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Actualizado: 05 dic 2021 / 11:13 h.
  • Camarón, el cantaor que catapultó a los poetas

Hoy cumpliría Camarón de la Isla 71 años. Sería un venerable cantaor pero a lo mejor no un mito, porque ya se sabe que la muerte prematura suele catapultar hacia el terreno de lo legendario a quienes han sido genios por derecho propio. José Monge Cruz (San Fernando (Cádiz), 1950 – Badalona (Barcelona), 1992) lo fue durante toda su vida de 41 años y lo ha seguido siendo en estas tres décadas en que sus melismas, sus gestos, su peinado, su forma de sentarse y de cantar y por supuesto sus letras han configurado una nueva forma de acercarse a lo flamenco.

Aunque cantó, como los juglares, todo lo que oyó desde pequeño en su casa, empezando por lo que su madre, Juana Cruz, había oído a su vez y cantaba también en las reuniones familiares, allá en la Isla de San Fernando en plena posguerra civil española, no profesionalizó su cante hasta que no empezaron a llamarlo sistemáticamente de la Venta Vargas, siendo un niño todavía, y más oficialmente cuando lo contrataron en algunos tablaos de Madrid como Torres Bermejas.

Eran los años 60 del pasado siglo y en el ambiente flamenco y popular no se pensaba en quién escribía las letras, sino en quién las decía. Tanto era así, que un vendedor de frutas en la plaza de abastos de Algeciras, también comerciante de telas en los mercadillos, le escribió las primeras letras de sus primeros discos. Mucho octosílabo, mucha irregularidad arreglada en el propio cante y mucho gracejo. “Métete en aquel rincón / donde las mosquitas no te coman. / Mosquitas no te coman / cuentas yo no le doy a nadie / primita de tu persona”, decían las primeras bulerías que, tituladas Al verte las flores lloran (otro octosílabo perfecto), constituyeron el primer tema del primer disco de Camarón de la Isla, en 1969. Incluso Antonio Fernández Díaz, más conocido en la historia del cante como Fosforito, firmaba algunos de aquellos temas, popularizados por el de la Isla, como aquel inolvidable fandango: “Toítas las personas que tienen / algún defecto moral / por consejos que le den / nunca lo convencerán / y siempre será quien es. / Yo me crié al pie de una fragua / y en la Isla yo nací. / Mi mare se llama Juana / y mi pare era Luis / y hacía alcayatitas gitanas”.

Claro que el vendedor de telas que se le componía los temas se llamaba Antonio Sánchez Pecino y tenía una fuerza de voluntad tan mayúscula y una disciplina tan acendrada, que enseguida sistematizó los discos de José con el acompañamiento a la guitarra de su propio hijo, Paco de Lucía, que venía de una carrera en solitario y que encontró en Camarón un aliado perfecto para revolucionar el flamenco sin tener que pregonarlo. Un disco por año. Aunque el título fuera El Camarón de la Isla con la colaboración especial de Paco de Lucía, cada uno de los álbumes que fueron saliendo en la década de los 70 se titulaba, popularmente, con el nombre de su primer palo: Cada vez que nos miramos (1970), Canastera (1972), Son tus ojos dos estrellas (1973), Caminito de Totana (1973), Soy caminante (1974) Arte y Majestad (1975), Rosa María (1976)...

Ninguno de aquellos discos vendió la barbaridad de las recopilaciones que se hicieron una vez muerto José, pero sus letras se popularizaron tanto, que todo el mundo daba por hecho que eran de él y no del padre de Paco de Lucía. “Flamenquita, tú que haces / tus canastitas en los puentes / siendo tan guapa y graciosa / ¿por qué vives malamente? / Canastera, canastera, canastera (...) / Mi madre me pegó un día / y de mi casa me fui / y a la pobre mare mía / cuánto la hice que sufrir”, cantaba Camarón en aquel extraño palo entre la alboreá y el fandango que se había inventado directamente Paco. En las soleares, Camarón se gustaba con una voz consolidada en el nuevo panorama flamenco de los 70: “Cada vez que nos miramos, / yo no sé por qué será / se le pone a esta flamenquita / la carita colorá”. Hasta los tarantos –un palo tan del Poniente-, con el inconfundible sabor de la comprometida poesía social, sonaban mucho más puros en la voz de Camarón: “Salgo de mi casa andando / caminito de Totana / y en la cara me va dando / la brisa de la mañana / cuando el sol ya va apuntando. / Maldito sean los dineros / que ganamos en las minas... / Yo gastármelos prefiero / aunque viva en la ruina / por si de pronto me muero”.

Camarón, el cantaor que catapultó a los poetas

El éxito de Rosa María

Tras aquel disco titulado Arte y majestad, lanzado poco antes de que muriera Franco y dedicado en título y bulerías a su ídolo, el torero sevillano Curro Romero, el año de 1976 llegó con su boda con Dolores Montoya La Chispa y un éxito rotundo desde el mismo momento de su publicación: Rosa María. Los tangos que dan nombre al disco se pusieron de moda inmediatamente y sonaban en todas partes. El público los adoraba y se los pedían al cantaor en cada uno de sus conciertos. Sin embargo, y conviene advertirlo para contextualizar, el disco tampoco fue un superventas, pues, como otros antes de la muerte del cantaor, apenas si llegó a vender unas 4.000 copias. Pero una cosa eran las ventas y otra el estribillo, de boca en boca: “Rosa María, Rosa María / si tú me quisieras / qué feliz sería (...) / Tengo celos de las flores / del espejo en que te miras / del peine con que te peinas / y del aire que respiras...”. Aquel disco, con el padre de Paco siempre por detrás, constituyó la consagración en vida del hijo de Juana Cruz, otra de aquellas cantaoras en la intimidad familiar y de la que José había aprendido tanto, incluso a memorizar las letras tarareándolas.

Camarón, el cantaor que catapultó a los poetas

La leyenda del tiempo

En cualquier caso, Camarón necesitó cambiar de aires (y de letras) para apuntalar la verdadera revolución a la que estaba llamado. Lo hizo viniéndose a Sevilla a producir, de la mano de Ricardo Pachón y con un repertorio de poemas que él necesitó releer muchas veces para interiorizar. En 1979, el disco La leyenda del tiempo, con sabor a rock, tampoco fue un éxito de ventas, pues, como recuerda su productor, “muchos flamencos lo devolvían diciendo que ese no era Camarón”. El propio José, revestido de profeta, habría de declarar en una entrevista: “Cuando hago un disco no pienso en lo que van a decir, porque yo sé que de momento no lo van a entender, hace falta un cierto tiempo para que lo entiendan”. Por allí andaban Kiko Veneno y Raimundo Amador, y por allí sonaban el teclado vertiginoso de Manolo Marinelli y el piano de su hermano Rafael, del grupo Alameda, pero también el bajo de su compañero Manolo Rosa y la guitarra de Pepe Roca. Además, se habían incorporado la flauta de Jorge Pardo y hasta el sitar Gualberto García, y, por supuesto, un guitarrista que ya no lo iba a abandonar el resto de su vida: José Fernández Torres, Tomatito.

Federico

La mayoría de las letras de aquel disco providencial no eran ya de autores aficionados, sino del gran Federico García Lorca, a quien Camarón no solo contribuyó a rescatar de los fondos del franquismo para devolverle aquel favor de que el granadino contribuyese tan decisivamente a organizar en 1922 el primer concurso de cante jondo. El poema que se cantaba en el tema que daba nombre al disco, “La leyenda del tiempo”, con estructura musical de bambera, no era originalmente una poesía de Federico, sino el parlamento de un Arlequín en una obra teatral suya bastante olvidada, Así que pasen cinco años, de 1931, precisamente cinco años antes de que asesinaran a su autor. La obra representaba la tragedia del ser humano, víctima de sus sueños y del tiempo. O sea, algo muy lorquiano. Y la letra se la aprendió de memoria media España e incluso la versionó Morente veinte años después. “El sueño va sobre el tiempo / flotando como un velero. / Nadie puede abrir semillas en el corazón del sueño. / El tiempo va sobre el sueño / hundido hasta los cabellos. / Ayer y mañana comen / oscuras flores de duelo. / Sobre la misma columna, / abrazados sueño y tiempo, / cruza el gemino del niño / la lengua rota del viejo”.

En el segundo tema del disco, “Romance del amargo” –magistral soleá por bulerías-, se rescataba una de las piezas del Romancero gitano de Lorca, concretamente el “Romance del emplazado”: “El veinticinco de junio / le dijeron al Amargo / ya puedes cortar si quieres / las adelfas de tu patio. / Pinta una cruz en la puerta / y pon tu nombre debajo / porque cicutas y ortigas / nacerán en tu costado / y agujas de mal cal mojadas / te morderán los zapatos”.

Por cantiñas de Cádiz, sonó por primera vez uno de los poemas de su libro Canciones (1921-1924): “Mi niña se fue a la mar, / a contar olas y chinas, / pero se encontró, de pronto, / con el río de Sevilla. / Entre adelfas y campanas / cinco barcos se mecían, / con los remos en el agua / y las velas en la brisa. / ¿Quién mira dentro la torre / enjaezada de Sevilla? / Cinco voces contestaban / redondas como sortijas”.

Pero no era solo Federico, sino también Fernando Villalón, aquel otro poeta y ganadero del 27, de Morón, que solo había alcanzado fama por su empeño de criar toros bravos con ojos verdes. “El barquito de vapor / está hecho con la idea / que en echándole carbón / navegue contra marea”, arrancaban aquellas alegrías de las que se nos quedó para siempre el estribillo: “Isla del Guadalquivir, / donde se fueron los moros / que no se quisieron ir”.

Un poeta persa

Para colmo de cultura, el disco incluía las bulerías Viejo mundo, con la letra de un sabio persa del siglo XI, Omar Khayyan, quien en la actual Irán no solo había sido poeta, sino sobre todo matemático y astrónomo. La letra no podía cargar con más simbolismo en plena Transición española: “Viejo mundo / el caballo blanco y negro del día y de la noche / atraviesa al galope... (...) / El mundo, un grano de polvo en el espacio / la ciencia de los hombres son palabras / los pueblos, los aniamles y las flores de los siete climas / son sombra de la nada. / Quiere al amante que gime de felicidad / y desprecia al hipócrita que reza una plegaria”.

Como el agua

Dos años después, en 1981, Camarón volvió a reunirse en un estudio con Paco de Lucía para lanzar uno de sus éxitos más rotundos, Como el agua, aunque en medio de los claroscuros que supusieron en su vida la irrupción de la heroína. Las letras de todo el disco las ponía ahora –al margen de alguna de Antonio Humanes- el hermano del famoso guitarrista, Pepe de Lucía, también cantaor. “Limpia va el agua del río / como estrella de la mañana / limpio va el cariño mío / el manantial de tu fuente clara. / Como el agua / ay, como el agua, / como el agua...”. Pepe se encargaría también de la mayoría de las letras del disco Viviré, ya de 1984...

Del madrileño Antonio Humanes serían la mayoría de las letras del siguiente disco, Calle Real (1983). Humanes les había escrito a Los Chichos, a Tijeritas y a Juan Luis Guerra y aún había de escribirle a la Niña Pastori. Aquel disco, en cualquier caso, se abría de nuevo recurriendo a García Lorca y metiendo por tanguillos su Romance de la luna, el primero del Romancero gitano: “La luna vino a la fragua / con su polisón de nardos / el niño la mira mira / el niño la está mirando”.

Y Miguel Hernández

El disco más célebre de Camarón en vida, Soy gitano (1989), con la Real Orquesta Filarmónica de Londres, volvía a ser un auténtico homenaje a García Lorca, pues la mitad del álbum eran poemas del autor Bodas de sangre, cuya “Nana del caballo grande cantaba ahora el de la Isla con un son lastimero inolvidable... También incluía el último romance del Romancero gitano (el de los bíblicos Thamar y Amnón) y hasta una de las casidas de su exótico Diván del Tamarit (1934), la de las Palomas oscuras... El disco incluía unos fandangos de Huelva que, con letra de Miguel Hernández, de su último libro (Cancionero y romancero de ausencias, 1938-1941), suponía también una metáfora del acabóse de ambos, del cantaor y del poeta, desaparecidos de este mundo tan prematuramente: “El pez más viejo del río / de tanta sabiduría / como amontonó, vivía / brillantemente sombrío. / Y el agua le sonreía. / Tan sombrío llegó a estar / (nada el agua le divierte) / que después de meditar, / tomó el camino del mar, / es decir, el de la muerte”.

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