Juan Mayorga escribió su discurso de entrada a la Real Academia de la Lengua a la manera de un monólogo teatral. De ahí que se decidiera a montar esta obra, que reproduce ese discurso con un elevado grado de teatralidad gracias, en una gran parte, a la genial actuación de Blanca Portillo que dejó al público al público sin habla, de pura emoción.
De esa manera, la Portillo consiguió hacer visible justo lo que Mayorga explica en su discurso, que gira en torno a la importancia que tienen los silencios en una obra teatral. “En el teatro el silencio se pronuncia” nos dice la actriz imbuida en el personaje del autor, para el que sale vestida con un frac y adopta una postura corporal encogida, de ademanes tímidos y controlados que, en cuanto que comienza el disertación, se va tiñiendo de grandilocuencia teatral.
Es la primera parte de la obra. Durante cuarenta minutos -que se hacen un poco largos- la actriz se ciñe al personaje del autor y a su discurso, que nos brinda tal cual fue escrito, aunque con una cierta impostada teatralidad que llega incluso a retar los límites de la paciencia del espectador cuando le propone, y cumple, estar cuatro minutos en silencio. Claro que en esos minutos ella nos regala toda una gama de gestos que hablan sin necesidad de pronunciar ningún vocablo, incidiendo así en el significado que el silencio adquiere en toda obra teatral.
Y justo cuando el discurso amenaza con convertir la obra más en una conferencia que en una propuesta teatral, la Portillo rompe la diégesis y se presenta como una actriz a la que el autor le ha pedido que se aprenda y lea su discurso de entrada en la Academia, un encargo que ella reconoce no saber muy bien porqué ha aceptado, salvo quizás por amistad y, como ella misma reconoce, porque hace ocho años que nadie le ha dado la oportunidad de subirse a un teatro. Es lo que tiene ser actriz, que se tienen que acordar de llamarte y contar contigo.
A partir de ahí, con la complicidad del ajustado y simbólico espacio sonoro de Manu Solís y Mariano García y la fantástica iluminación de Pedro Yagüe, la obra discurre como un monólogo en el que Blanca asume fragmentos de otras obras de autores prestigiosos y personajes muy conocidos, como Bernarda Alba, Creonte, Sancho Panza, el Jesus de Dostoyevski o el Hamlet de Shakespeare. Con todo ello nos brinda una soberbia lección teatral que, rayando la excelencia, nos acaba emocionando hasta tal punto dejarnos sin habla o, lo que es lo mismo, hasta dejarnos suspendidos en el silencio.