Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
Actualizado: 01 ago 2021 / 04:00 h.
  • Cinthia María Hamlin.
    Cinthia María Hamlin.

Cualquier idioma alcanza la mayor aventura de su vida en el momento en que a alguien le da por apuntar todas sus palabras conocidas o apenas esbozadas en un diccionario. Con el castellano, dieron buena muestra de precisión y paciencia Sebastián de Covarrubias con su Tesoro de la lengua castellana o española allá por 1611, muchísimo antes de que la RAE decidiera publicar su primer Diccionario de Autoridades. Cuatro siglos después, desde la mesa camilla de su propia casa, María Moliner hizo lo propio después de varias décadas empeñada en su Diccionario de Uso del Español. Reflexionó sobre todo ello con brillantez Gabriel García Márquez en un prólogo que le encargó el Diccionario Espasa, donde el Premio Nobel recordó sus desvelos con la definición de la palabra “amarillo”. Covarrubias lo había definido, sucintamente, como “del color del limón”. Y aunque el autor de Cien años de soledad intuyó el color del cítrico gracias a aquellos versos lorquianos en el poema de Antoñito el Camborio, que “a la mitad del camino / cortó limones redondos, / y los fue tirando al agua / hasta que la puso de oro”, en realidad no comprendió la ocurrencia de Covarrubias hasta que vino por fin a Europa y comprobó que, al contrario de lo que ocurre en el Caribe, los limones aquí sí pasan de verdes a amarillos.

El misterio del primer diccionario castellano


El caso es que, en esta deliciosa aventura de quién fue el primero que se puso a apuntar palabras de la lengua en que hablaba y pensaba, se le había concedido tal título al también autor de la primera Gramática castellana, el lebrijano Elio Antonio de Nebrija, que publicó en efecto un Diccionario español-latino en 1494, apenas dos años después de su Gramática. Pues resulta que precisamente ahora que se celebra el V centenario de la muerte de Nebrija, el Boletín de la Real Academia Española acaba de publicar un estudio de la investigadora argentina Cintha María Hamlin que apunta a la posibilidad de que otro lingüista, Alfonso Fernández de Palencia, fue en realidad el autor del primer Vocabulario romance latín que llegó a la imprenta. Y además ocurrió en Sevilla, donde el mismo Palencia había publicado antes su Universal Vocabulario (1490) con la misma tipografía gótica (Ungut & Polonus) que a la descubridora argentina le ha servido de pista cuando vio insertas en el primer tomo de esta obra que guarda la Rare Books and Special Collection de la Universidad de Princeton (EEUU) dos hojas impresas que no pertenecían a dicho ejemplar. La primera de esas hojas contiene un prólogo castellano-latino a dos columnas en el que un autor anónimo (que Hamlin cree que es Palencia) dedica la obra a la reina Isabel la Católica. La segunda hoja recoge solo 77 entradas del vocabulario castellano-latino, desde la entrada apuesta hasta arcaz por una página y desde arco hasta arrebocar en la otra.

Nebrija, pese al descubrimiento, conserva su mérito como latinista y la gloria de ser el primer autor de una gramática castellana, pero se le tambalea ahora el de ser el primer autor de un Diccionario romance-latino.

Las pruebas del descubrimiento

A la autora de la investigación le han servido las primeras líneas del prólogo descubierto para empezar a señalar al autor del anteriormente publicado Universal Vocabulario como autor de este inacabado diccionario que presuntamente se dio a la imprenta en Sevilla. Dice el prólogo: “Para que la lengua latina más prestamente se pueda alcançar, nos esforçamos a ordenar este vocabulista, dedicado a la muy alta y muy exçelente prinçcesa y cristianissima, y por eso muy poderosa, Doña Ysabel reyna de los reynos de Castilla y de León, de Aragón, de Seçilia y de Granada, etc., copilado de todos los más vocablos de romançe que pudo nuestro trabajo alcançar...”.


El misterio del primer diccionario castellano


El hecho de que aparezca ya “Granada” como conquistada por los Reyes Católicos (tuvo lugar el 2 de enero de 1492) frente al hecho de que la tipografía gótica del impreso esté datada en Sevilla entre 1491 y 1493 estrecha el período del prólogo, forzosamente, a entre 1492 y 1493, y el Vocabulario español de Nebrija, sin embargo, salió a la luz en 1494. Por otro lado, la brevedad del citado prólogo difiere de “la elaboración retórica que caracteriza los prólogos de Nebrija”, apunta Hamlin, y además, el autor de este prólogo se presenta como indigno para tal trabajo, mientras que Nebrija “se presenta como profesional de la lengua, como maestro o maestro gramático”. Por si fuera poco, Palencia, que muere precisamente en Sevilla en marzo de 1492, hace coincidir prácticamente en un 50%, tanto ortográficamente como en las citas de autoridad utilizadas para cada definición, con los términos que ya había usado en su propio Universal Vocabulario, según localiza y señala pormenorizadamente Hamlin en su estudio. Palencia no solo se basa en su propia obra anterior, sino en fuentes mucho más antiguas como el Catholicon de Giovanni Balbi (lexicógrafo italiano del siglo XIII), el Vocabularium vel Elementarium de Papias (del siglo XI), el Comprehensorium de Johannes Grammaticus (siglo XV), el Derivationes de Ugaccione da Pisa (siglo XII) o incluso el De verborum significatione de Sexto Pompeyo Festo, un gramático romano del siglo II d. C.

El misterio del primer diccionario castellano


Pero, ¿quién fue Alonso Fernández de Palencia?

Parece claro que se crió en un contexto jodeoconverso y que nació sobre 1423 (como 20 años antes que Nebrija), aunque no se tiene claro si Palencia, en El Burgo de Osma o incluso en Sevilla. Lo que sí parece cierta es su relación con la familia de los obispos de Burgos Pablo de Santa María y su hijo Alfonso de Cartagena, pues con apenas 17 años marcha con este a una misión encomendada por el mismísimo rey Juan II de Castilla. Estudió Humanidades en Italia y trabajó al servicio del cardenal Basilio Besarión. Volvió a España en 1453, cuando cayó Constantinopla, se inventaba la imprenta y terminaba la Guerra de los Cien Años. Sirvió durante unos años en la casa del arzobispo Fonseca, en Sevilla, y más tarde terminó siendo cronista oficial de la reina Católica, que le encargó diversas misiones más allá de las historiográficas, como participar en el establecimiento de la Santa Hermandad en Sevilla. Sucedió al poeta Juan de mena en el cargo de cronista del reino por orden de Enrique IV.

Su obra historiográfica más reconocida es Gesta Hipaniensia ex annalibus suorum diebus colligentis, más conocida como Décadas por el hecho de que se organiza en décadas al estilo de Tito Livio. Esta crónica cubre los acontecimientos desde finales del reinado de Juan II hasta la consolidación en el trono de los Reyes Católicos. Asimismo escribió Anales de la Guerra de Granada, que narra estos acontecimientos hasta la toma de Baza en 1489. Para el castellano, sin embargo, son más importantes obras como el Opus Synonymorum, sobre el estudio de los sinónimos, el ya mencionado Universale Vocabulorum, que realmente representa el primer esfuerzo lexicográfico en nuestra lengua, un Compendiolum geográfico, a la sazón un nomenclátor toponímico de su época y hasta varias epístolas latinas. Por otro lado, tradujo las Vidas de Plutarco y Guerras de los judíos con los romanos y Contra Appion grammático, de Flavio Josefo. Todas estas obras, por cierto, se editaron en Sevilla.