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Actualizado: 17 jul 2022 / 12:08 h.
  • Chaves Nogales, el periodista de raza que España había olvidado (y II)

Un mes después de la muerte de Manuel Chaves Nogales -que había ocurrido tras su paso por el quirófano en un hospital londinense por una peritonitis- su mujer, Ana, y sus cuatro hijos (Pilar, Josefina, Pablo y Juncal), seguían en una espera lánguida y esperanzada a ratos, desde su refugio en el pequeño pueblo sevillano de El Ronquillo, a que terminase la mayor pesadilla del siglo y a que estallase definitivamente la paz. El periodista había fallecido el 8 de mayo de 1944, apenas un mes antes del desembarco en Normandía de tantos soldados norteamericanos como él mismo había entrevistado en Belfast. Poco antes había sufrido un accidente de coche, había adelgazado veinte kilos y presentaba un aspecto desmejorado del que su familia no era consciente, pues las cartas se habían ido espaciando y ni siquiera él tenía ni idea del cáncer que lo asolaba ya. El caso es que al funeral católico del mayor periodista español del siglo XX acudió todo el personal de la agencia informativa que él mismo había logrado montar en Londres (Atlantic Pacific Press Agency) y los embajadores de varios países latinoamericanos a los que llegaban puntualmente no solo sus propios artículos, sino los de los intelectuales igualmente exiliados en Inglaterra a los que él les pagaba, pero la noticia no recaló en El Ronquillo sino hasta un mes después, cuando su hermano Pepe, que amparaba a la familia del reportero desde Sevilla, se la llevó al pueblo con la determinación de buscarle a cada cual un futuro, bien en el País Vasco bien en el propio Londres, donde Manuel había dejado tantos amigos como agradecidas redes de contacto.

Nadie podía aventurar entonces que la esposa del autor de la biografía de Juan Belmonte, Ana Pérez, sobreviviría a algunos de sus propios hijos y no moriría hasta el año de la Expo 92, o que su hija mayor, Pilar Chaves Pérez, no iba a despedirse de este mundo hasta el 27 de julio del año pasado, a la edad de 101 años. Su padre tenía aún 46 cuando el gobierno de Franco quiso borrar su huella –tan honda- a través del Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo e impidió que el periódico ABC publicase aunque fuera una necrológica enviada por su hermano. Pero esa es la historia de la miseria de este país que tan bien traza María Isabel Cintas Guillén en la segunda parte de la biografía a la que hacíamos referencia en este reportaje literario ofrecido en dos partes desde el domingo pasado. La historia completa, la del periodista Manuel desde que se vio obligado a abandonar nuestro país a finales de noviembre de 1936, es la que nos interesa seguir difundiendo. “De mi pequeña experiencia personal puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros”, escribió en el prólogo de A sangre y fuego. “Me consta por confidencias fidedignas que, aun antes de que comenzase la guerra civil, un grupo fascista de Madrid había tomado el acuerdo, perfectamente reglamentario, de proceder a mi asesinato como una de las medidas preventivas que había que adoptar contra el posible triunfo de la revolución social, sin perjuicio de que los revolucionarios, anarquistas y comunistas, considerasen por su parte que yo era perfectamente fusilable”. Consciente de su papel incómodo para unos y otros, Chaves Nogales consigue salir hacia París los últimos días de noviembre de 1936.

Chaves Nogales, el periodista de raza que España había olvidado (y II)

De bestias y agonías

Su casa de allí se convierte pronto en lugar de encuentro para muchos refugiados. Por la capital de Francia volvió a encontrarse el periodista con Pío Baroja, quien había de recordarle, admirado, una premonitoria conversación que habían tenido algunos años antes en la casa de Chaves de la Cuesta de San Vicente. “Usted apenas sale de casa, pero esto marcha mal”, le dijo el periodista al novelista. “Los conservadores y los reaccionarios, que al principio estaban ausentes, van ganando terreno. Y, por otro lado, los comunistas están deseando que haya agitación, para ver si dan un golpe al estilo ruso”. El autor de El árbol de la ciencia le confesó tantos años después que él no sospechaba nada. “Es andar por la calle”, dijo Chaves. “Si usted se mete en su casa, con sus papeles y sus libros, ¿qué se va usted a enterar de lo que ocurre en el mundo?” Baroja, pese a todo, escribía en La Nación de Buenos Aires, como el propio Chaves había hecho desde antes de que empezara la guerra civil, y se despachaba a gusto contra los exiliados, a los que tachaba de “cucos”. “Han salido del infierno de España, de la zona roja, y se han escapado con un buen sueldo o con una comisión. Muchos se traen a sus hijos de la zona militar, porque su fervor socialista es puramente teórico. Algunos han estado en Madrid y han ejercido de policías, de carceleros, de otros oficios igualmente bajos. Hay también entre ellos periodistas delatores, proveedores del verdugo, que han denunciado a sus víctimas a los pelotones de ejecución. Todas estas personas distinguidas cobran puntualmente en la Embajada. El no cobrar se considera mal. Para ser un buen socialista hay que cobrar”.

Muy pronto, y gracias a su amistad con Emery Revesz (amigo a su vez de Churchill), que tenía una agencia, Chaves empieza a escribir artículos políticos contra las dictaduras para los principales periódicos de América Latina. Entre los últimos días de España y los primeros de su primer exilio parisino, el periodista había escrito nueve novelas cortas referidas a la guerra civil que ya en 1937 publicaría una editorial chilena con el título de A sangre y fuego. Héroes, Bestias y Mártires de España. Las nueve historias no eran “obra de imaginación y pura fantasía”, sino que “cada uno de sus héroes tiene una existencia real y una personalidad auténtica, que solo en razón de la proximidad de los acontecimientos se mantiene discretamente velada”. Fue de nuevo en el periódico La Nación de Buenos Aires donde apareció la primera de las historias, el 31 de enero de 1937. El resto de los relatos se publicaron –incluso traducidos al inglés o al francés- también en México, Chile o incluso Nueva Zelanda, y “fue así como el mundo conoció los acontecimientos que estaban ocurriendo en España en los primeros momentos de la guerra”, como explica María Isabel Cintas al comienzo de la segunda parte de esa biografía ampliada (Andar y contar) que ha publicado este año la editorial Confluencias.

Chaves Nogales, el periodista de raza que España había olvidado (y II)

Desde París, Chaves Nogales colaboró no solo con muchos medios franceses y latinoamericanos, sino también ingleses, como el periódico Evening Standard, que publicó una serie titulada significativamente “La defensa de Madrid”. Allí coincidió con el también exiliado Gregorio Marañón, en cuya casa se reunían cada martes intelectuales franceses, exiliados españoles y viajeros ingleses como Santiago Alba, Ortiz Echagüe, León Paul Fargue, Sebastián Miranda, Salvador Reyes, Azorín o el propio Baroja. Con la progresiva cesión francesa a la ocupación nazi, pronto tuvo motivos y sobrada inspiración Chaves Nogales para escribir, en primera persona, La agonía de Francia, donde daba su opinión “sobre la caída, la defección, la agonía de un país, baluarte de la democracia y la civilización, al que acudían demócratas de toda Europa que, huyendo de sus lugares de origen, confiaban en él, y que tuvieron que ver cómo Francia se entregaba al enemigo alemán y se comprometía a entregar a Hitler incluso a los propios refugiados alemanas antihitlerianos”, como puntualiza Cintas Guillén. La cooperación con el nazismo, efectivamente, culminó el 22 de junio de 1940 con la firma del Armisticio con Alemania aceptado por Pétain, “una de las mayores vergüenzas de la historia”, como insistió Chaves, quien habría de añadir: “Los ciudadanos no se asesinaban unos a otros, pero poco a poco iban asesinando entre todos al país. Francia había llegado a enamorarse de su verdugo. Esta aberración, que en el ser humano no es más que un caso de perversión sexual, al dominar a un pueblo y sobre todo a un pueblo superior como el de Francia, ha dado origen a una de las tragedias más hondas de la historia”. Como libro, La agonía de Francia se publicó en Montevideo (Uruguay) en 1941.

Chaves Nogales, el periodista de raza que España había olvidado (y II)

Ante el avance alemán sobre París, y temiendo que los alemanes vinieran a buscarlo, como de hecho ocurrió antes de que su familia terminara de quemar todos sus papeles, el periodista salió para Inglaterra en el último tren que circulaba. Pesaban en su contra sus muchas colaboraciones en la prensa francesa en las que atacaba a Hitler. Pero ahora su familia no podía acompañarlo porque Inglaterra no aceptaba a más refugiados. Así que Manuel se despidió de su esposa, embarazada de Juncal (a la que no conocería jamás) y sus tres hijos. El largo viaje de la parturienta hasta Sevilla y luego a El Ronquillo, hubiera dado igualmente para un reportaje que Manuel no pudo escribir.

La capital del mundo libre

Con Chaves a Londres iba también lo más granado de la cultura y el periodismo: Alexander Werth, corresponsal de guerra; Alexis Leger, poeta con el seudónimo de Saint John Perse y premio Nobel de Literatura en 1960; Pierre Cot, ministro del Aire con Daladier y Blum; Robert de Rothschild, banquero; Henri Bernstein, dramaturgo; Eve Curie, la hija de los científicos Curie y escritora; Julien Cain, director de la Biblioteca Nacional de Francia, etc. Lo sorprendente es que el periodista sevillano consiguiera montar una agencia de prensa en la capital del mundo libre, en los altos de la agencia Reuters, nada menos que en Fleet Street, la conocida como la calle de la prensa. La agencia, propiedad de Deric E. W. Pearson, se llamaba Atlantic Pacific Press Agency. Era evidente el patrocinio del Gobierno de Churchill y la intervención de Revesz ante el Ministerio de Información británico. Manuel se instala en la zona de Bloomsbury Square. Y apoyado por instituciones británicas, lleva al mundo el mensaje de que Inglaterra era el baluarte de defensa de las libertades. No tardó en conseguir las colaboraciones de exiliados españoles de la talla de Carles Pi i Sunyer, Salvador de Madariaga, Luis Araquistáin o Luis Cernuda, que era entonces lector de español en la Universidad de Glasgow. Pese a la difícil personalidad del autor de La realidad y el deseo, Chaves consigue que publicara un artículo sobre el éxito en Inglaterra del pintor Gregorio Prieto nada menos que un periódico de Guatemala.

Chaves Nogales, el periodista de raza que España había olvidado (y II)

Los últimos años del periodista en Londres son de un frenético trabajo, no solo en su agencia, que llega a llevar su propio nombre, sino incluso en la BBC. Pero por encima de todo destaca, casi un siglo después, la ternura de las cartas a su mujer: “Lo que no tengo es una buena foto tuya. Mándame una de la que se pueda hacer una buena ampliación para ponerla en la mesa de la oficina. Necesito tenerte delante”, le escribe en una de ellas.

Solo unas horas antes de morir, el periodista le dice a la secretaria en su agencia, Frances Kaye, y su colega desde 1920 Antonio Soto: “Tanto luchar toda mi vida por la democracia y ahora voy a morirme sin ver su triunfo”. El propio Soto habría de contar luego que decía: “Es horrible, llevo ocho años esperando ver cómo vencen al fascismo y me voy a morir precisamente en el momento en que los aliados van a invadir Europa liberándola de sus opresores”. Así fue. Su tumba, en el cementerio de Mortlake, en Richmond, sigue sin lápida.

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