Facebook Twitter WhatsApp Linkedin
Actualizado: 08 dic 2021 / 13:39 h.
  • Inmaculada Concepción, el dogma que le gustaba hasta a Lutero

La historia de la festividad que se celebra hoy en toda España, la de su Patrona, la Inmaculada Concepción de María, es interesantísima por el cúmulo de paradojas celestiales y mundanas que encierra desde hace dos mil años. La primera paradoja es que fuera un rey tan ilustrado como Carlos III quien pidiera formalmente al papa Clemente XIII que la proclamara patrona de España para recoger el supuesto sentir del pueblo español. El papa, haciéndole caso al monarca español, hizo su proclamación el 25 de diciembre de 1760, prácticamente un siglo antes de que otro papa, Pío IX, proclamara el dogma llamado inmaculista el 8 de diciembre de 1854.

La segunda paradoja es que la Iglesia tardara tanto, casi dos milenios, en convertir en dogma lo que ya parecía de creencia pública: que la Virgen María tenía que haber sido reservada por Dios, desde el principio de los tiempos, para acoger en su seno al mismísimo Dios hecho carne y, por tanto, no podía tener pecado original como el resto de los mortales, descendientes de Adán y Eva. La redacción del dogma, hace ahora 167 años, tiene su propia inquietante amenaza interna: “Si alguno tuviera la temeridad, lo cual Dios no permita, de dudar en su corazón lo que por Nos ha sido definido, sepa y entienda que su propio juicio lo condena, que su fe ha naufragado y que ha caído de la unidad de la Iglesia y que si además osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho”.

El propio Pío Nono, el papa más duradero de la Historia –hecho beato luego por Juan Pablo II- afirmaría en 1857 que “fue España la nación que trabajó más que ninguna otra para que amaneciera el día de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María”.

Una larga historia en la Península

Muchos siglos antes de que Carlos III hiciera aquella petición al papa, en el XI Concilio de Toledo, en pleno siglo VII, el rey visigodo Wamba ya ostentaba el título de “Defensor de la Purísima Concepción de María” y fue por él por lo que otros muchos monarcas en la Península Ibérica terminaron siendo devotos de la misma advocación, desde Fernando III el Santo, en Castilla, hasta Jaime I el Conquistador, en Aragón.

La cofradía que se conoce más antigua en nuestro país en honor de la Inmaculada fue creada en Gerona en 1330. En el siglo XVI, y empujadas tal vez por el empeño de los franciscanos, proliferaron ya muchas cofradías bajo la advocación de la “Pura y Limpia Concepción de María”, especialmente dedicadas a labores de asistencia social. Hay que recordar que los propios emperadores Carlos I y su hijo Felipe II solían portar en los estandartes de sus campañas militares a la Inmaculada. El primer templo de todo el mundo que se dedicó a la Purísima Concepción se construyó en Huelva en 1515, aunque el Terremoto de Lisboa de 1755 lo dañara tanto que necesitó de una profunda reforma, pero en cualquier caso ahí sigue.

Tanta era ya la importancia que tenía la Inmaculada en la España Barroca (recuérdense las muchas que pintó Murillo), que desde 1644 se declaró fiesta de guardar en todo el Imperio español, mucho antes de que la declarara así el papa Clemente XI en 1708. Sería ya el papa Clemente XIII quien emitiera la bula Quantum Ornamenti en respuesta a una súplica del ilustrado Carlos III. Así se proclamó la Inmaculada no solo patrona de España, sino también del Nuevo Mundo.

Contra el Naturalismo del siglo XIX

Que la Inmaculada tenía buena prensa en la España moderna es indudable, pero en pleno siglo XIX parecía claro que necesitaba algo más, un dogma rotundo, por ejemplo. Señala con acierto el historiador Francesco Guglieta -experto en la vida de Pío IX- que la cuestión de fondo que impulsó al papa a la proclamación del dogma fue seguramente el hecho de que se pusiera de moda el Naturalismo, ese movimiento cultural que despreciaba toda verdad sobrenatural. Derivado del Realismo y en plena efervescencia racional de los descubrimientos científicos, apenas un lustro antes de que Darwin publicara El origen de las especies, por ejemplo, el papa se adelantó. Dice Guglieta en un artículo publicado en 2008 en L’Osservatore Romano que “la afirmación de la Concepción Inmaculada de la Virgen ponía sólidas bases para afirmar y consolidar la certeza de la primacía de la Gracia y de la obra de la Providencia en la vida de los hombres”.

Para entonces, aunque los protestantes consideraran ya que la mariología no se enseña en La Biblia, lo cierto es que el propio Martín Lutero afirmó en un sermón datado en 1527: “Es dulce y piadoso creer que la infusión del alma de María se efectuó sin pecado original, de modo que en la mismísima infusión de su alma ella fue también purificada del pecado original y adornada con los dones de Dios, recibiendo un alma pura infundida por Dios; de modo que, desde el primer momento que ella comenzó a vivir fue libre de todo pecado.