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Actualizado: 25 dic 2022 / 05:00 h.
  • Cinco siglos de Nebrija, el padrino de nuestro idioma

El célebre humanista que escribió la primera gramática de una lengua derivada del latín, que en su caso fue la del castellano, no se llamó nunca Elio Antonio de Nebrija, tal y como hoy se cita, sino Antonio Martínez de Cala. Había nacido en 1444 y en Lebrija, un pueblecito rodeado por las marismas del Guadalquivir -entonces absolutamente salvajes- y en el seno de una familia de propietarios agrícolas que, sin ser ricos, pudieron permitirse que su hijo Antonio estudiara en la Universidad de Salamanca, ya que todavía faltaba medio siglo para que se fundara la de Sevilla. Con 14 años, Antoñito abandonó su pueblo y marchó por la Vía de la Plata camino de la única universidad que había entonces en su reino... Allí, por supuesto con libros en latín, estudió el bachiller de artes y, solo cinco años después, se marchó al Colegio Español de San Clemente, en Bolonia (Italia), para seguir formándose, aunque no tardó en ocupar una plaza de teólogo. Al volver, el arzobispo de Sevilla, Alfonso de Fonseca, a la sazón consejero del mismísimo rey Enrique IV, lo contrata como maestro de su sobrino, hasta que, en 1475, vuelve a Salamanca, pero ya como profesor... Allí enseñará durante 12 años, primero en la cátedra de poesía y oratoria y, más tarde, en la de gramática. Fue allí como docente, al publicar su obra más famosa en vida, un libro de texto titulado Introductiones latinae (1481), donde el lebrijano Antonio firmó, en latín, como Aelius Antonius Nebrissensis. Fue un capricho de erudito, pero había nacido su firma imperecedera: Elio Antonio de Nebrija en castellano.

Lo único absolutamente real era lo de “Antonio”. Como los romanos tenían un praenomen, un nomen y un cognomen, Antonio quiso firmar igual. De modo que se dejó Antonio de nomen, eligió lo de Elio como praenomen y se colocó su pueblo en latín (Lebrixa, que en época latina fue Nabrissa pero él prefirió con e) como cognomen. Aelius Antonius Nebrissensis. La estructura clásica (tria nomina) no debió de sonarle nada mal. Aelius procedía de la antigua Hispania, pues al fin y al cabo Aelius habían sido Elio Trajano y Elio Adriano, los grandes emperadores romanos, paisanos suyos... Antonio Martínez de Cala no usó nunca en vida esta versión de su nombre, pero sí empezaron a hacerlo algunos de sus descendientes directos, y teniendo en cuenta que tuvo nueve hijos no es de extrañar el empuje que tuvo el apelativo libresco de quien bien podría haber sido conocido en la posteridad como Antonio de Lebrija, a secas.

Orgulloso de Lebrija

Antonio murió en Alcalá de Henares casi 79 años después de haber nacido, ha hecho el pasado 2 de julio cinco siglos exactamente, pero jamás olvidó su verdadera patria chica. En el poema “Salutatio ad patriam”, incluido en las primeras páginas de su famoso libro de texto de latín (Introductiones latinae) que llegó a ser conocido entre los estudiantes como “el Antonio”, recuerda a su padres, Juan y Catalina y sublima aquella niñez marismeña con estas bellas palabras: “Salve, casita mía. Aquí respiré por primera vez las auras vitales, y abrí los ojos a la hermosa luz. Aquí me dio el pecho la nodriza la primera vez. Aquí recibí, al nacer, las primeras caricias de mis padres, y este lugar oyó mis primeros vagidos. Aquí estaba la cuna donde me acostaban; aquí me cantaba mi madre para que me durmiera. Aquí me colgaba del cuello mi padre, y era peso dulcísimo para él, y carga agradable para el regazo de mi madre. Aquí me arrastré por el suelo; en esta pequeña era comencé a andar a gatas sostenido en mis tiernas manos; aquí comencé a hacer pinitos, y agitando el sonajero, le decía con mi media lengua ternezas a mi madre. Estas paredes me vieron jugar con otros niños de mi edad, y me vieron perder y ganar a las nueces. Aquí jugué a la guerra montado en una caña larga que hacía de caballo; pero mi juego predilecto era la peonza”.

Cinco siglos de Nebrija, el padrino de nuestro idioma

Este texto, nuevamente rescatado en el cuadernillo didáctico preparado por la Junta de Andalucía bajo la supervisión de la catedrática Lola Pons para ser repartido por los institutos, es realmente emocionante si se considera el amor de Antonio de Lebrija por su pueblo después de toda una vida dedicada al estudio de una lengua que también era patria. “Heme aquí sano y salvo después de tantos años, después de tantos peligros”, escribía quien había llegado a ser procesado incluso por la Santa Inquisición por atreverse a traducir la Biblia a su manera. “Recíbeme en tus brazos, no desdeñes al hijo que te ha colmado de gloria y ha inmortalizado tu nombre. No te enojes conmigo, pensando que no tengo amor a mis padres ni a mi patria porque he tardado tanto en volver al suelo natal. Aquí donde descansará también mi padre con todos sus antepasados, aquí donde se ha mezclado el polvo de toda la casa, aquí dormiré yo el último sueño, para que ya que pude estar con vosotros en vida, pueda disfrutar de vuestra compañía después de la muerte”.

Latinista en Extremadura

Suele asociarse el nombre de Nebrija con Sevilla, evidentemente, pero sobre todo con Salamanca, por la universidad; con Bolonia, donde continuó sus estudios; o con Alcalá de Henares, donde terminó de profesor y murió. Desde luego, fue en la universidad salmantina donde su nombre alcanzó un reconocimiento inmediato no exento de polémica, pues critica que sus propios compañeros profesores no supieran suficiente latín como para entender el sentido completo de los textos... Pero pocas veces se subraya que sus años más productivos fueron los de Extremadura. Bajo el mecenazgo de don Juan de Zúñiga, maestre de la Orden de Alcántara y antiguo discípulo suyo, fue en Zalamea de la Serena y otras localidades como la propia Alcántara donde Nebrija, alejado ya de la obligación de las clases, encontró su pretendida concentración para el estudio y para terminar definitivamente su Gramática castellana, que no se publicaría hasta agosto de 1492 con aquella referencia a que la lengua era “compañera del imperio” si bien pensando más en África que en la desconocida América... Por otro lado, también en tierras extremeñas escribiría Nebrija sus dos diccionarios bilingües, pues en 1492 se publica el de latín-español y en 1492, el español-latín.

Excelente ejemplificador

Insiste la profesora Lola Pons en que Nebrija no era un estudioso encerrado en la biblioteca, sino que respiraba cómo se hablaba en la calle. Era un pragmático adelantado realmente a la época que le tocó vivir. En sus obras, siempre ejemplifica con referentes cercanos. En la propia Gramática, por ejemplo, dice, hablando de sustantivos comunes o propios: “Propio nombre es aquel que conviene a uno solo como César, Pompeyo. Común nombre es aquel que conviene a muchos particulares, que los latinos llaman apelativo, como hombre es común a César y Pomeyo, ciudad a Sevilla y Córdoba, río a Duero y Guadiana”. Más adelante, puede leerse: “Nuestra lengua no tiene tales prenombres, mas en lugar de ellos pone esta partecilla don, cortada de este nombre latino dominus, como los británicos ser y miser por ‘mi señor’, los franceses mosier, los aragoneses mosén, los moros abicid mulei”. Explicando verbos y nombres, por otro lado, dirá que “Verbales se llaman aquellos nombres que manifiestamente vienen de algunos verbos, y salen en diversas maneras, porque unos se acaban en anza, como de esperar, esperanza, de estar, estanza, de alabar, alabanza, de enseñar, enseñanza... y otros salen de enta, como de vender, venta, de rentar, renta, de contar cuenta, o de imprentar, imprenta”.

Cinco siglos de Nebrija, el padrino de nuestro idioma

El último protector de Nebrija fue nada menos que el cardenal Cisneros, quien lo colocó como titular de la cátedra de Retórica en 1513 en la recién fundada Universidad de Complutense, que entonces no estaba en Madrid, sino en Alcalá de Henares, y quien lo libró de un proceso inquisitorial por “impío” al proponer una reinterpretación de términos bíblicos de la versión de la Vulgata. Nebrija, que también escribió libros sobre educación en términos sorprendentemente modernos, como De liberis educandis, se dedicó casi durante toda su vida al concienzudo estudio de la Biblia en sus versiones latina, griega y hebrea. Y su contestación a aquel intento de proceso inquisitorial no fue sino un texto, titulado Apología, en el que defiende, tan adelantadamente, la libertad de expresión: “¿Qué diablos de servidumbre es esta, o qué dominación tan injusta y tiránica, que no te permita, respetando la piedad, decir libremente lo que pienses?”, escribe Nebrija, y añade: “¿Qué digo decirlo? Ni siquiera escribirlo escondiéndote dentro de los muros de tu casa o excavar un hoy y susurrarlo dentro, o al menos meditarlo dándole vueltas en tu interior”.

En la introducción del cuadernillo didáctico que la Junta ha puesto este año a disposición de los institutos de Educación Secundaria, aunque no hayan llegado todos los que deberían en tiempo y forma, puntualiza Lola Pons: “Aunque su obra lingüística es hoy la producción más valorada de Nebrija, el autor sevillano escribió sobre otros temas: botánica, cosmografía, mediciones del tiempo... Escribió también poesía, aunque solo en latín: versos que se dedican a las ruinas romanas, a los Reyes Católicos o a su propia infancia”. O sea, que más allá del año del quinto centenario de su muerte, bien merecería Nebrija otro reportaje literario. Todo se andará.

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