Parece mentira, pero el 23 de enero nunca ha pintado bien. Tal día como hoy de 1883 murió el pintor, escultor e ilustrador francés Paul Gustave Doré, aquí archiconocido porque nos sirvió en bandeja la discutida imagen que del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha hubieran podido tener nuestros antepasados al leer sus disparatadas aventuras. Fue retratarlo Doré en la edición de la famosa novela de Cervantes en 1863 y ya todos interiorizamos aquella imagen del loco de los molinos de viento. Pero es que un 23 de enero también, pero de 1944, murió asimismo el pintor y grabador noruego Edvard Munch, el célebre pintor que adelantó todo el expresionismo alemán con su cuadro de El grito. Basta decir el título del cuadro para que todos lo visualicemos. Mucho más recientemente, el 23 de enero de 1989 murió otro pintor, mucho más nuestro en el espacio y en el tiempo: el genio del surrealismo español Salvador Dalí, uno de los nombres artísticos más relacionados con la Generación del 27, con el cine que vino a partir de Buñuel y con esa estrategia que la publicidad moderna aprendió luego: que hablen de ti aunque sea mal. Los tres pintores de los que hablamos, con intervalos de aproximadamente medio siglo, murieron un 23 de enero.
De alguna manera, puede trazarse una línea transversal de sentido que los une a los tres. Porque tanto Doré como Munch como Dalí se inspiraron profundamente en la literatura, los tres miraron a tiempos pretéritos como el Renacimiento y los tres fueron escandalosamente modernos en el sentido de retratar, más allá de lo que los ojos son capaces de ver, sentimientos que solo el alma es capaz de captar: la locura, la angustia, los sueños.
Doré fue siempre en la misma línea, porque no solo alcanzó celebridad por El Quijote, sino también por la Biblia y por la Divina comedia. Fue él quien sirvió la imagen clásica que generaciones de lectores comunes y artistas de otras disciplinas tuvieron de personajes tan legendarios como los que aparecen en esos libros del canon occidental hasta bien entrado este siglo. Doré nació en Estrasburgo y con solo quince años fue contratado por Charles Philipon para que hiciera una litografía por semana. Con veinte años, ilustra obras de Lord Byron y eso le abre las puertas para ilustrar a escritores ingleses, como ocurrió de hecho con El cuervo de Edgar Allan Poe. La inspiración para ilustrar El Quijote la encontró en España, evidentemente, pues en 1862 viajó por todo el país con el barón Davillier. Cuando le tocó el turno a Londres, después de firmar un contrato con la editorial Grant & Co por 10.000 libras esterlinas al año, al éxito comercial se le sumaron las críticas de quienes se escandalizaron de que Doré mostrara la pobreza londinense. Qué atrevimiento. El periódico Art Journal lo acusó de “fantasioso más que de ilustrador”, pero a partir de ahí le llovieron los encargos.