “Canto a Ronda”, una loa que pocas ciudades españolas tienen el orgullo de conservar, y escrita en este caso por un poeta que decidió refugiarse en ella para olvidarse del mundanal ruido que en el caso de España era ya un permanente otoño del patriarca... “Para cantarte, ¡oh, Ronda!, / feliz sueño de ausencias / por los aires, el aire, / que en verticales ámbitos te eleva; / que alza, en nuevo granito melodioso, / tus legendarias cimas de belleza. / Para soñarte, ¡oh Ronda!, / que aire de ensueño fueras. / No sé qué hondo misterio, / fiel Ronda, en ti, me lleva, / me duele y me acompaña; / qué voz remota y cierta; / qué penetrantes luces infinitas / -relámpagos de piedra-, / que en esculpida llama te consagran / y en mil cortantes brillos te sustentan. [...] ¡Oh celeste ciudad, ya trascendida, / dudosa intimidad de flor o estrella / solamente ciudad pura del alma, / que no te puede morir, aunque muriera! / Ciudad, o viva imagen, / memoria, o clara esencia, / que cuanto más se esfuma, / se afirma más eterna...”.

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