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Actualizado: 26 jun 2022 / 09:39 h.
  • Ana Frank, la escritora que nos arrebató el nazismo, 75 años después

El nazismo no impidió que una chica a la que aún no le había bajado la regla escribiera un inmenso diario durante dos años, entre el 12 de junio de 1942 y el 1 de agosto de 1944, pero sí que aquella escritora que desbordó el cuaderno que le habían comprado el día de su 13º cumpleaños y que redactaba como una auténtica profesional hubiera seguido escribiendo como adulta. 75 años después de la publicación de aquellos escritos con el título primero de La casa de atrás, el mundo reflexionaba ayer sobre los 40 millones de niños desplazados que hay hoy en el mundo, según datos de Unicef, porque también entre ellos debe de haber escritores en ciernes cuyos grandiosos testimonios se van a perder sin que lo podamos remediar. Hasta Google le dedicaba su página de portada. El diario de Ana Frank, que en realidad se llamaba Annelies Marie, se conservó gracias a que las cosas nunca suceden en este mundo como en las películas y la única persona que se salvó a partir de 1945 del horror del Holocausto fue su padre, Otto Frank, que publicó los escritos de su hija pequeña (Margot, la mayor, también escribió un diario pero no se supo más de él) el 25 de junio de 1947 en aquel Ámsterdam ya desocupado cuya luz del sol habían dejado de ver su propia familia, otra familia judía (los van Pels; en la edición de Plaza & Janés de 1993, Van Daan) y un dentista (Fritz Pfeffer, Dussel en el Diario). Los cuadernos de su hija se los devolvió Miep Gies, la neerlandesa que los había ayudado a ocultarse y que conservó durante dos años muchas pertenencias de la familia de Ana.

Los Frank, comerciantes judíos emigrados a Holanda en 1933, tuvieron que ocultarse de la Gestapo en la buhardilla anexa al edificio donde el padre de Ana tenía sus oficinas. Eran ocho personas en total y permanecieron allí recluidas, después de construir un mundo en la penumbra de su cotidianidad, entre el 6 de julio de 1942 y el 4 de agosto de 1944, cuando fueron descubiertos por los nazis, tras un chivatazo, y llevados a diferentes campos de concentración como el de Bergen-Belsen, que fue donde murieron de tifus Ana y su hermana a mediados de febrero de 1945.

Inteligente parlanchina

Llama poderosamente la atención la frescura, la capacidad de análisis psicológico, la sintaxis y el amplio vocabulario de una chica a la que, más allá de todo lo que cuenta, le encanta escribir como si hablara por los codos. Al principio del diario, Ana, cuando aún se divierte contando que su profesor la manda constantemente a callar y la reprende mandándole redacciones, tiene las preocupaciones típicas de una adolescente con amigas que en el fondo son solo compañeras y admiradores que ella rechaza interiormente. “Espero poder confiártelo todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que seas para mí un gran apoyo”, le escribe a su propio diario el 12 de junio de 1942, para abrir boca. Dos días después, cuenta cómo vio el diario en forma de regalo y se desvive por el gato que hubieron de dejar en la casa de los vecinos cuando urgió el encierro. Al poco tiempo, es tanta la confianza que le toma al cuaderno, que lo bautiza con el nombre de Kitty. Y es entonces, antes incluso del encierro, cuando Ana, entre las confesiones propias de una adolescente que se siente el centro de su mundo doméstico, que ama profundamente a su papá y no entiende a su madre, empieza a contar, sin demasiada afectación, el calvario que tantos judíos habían comenzado a soportar. “Nuestras vidas transcurrían con cierta agitación, ya que el resto de la familia que se había quedado en Alemania seguía siendo víctima de las medidas antijudías decretadas por Hitler. (...) Después de mayo de 1940, los buenos tiempos quedaron definitivamente atrás: primero la guerra, luego la capitulación, la invasión alemana, y así comenzaron las desgracias para nosotros los judíos”.

Un best seller

El libro de Ana Frank tiene tal poder de seducción, que al poco que uno lo comienza deja de extrañarle que se convirtiera en una de las obras más leídas en todo el mundo, con más de 36 millones de ejemplares en estos 75 años que han pasado desde que se publicó en Ámsterdam por primera vez. En España, se publicó la primera traducción al español en 1955, gracias a la editorial Garbo de Barcelona. En varios estados de EEUU, como los de Virginia o Míchigan, el diario de Ana fue prohibido por la sencilla razón de que Ana no era ninguna mojigata, o porque al entender de algunos críticos, parte del contenido hacía alusiones sexuales. Tal vez se referían a párrafos como este, entre otros referidos a los anticonceptivos o la prostitución: “Olvidé mencionar la importante noticia de que es muy probable que muy pronto me venga la regla. Lo noto porque a cada rato tengo una sustancia pegajosa en las bragas y mamá ya me lo anticipó. Apenas puedo esperar. ¡Me parece algo tan importante! Es una lástima que ahora no pueda usar compresas, porque ya no se consiguen, y los palitos que usa mamá solo son para mujeres que ya han tenido hijos alguna vez”. Incluso su propio padre había omitido párrafos así en las ediciones que se hicieron antes de que él muriera en 1980. Entonces, él legó los escritos al Instituto Neerlandés para la Documentación de la Guerra. El Fondo Ana Frank de Suiza es el heredero de los derechos de autor de los textos. En 2019, la editorial argentina Eudeba ha publicado Querida Kitty, la novela epistolar de Ana Frank en una traducción directa del original neerlandés de Diego Puls.

En cualquier caso, el gancho del libro de Ana Frank no tiene nada que ver con esos pasajes, sino con la fina psicología con que trata a los personajes de su alrededor y de los que ella va aprendiendo tanto. Al fin y al cabo, Ana escribe profusamente durante los dos años en que se hace definitivamente una mujer, y el propio ejercicio de la escritura la va convirtiendo en una adulta mucho más madura. El comportamiento de los demás, el trato que le dispensan sus padres y las cientos de anécdotas que se suceden en un confinamiento tan extremo, con el miedo creciente de que los descubran, van conformando su propia personalidad de observadora literaria. “La señora se volvió y empezó a reñirme en voz alta, en alemán, de manera soez y grosera, como una verdadera verdulera gorda y colorada”, escribe casi al principio, en referencia a la señora Van Daan, en un arrebato de ironía impropia de su edad. “Daba gusto verla. Si supera dibujar, ¡cómo me habría gustado dibujar a esa mujer bajita y tonta en esa posición tan cómica! De todos modos, he aprendido una cosa, y es lo siguiente: a la gente no se la conoce bien hasta que no se ha tenido una verdadera pelea con ella. Solo entonces puede uno juzgar el carácter que tienen”.

Ana Frank, la escritora que nos arrebató el nazismo, 75 años después

También las noticias del exterior van conformando su propia inteligencia. El 9 de noviembre de 1942 escribe: “La mayor sorpresa nos la dio el señor Van Daan cuando nos informó que los ingleses habían desembarcado en Túnez, Argel, Casablanca y Orán. ‘Es el principio del fin’, dijeron todos, pero Churchill, el primer ministro inglés, que seguramente oyó la misma frase en Inglaterra, dijo: ‘Este desembarco es una proeza, pero no se debe pensar que sea el principio del fin. Yo más bien diría que significa el fin del principio’. ¿Te das cuenta de la diferencia?

Tan solo diez días después, refiere que el dentista les cuenta cosas que pasan fuera. “Noche tras noche pasan los coches militares verdes y grises. Llaman a todas las puertas, preguntando si allí viven judíos. En caso afirmativo, se llevan en el acto a toda la familia. En caso negativo continúan su recorrido. Nadie escapa a esta suerte, a no ser que se esconda. A menudo pagan un precio por persona que se llevan: tantos florines por cabeza. ¡Como una cacería de esclavos de las que se hacían antes! Pero no es broma, la cosa es demasiado dramática para eso. Por las noches veo a menudo a esa pobre gente inocente desfilando en la oscuridad, con niños que lloran, siempre en marcha, cumpliendo las órdenes de esos individuos, golpeados y maltratados hasta casi no poder más. No respetan a nadie: ancianos, niños, bebés, mujeres embarazadas, enfermos, todos sin excepción marchan camino de la muerte. (...) Me da mucho miedo pensar en todas las personas con quienes me he sentido siempre tan íntimamente ligada y que ahora están en manos de los más crueles verdugos que hayan existido jamás. Y todo por ser judíos”.

¿Quién traicionó a Ana?

El pasado mes de enero, un equipo internacional liderado por el exagente del FBI Vince Pankoke hizo pública una polémica teoría que señaló a Arnold van den Bergh, un notario judío de Ámsterdam y miembro del Consejo Judío, como la persona que reveló a los nazis el escondite de la niña, a cambio de protección para su propia familia. Los resultados de esta investigación se recogen en un libro, ¿Quién traicionó a Ana Frank?, escrito por la canadiense Rosemary Sullivan y disponible en hasta 18 idiomas. A España llegó en febrero gracias a la editorial HarperCollins. Una de las pruebas que mostraron fue una nota anónima entregada en 1945 a Otto, quien, dicen, conocía la identidad de quien les traicionó, pero ocultó el dato por temor al antisemitismo de la posguerra. “El nombre de Arnold ya estaba ahí. Un detective puso en su informe que Otto le había dado la nota y su nombre fue mencionado por otros autores. Sabíamos que este alegato existía, pero nos asombró que no se siguiera la pista. Toda la información iba cuajando y a finales de 2019 pudimos descartar seriamente a la mayoría de los sospechosos”, explicó Pankoke a la agencia Efe. Sin embargo, las críticas se han multiplicado hasta el punto de que la editorial neerlandesa del libro, Ambo Anthos, lo ha retirado. “En un momento en que el antisemitismo y la negación y distorsión del Holocausto van en aumento, tales afirmaciones potencialmente incendiarias deberían haber seguido un proceso de revisión crítica por parte de expertos calificados antes de ser consideradas para su publicación”, denunció el Congreso Judío Europeo.

Más allá de las polémicas, el libro de Ana Frank continúa siendo el testimonio de muchas cosas fundamentales: del horror de la guerra, que no es cosa del pasado; del confinamiento, que tan cerca hemos vivido; del proceso de cómo una niña se convirtiendo en mujer; de cómo esa mujercita podría haber sido una prolífica escritora. 77 años después de la II Guerra Mundial, los niños siguen siendo las grandes víctimas en todo el mundo, especialmente en conflictos prolongados como los de Afganistán, Siria, la República Democrática del Congo o Yemen, al margen de Ucrania. En la última década, la población mundial de refugiados se ha duplicado.

El último párrafo de Ana en su diario es la semilla cruelmente aplastada de una escritora en ciernes que no necesitó más que una obra para convertirse en universal: “Dentro de mí oigo un sollozo: ‘Ya ves lo que has conseguido: malas opiniones, caras burlonas y molestas, gente que te considera antipática, y todo ello solo por no querer hacer caso de los buenos consejos de tu propio lado mejor” ¡Ay, cómo me gustaría hacerle caso, pero no puedo! Cuando estoy callada y seria, todos piensan que es una nueva comedia, y entonces tengo que salir del paso con una broma, y para qué hablar de mi propia familia, que en seguida se piensa que estoy enferma, y me hacen tragar píldoras para el dolor de cabeza y calmantes, me palpan el cuello y la sien para ver si tengo fiebre, me preguntan si estoy estreñida y me critican cuando estoy de mal humor, y yo no lo aguanto; cuando se fijan tanto en mí, primero me pongo arisca, luego triste y al final termino volviendo mi corazón, con el lado malo hacia fuera y el bueno hacia dentro, buscando siempre la manera de ser como de verdad me gustaría ser y como podría ser... si no hubiera otra gente en este mundo”.

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