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Actualizado: 01 ene 2023 / 12:25 h.
  • John Fante.
    John Fante.

El próximo mes de mayo se cumplirán 40 años de la muerte de uno de los escritores fundamentales del siglo XX que, sin embargo, poca gente conoce aún. Fue tremendamente injusto que John Fante (1909-1983) no alcanzara el pleno reconocimiento en vida, pero lo es más que tanto tiempo después de su muerte se le siga resistiendo mientras cualquiera, sin haberlo leído, te cita a Bukowski como si te citara a Platón. Charles Bukowski, que vino de su Alemania natal al Oeste americano, reconoció siempre que su máxima influencia había sido John Fante, cuyos padres italianos habían emigrado también hasta California en busca del llamado sueño americano, sobre el que precisamente Fante escribiría desde la contraportada de su cartón-piedra. Si alguien como William Faulkner reconoció que Fante era uno de los mejores escritores de su época, ¿quién es nadie para negarlo? Pero el caso es que cuatro décadas después de su muerte, cualquiera conoce de sobra a Faulkner, a Bukowski o incluso a Cormac McCarthy, pero no le suena Fante de nada, a pesar de ser el verdadero creador del realismo sucio. Tampoco vamos a extrañarnos a estas alturas de la rocambolesca historia de la literatura universal en busca de su canon, tan rica en injusticias.

40 años sin John Fante, el maestro del realismo (sucio)
John Fante con su hijo Dan.

Casi treinta años después de que el biógrafo de Fante, Stephen Cooper, rescatara sus últimos 18 relatos guardados en un cajón dentro de una habitación secreta que custodiaba la viuda del escritor, Joyce, la editorial Anagrama los acaba de publicar hace solo unos meses gracias a la magnífica traducción de Antonio-Prometeo Moya. El libro se titula con el nombre de uno de ellos, Hambre, y es una delicia, no solo por la demostrada maestría en el relato corto, sino porque puede suponer una puerta de entrada para quienes no conocen aún a Fante. Al fin y al cabo, cualquier resquicio es bueno para entrar en la obra de uno de los grandes, y resulta que estos relatos son una muy digna muestra de toda la literatura de quien dedicó toda su vida a pulir la suya, a pesar de que no pasó de guionista de Hollywood y de que, en todo caso, sus cuatro novelas, conocidas como la saga de Arturo Bandini, su alter ego, se valoraron antes en Europa que en su propio país. Las cuatro novelas fueron Espera a la primavera, Bandini; Pregúntale al polvo -cuyo prólogo, como una suerte de síntesis, se recoge ahora en Hambre-; Sueños de Bunker Hill; y Camino de Los Ángeles. Las dos últimas tuvieron que esperar muchos años para ser publicadas. Igual maestría demuestra Fante en ese subgénero narrativo que dominó como nadie, el del relato corto, y del que podemos recomendar El vino de la juventud (también rescatado por Anagrama) y Al oeste de Roma.

40 años sin John Fante, el maestro del realismo (sucio)
Hambre, de John Fante.

En toda esa obra, más bien dispersa y escrita en las décadas de los 30, 40 y 50, Fante hace literatura con su propia vida, la de un hijo de inmigrantes italianos que sobrevive en la América profunda entre la pobreza e incomunicación familiar, con una madre obsesionada con la religión y un padre albañil con problemas de alcohol que suele protagonizar algunos de los episodios más desternillantes que el lector conservará, entre la admiración y la pena.

Sin suerte

Fante intentó toda su vida convertirse en un escritor de éxito, como Arturo Bandini, pero lo tuvo francamente difícil por sus circunstancias, como se recuerda en Full of Life: a biography of John Fante, de Stephen Cooper, en la que uno de los hijos del escritor da testimonio de una vida compleja marcada por la diabetes, que terminaría dejándolo ciego. También hubo que amputársele las dos piernas.

No obstante, todas aquellas difíciles circunstancias terminan convertidas en material literario, como puede rastrearse leyendo la mayoría de sus relatos (también los de Hambre), protagonizados por ese alter ego del escritor que es siempre Bandini en el entorno de Los Ángeles de la década de 1930... En esta última entrega de Anagrama, por ejemplo, son especialmente significativos los relatos titulados Soy un escritor veraz o El caso del escritor obsesionado. Casi todos estos textos fueron publicados alguna vez en alguna revista, pero de tan escasa relevancia que hubieran terminado por perderse absolutamente si el biógrafo Cooper no llega a encontrarlos aquel día de 1994 en casa de la viuda, de quien escribe en el prefacio que, desde la muerte de Fante en 1983, “ocupaba su tiempo leyendo, escribiendo un diario y animando al mundo a que reconociese que John Fante era uno de los grandes escritores del siglo XX; y cuando iba a visitarla, me contaba anécdotas que yo sabía que el mundo también querría escuchar”. Cooper añade, después de reconocer que encontró estos relatos en “cuatro altos archivadores negros de metal pegados a la pared”: “En contra de la opinión que dice que Fante no guardaba nada que no pudiera usar, descubrí que, además de guiones de cine, guiones de televisión y apuntes para guiones, pocos de los cuales llegaron a producirse, guardó docenas de cuentos inéditos, junto con otros que habían aparecido en revistas pero que después de su muerte no se recopilaron. Ni siquiera Joyce Fante conocía la totalidad de los escritos de John Fante”.

40 años sin John Fante, el maestro del realismo (sucio)
Fotograma de la película ‘Pregúntale al polvo’, producida en 2006 por Tom Cruise.

El chiquillo Bandini

Entre la ingenuidad, la violencia y la miseria familiar, las correrías de Arturo Bandini, el mayor de un montón de hermanos, atrapan al lector desde las primeras líneas. El estilo de Fante es así: directo, de una coloquialidad bien trazada, de una emoción a prueba de nudo en la garganta cuando sabe que ha de poner el punto final. Con muy pocos párrafos, el escritor es capaz de mantenerte pegado a sus páginas en relatos como Me río yo de Dibber Lannon o La madre de Jakie, en los que el narrador en primera persona es capaz contar algo absolutamente tremendo, desde la perspectiva del niño que es, sin que el lector adulto, identificado con él, sea capaz de darse cuenta de que la realidad es muy otra. Eso es muy difícil, pero Fante es siempre un experto, como demuestra en el relato titulado propiamente Hambre, inspirado tal vez, más que en su propia infancia, en la de sus hijos, sobre la imaginación desbordada de uno de ellos, en otro mundo violento del lejano Oeste y alejado del real en el que se evade de su madre cada vez que le toca comer.

Hay un relato, titulado Voces quedas y contado magistralmente en segunda persona, en el que se muestra esa pobreza de familia numerosísima a las tantas de la noche, en una polifonía de registros, sentimientos e intereses que se intuye desde el comienzo: “Tu hermano te tiraba del pelo hasta que despertabas. Eran más o menos las dos de la madrugada. Susurraba: ‘Despierta. Papá y mamá ya están otra vez”. De comienzos así, escrito probablemente hacia 1932, han aprendido varias generaciones de escritores desde entonces. Las peleas invisibles de los hermanos, las discusiones de los padres y hasta la desesperación de la abuela trazan un ecosistema familiar, entre asfixiante y tierno, del que el lector escapará ya muy difícilmente.

Absolutamente conmovedor e intrigante hasta el extremo resulta el relato Póngalo en la cuenta, que comienza así: “Nunca he podido olvidar la cuenta de la tienda de comestibles. Es como un fantasma incansable que me persigue, aunque la infancia ha desaparecido y aquellos días ya no existen”. El relato trata sobre las artimañas que tenía que usar su madre para conseguir que el tendero le fiara indefinidamente, más allá de las promesas, las excusas y la lástima por una familia tan deudora como humillada, pero no tiene desperdicio, al igual que ocurre con El delincuente, que es uno de esos relatos de Fante que siempre nos recuerda al ambiente de El Padrino, pues en realidad se usan los mismos ingredientes: la familia que conserva sus costumbres italianas en una América que se mira con desdén desde el barranco de una generación que no comprende a la siguiente. El delincuente es un relato maravillosamente narrado en el que un amigo del padre, también de origen italiano y dedicado últimamente al contrabando de alcohol, y por eso rechazado por la madre y la abuela, se presenta en casa con regalos para todos. La descripción de cómo la recepción del delincuente se va transformando en el desconfiado núcleo familiar y cómo los dos hombres se van emborrachando hasta el punto de no poder cumplir la promesa hecha a los niños de darles un paseo en el coche nuevo, aparcado en la puerta, es antológica. “Fred Bestoli había rodeado el coche, dando traspiés, con intención de sentarse al volante, pero un extraño impulso hizo que pasara de largo. Siguió andando por la calle, hablando consigo mismo. Papá fue a rescatarlo, a su modo. Los oímos gritar al pie del manzano que había junto al patio de los Whitley. Fred se había olvidado de que tenía coche. Mientras gritaban, se encendieron las luces del porche de los Whitley. Fue como un aviso que consiguió que brotara en papá la última chispa de decencia humana que le quedaba. Se calló y ayudó a Fred a volver al coche trabajosamente. Oímos a los dos hombres resoplar y tropezar con todo mientras se acercaban tambaleándose hacia nosotros”.

Para una novela, corta o larga, hubiera dada el relato titulado Una mala mujer, sobre el repentino noviazgo de uno de sus tíos, el más liberal de todos, con una pelirroja a la que uno de sus hermanos califica de putona y contamina así al resto de la familia, movilizada estrafalariamente contra ella. El caso se parece, sin duda, al de Los pecados de la madre, que también hubiera dado para una novela pero que en el formato del relato corto adquiere una potencia mucho más devastadora. La madre nos recuerda a una Bernarda Alba en América, mientras que el padre es el verdadero cómplice de las cuatro hijas, especialmente de la menor, que no ha transigido con casarse con un buen partido bendecido por la mamá grande, sino que se enamora de un inmigrante italiano pero pobre. La finísima psicología del narrador para desentrañar las motivaciones de todos demuestra, una vez más, por qué John Fante no es solo un escritor que deba ser calificado como el más genuino de Los Ángeles, como últimamente es reivindicado, sino como uno de los maestros del realismo sin más calificativos de todos los tiempos. Ora pro nobis, Bandini.