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Actualizado: 27 mar 2022 / 10:13 h.
  • Blas de Otero: el poeta comunista que buscó ciegamente a Dios

Al poeta Blas de Otero Muñoz (Bilbao, 1916-Madrid, 1979) lo habían nacido a la vida tan mimado y rico, que no tuvo más remedio que desengañarse a continuación. Desde luego, sus propias circunstancias lo zarandearon de tal modo que pasó de tener institutriz francesa en su caserón vasco a ser huérfano de padre en aquel Madrid de los años veinte en el que aterriza su arruinada familia después de perder también a un hijo adolescente, su hermano mayor. Todo en menos de una década, durante la que se forjó su redoble de conciencia, mientras intentaba estudiar Derecho pero tenía que volver a Bilbao, mientras masticaba los poemas de la Generación del 27 que ya empezaba a disgregarse, la poesía pura de Juan Ramón cuya inmensa minoría empezaba a germinarle en el corazón para crecer mayoritaria, mientras aquella guerra incivil de sus veinte años lo obligaba a ser más soldado que tertuliano, más enfermero que poeta.

Ahora se acaban de cumplir 80 años de su primer libro, descatalogado desde hace mucho. Se publicó bajo el patrocinio de aquella revista jesuítica llamada Alea que era también tertulia literaria. Y se tituló, vaticinando la intertextualidad de la que Otero se convertiría en un auténtico maestro, Cántico espiritual. Sin embargo, al contrario de lo que conseguía San Juan de la Cruz en su particular renacimiento, Blas de Otero pasó en aquellos versos primerizos por la vía purgativa, sin duda, y por la iluminativa, pero no fue capaz de unirse con ningún Dios porque le fue imposible encontrarlo. Halló, en su lugar, la luz de la poesía con que alumbrarse a sí mismo para, algunos años después, tratar de alumbrar a los demás.

Blas de Otero: el poeta comunista que buscó ciegamente a Dios

En aquel Cántico espiritual de 1942, Blas de Otero, que hasta hacía no mucho había firmado, tan católicamente como Blas de Otero C. M. (Congregante Mariano), incluía ya uno de sus habituales sonetos, una introducción de 189 endecasílabos libérrimos, una decena de liras al modo de su admirado Fray Luis de León y un remate con villancicos y sonetos. La cita que abría el poemario era, cómo no, de Juan de Yepes: “...metiendo el alma en una nueva noticia / y abismal deleite”. El poeta constata “el golpe de Dios” en su costado, “con su golpe de estrellas suspendidas”, consciente de que el Sembrador quiere hacer fructificar en él su semilla, pero lo que provoca finalmente es sufrimiento porque la unión no se produce. Dios es inalcanzable, incognoscible. Los modos de conocimiento del ser humano son absolutamente insuficientes, y solo queda la posibilidad ciega de la fe. En el propio libro se adivina ya su propia crisis espiritual, que llegaría definitiva algunos años después, sobre todo cuando publica el que va a ser el título fundamental de su etapa existencialista: Ángel fieramente humano. En aquel Cántico, Otero todavía intentaba dialogar con Dios. “Ponnos firmes / ponnos de pie, encima de tu gracia”, le dice, mientras dibuja su propio deseo: “No te pido, Señor, que me comprendan; / solo aspiro a que llenes mi mirada”. Más adelante escribe: “Dichoso el hombre que te sigue a Ti, / por encima de todos sus pecados”. Como el Cántico de Jorge Guillén, la poesía de Otero estaba llamada a convertirse en clamor. Le influye, claro, aquel asomo de Dámaso Alonso al desarraigo que se tituló Hijos de la ira, publicado en 1944. Cuando escribió su Cántico, Blas de Otero apenas si tenía 25 años, pero ya había amasado una porción de toda la verdad que le quedaba por escribir, y ya había definido aquellas características tan de su poesía: los encabalgamientos, los juegos fonéticos, ese ritmo entrecortado que no le impide elegir un léxico conciso y áspero que contribuye a un lenguaje muy directo.

Depresión y París

En 1945, Blas de Otero, que había vuelto a Bilbao para impartir clases particulares de Derecho y cuidar de su familia, ya que su hermana mayor había enfermado y no podía seguir haciéndose cargo de la madre, sufrió una crisis depresiva tal que tuvo que recluirse en un sanatorio. Ello no le impidió escribir casi toda su obra existencial, empezando por aquel soneto destinado a permanecer en la memoria de sus lectores y que ya contenía la esencia de toda su poética: “Porque quiero tu cuerpo ciegamente, / porque deseo tu belleza plena. / Porque busco ese horror, esa cadena / mortal, que arrastra inconsolablemente”, decía el primer cuarteto. “Inconsolablemente, diente a diente, / voy bebiendo tu amor, tu noche llena. / Diente a diente, Señor, y vena a vena / vas sorbiendo mi muerte. Lentamente. / Porque quiero tu cuerpo y lo persigo / a través de la sangre y de la nada. / Porque busco tu noche toda entera. / Porque quiero morir, vivir contigo / esta horrible tristeza enamorada / que abrazarás, oh Dios, cuando yo muera”.

Redoble de conciencia ganó el premio Boscán en 1950 y conoce, autoexiliado en París, a la actriz vasca Tachia Quintanar, también poeta, con quien mantiene una breve relación amorosa y una amistad que le duraría toda la vida. Será en la capital de Francia donde estreche amistades con los exiliados y se afilie al Partido Comunista de España. Allí se fraguó, en ese tránsito de su existencialismo a su poesía social como instrumento, aquel libro titulado Pido la paz y la palabra, que habría de publicarse en Santander en 1955, una década después de la II Guerra Mundial, cuya sombra seguía siendo tan alargada. “Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre / aquel que amó, vivió, murió por dentro / y un buen día bajó a la calle: entonces / comprendió: / y rompió todos sus versos”, escribirá en “A la inmensa mayoría”. “Así es, así fue. Salió una noche / echando espuma por los ojos, ebrio / de amor, huyendo sin saber adónde: / a donde el aire no apestase a muerto. / Tiendas de paz, brizados pabellones, / eran sus brazos, como llama al viento; / olas de sangre contra el pecho, enormes / olas de odio, ved, por todo el cuerpo. / ¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces / en vuelo horizontal cruzan el cielo; / horribles peces de metal recorren / las espaldas del mar, de puerto a puerto. / Yo doy todos mis versos por un hombre / en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso, / mi última voluntad. Bilbao, a once / de abril, cincuenta y uno”.

Para entonces –él ya muy amigo de obreros, campesinos y mineros- eran muy conocidos, entre la crítica especializada, que lo consideraba ya una voz fundamental del panorama poético cambiante durante el ecuador de la dictadura franquista, aquellos versos de Ángel fieramente humano que él había recuperado recurrentemente en antologías: “Luchado, cuerpo a cuerpo, con la muerte, / al borde del abismo, estoy clamando / a Dios. Y su silencio, retumbando, / ahoga mi voz en el vacío inerte. / Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte / despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo / oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando / solo. Arañando sombras para verte. / Alzo tu mano, y tú me la cercenas. / Abro los ojos, y tú me los sajas vivos. / Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas. / Esto es ser hombre: horror a manos llenas. / Ser –y no ser- eternos, fugitivos. / ¡Ángel con grandes alas de cadenas!”.

Blas de Otero: el poeta comunista que buscó ciegamente a Dios

En Redoble de conciencia, Blas de Otero ha encontrado definitivamente su voz, su triste pero resignada certidumbre de que no podrá alcanzar a Dios jamás, pero sí ese convencido empeño de que todos, él y todo el mundo, merecen vivir con dignidad: “Porque vivir se ha puesto al rojo vivo. / (Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.) / Digo vivir, vivir como si nada / hubiese de quedar de lo que escribo. / Porque escribir es viento fugitivo, / y publicar, columna arrinconada. / Digo vivir, vivir a pulso airada-/mente morir, citar desde el estribo. / Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro, / abominando cuanto he escrito: escombro / del hombre aquel que fui cuando callaba. / Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra / más inmortal: aquella fiesta brava / del vivir y el morir. Lo demás sobra”.

Un poeta que trata de España, y censurado

Blas de Otero: el poeta comunista que buscó ciegamente a Dios

Blas de Otero no solo sintió en sus propias carnes la censura del franquismo, sino el rechazo de ciertos círculos artísticos catalanes cuando publicó su libro de 1960, En castellano. Él, que vivió en Barcelona desde 1956, se hizo con el Premio de la Crítica en 1958 por su libro Ancia, cuyo acrónimo del título respondía también a la mezcla de su contenido, muchos poemas de Ángel fieramente humano y todos los de Redoble de conciencia, más 49 nuevos. Precisamente en 1960 viajó a la URSS y a China, invitado por la Sociedad Internacional de Escritores. En Puerto Rico, se publica poco después Esto no es un libro. Y en París, Que trata de España. Se casa en Cuba con Yolanda Pina, pero se divorcia tres años después y regresa a Madrid para recuperar su relación sentimental con una profesora y poeta vizcaína llamada Sabina de la Cruz, que ha muerto en plena pandemia por COVID, a los 91 años. Sabina se dedicó durante décadas a estudiar y divulgar la obra de su marido.

Volví la frente: estabas. Estuviste / esperándome siempre. / Detrás de una palabra / maravillosa, siempre. / Abres y cierras, suave, el cielo. / Como esperándote, amanece. / Cedes la luz, mueves la brisa / de los atardeceres. / Volví la vida; vi que estabas / tejiendo, destejiendo siempre. / Silenciosa, tejiendo / (tarde es, Amor, ya tarde y peligroso) y destejiendo nieve...”, escribirá Otero en Ancia. Siempre tan machadiano en el fondo, se acordará también del poeta sevillano cuando escriba En castellano, que incluye, por cierto, el poema más breve en lengua castellana, “Poética”, que dice así: “Escribo / hablando”. Y hablando con don Antonio como quien espera hablar a Dios un día, le dirá, acordándose igualmente de Federico: “Sevilla está llorando. Soria / se puso seria. Baeza / alza al cielo las hoces (los olivos / recuerdan una brisa granadamente triste). / El mar / se derrama hacia Francia, / te reclama, / quiere / queremos / tenerte, convivirte, / compartirte / como el pan”.

Hoy en día, 80 años después de aquel primer poemario suyo que no lo llevó a la mística, lo recordamos en pleno regreso de las guerras mundiales: “Podrá faltarme el aire, / el agua, / el pan, / sé que me faltarán. / El aire, que no es de nadie. / El agua, que es del sediento. / El pan... Sé que me faltarán. / La fe, jamás. / Cuanto menos aire, más. / Cuanto más sediento, más. / Ni más ni menos. Más”.

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