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Actualizado: 20 sep 2016 / 13:47 h.

Desde el Dormitorio alto al patio de Santa Clara, pasando por los Jueves Flamencos, el público sevillano puede presumir de haber visto crecer a Manuel Valencia, o al menos de dar su estirón definitivo. El pulcro muchacho jerezano que tocaba como un viejo ha pasado a ser, en pocos años y a ojos vista, un consumado guitarrista, y anoche lo demostró con un recital a la altura de lo que se esperaba de él.

Calentó al auditorio con la hermosa rondeña inicial, para pasar casi sin respiro a esa bulería por soleá, Gandinga, que es ya uno de los puntos fuertes de su repertorio. La tocó con una fuerza impresionante, esa energía juvenil que es la envidia de los veteranos, y al rematarla se dibujó en su rostro una sonrisa ancha que era el mejor de los presagios. Había ambiente de noche grande de Bienal, y Valencia siguió dando motivos para creerlo con esa minera-fandango que mostró su lado más melódico y creativo con la asistencia del violinista Bernardo Parrilla, a quien siempre es una delicia oir.

Sin embargo, el subidón de endorfinas se vio refrenado, primero, por unas alegrías en las que la guitarra, al menos desde el rincón en que nos hallábamos, desapareció sepultada bajo la artillería de cuatro palmeros además de la percusión de Cepillo. Y después, por las malagueñas y verdiales con Juan José Amador, que no parecía la voz más indicada para esta noche. Y no porque el maestro no esté capacitado para cantar lo que se proponga –eso es cosa probada–, sino porque la propuesta de Valencia iba por derroteros muy distintos a los que acabaron discurriendo. Se echó de menos a una voz más identificada con el toque del jerezano, como la de sus compadres David Carpio o el propio Jesús Méndez, más genuina y cercana, más cómplice si cabe.

Cayó un manto de humedad sobre el patio de Santa Clara, pero la brasa todavía podía alentarse. Y lo hizo, vaya si lo hizo, con la bulería que le cantó Felipa del Moreno a Pastora Galván, estelar en ese arte difícil de buscar el equilibrio entre la contención y el desafuero, volviendo locos a los relojes con su baile. Manuel Valencia, enorme en el acompañamiento, volvió a sonreír con todos los músculos faciales. Y siguió haciéndolo con una seguiriya que fue una obra de arte, y con esa otra bulería, Neferet, que hizo murmurar a un espectador a mi lado: “Qué contento estaría su tío Fernando [Terremoto] de verlo ahí”. Y con razón. La noche estaba salvada con nota, y Sevilla volvía a confirmar al joven sabio. La rumba del bis, Najando, fue la propina que puso el broche a un recital más que óptimo.

Sobrado de compás, increíblemente seguro y con un soniquete de los que ya no quedan, Manuel tiene entre sus grandes virtudes haber incorporado a su toque un acervo muy amplio. Ahí se reconocen las huellas indelebles de los Morao y Parrilla, y acaso de Cepero, las evoluciones de Paco y también de Gerardo Núñez, pero también las aportaciones que vienen haciendo Diego del Morao o Dani de Morón, por citar algunos de su generación. Así, absorbiendo todo, se ha convertido en una precoz enciclopedia ambulante, pero todavía es una incógnita la definición de su discurso, el cuño definitivo de su sello personal. Lo esperamos y lo tendremos, sin duda, porque Manuel Valencia llegó para quedarse.

Entre mis manos***

GUITARRA Manuel Valencia

CANTE Felipa del Moreno

VIOLÍN Bernardo Parrilla

PERCUSIÓN Ángel Sánchez ‘Cepillo’

PALMAS Carlos Grilo, Manuel Salado, Diego Montoya, Juan Diego Valencia

ARTISTA INVITADA Pastora Galván

COLABORACIÓN ESPECIAL AL CANTE Juan José Amador