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Actualizado: 17 abr 2021 / 14:31 h.
  • Una joven prometedora: jocosa y divertida, construye un ideario más feminista y más justo

En la década de los setenta y ochenta la industria norteamericana del cine lanzaba al estrellato a personajes protagonizados por Charles Bronson, Chuck Norris y Clint Eastwood. Este último triunfaba con la saga de Harry, el fuerte (1973) y sus secuelas, el sucio y el ejecutor. Con La lista negra (1988) el controvertido inspector de policía de Los Ángeles Harry Callahan ya se había convertido en todo un icono social. Con su desatada virilidad el servidor de la ley cumplía con sus obligaciones, acababa con los malotes y diseminaba a lo largo y ancho del planeta una ideología malsana y ultraconservadora. A Chuck Norris la industria norteamericana lo rescata del cine de artes marciales para lanzarlo como ídolo de acción en la lucha por las libertades patrias. El actor estadounidense protagoniza películas como Los valientes visten de negro (1978), Golpe por golpe (1981) y las sagas de Desaparecido en combate (1984) o Delta Force (1986), en un contexto socio político dominado por las políticas imperialistas y de sombras oscuras de los presidentes Jimmy Carter y Ronald Reagan.

En 1974, se estrena la película protagonizada por Charles Bronson, El justiciero de la ciudad, en ella se narra la vida de Paul Kersey, un ciudadano normal de Nueva York que tras la muerte de su mujer y la violación de su hija decide vengarse acosando a todos los delincuentes de la ciudad que actúan por la noche. La historia por desagradable y deleznable tiene éxito y la vida y las andanzas de este don nadie se convierte en otra saga cinematográfica. La industria cinematográfica acepta la normalización del hecho vengativo con muertes y sangre en la pantalla. Lo que hasta entonces era el trabajo propio de los cuerpos de seguridad y justicia, se admite y banaliza. A partir de este momento un cualquiera está legitimado para juzgar, sentenciar e impartir orden. Pero, eso sí, para poder hacerlo tiene que tener ciertas condiciones: ser hombre, varón, heterosexual y blanco. Una vez más, el androcentrismo ensancha sus principios y valores a través del arte. El cine es utilizado como herramienta para ayudar a solidificar determinados idearios.

No es el caso de la protagonista de Una joven prometedora. Porque ella, tras la violación de una amiga, lo que pretende es esclarecer los hechos y nos propone ver y mirar de otra manera, sin muertos, sin sangre. Nos invita a pensar. Quiere ofrecer luz donde hay impunidad, dar la consideración que se merecen las víctimas y derretir, para cambiarlo, ese ideario machista y opresor que se esconde tras un hecho tan deplorable. No existe una celebración de la venganza si no un juego bien urdido para denunciar a quien comete el delito, lo oculta, lo obvia, es cómplice o se exime del mismo.

Tensión, denuncia e inteligencia argumental y escrita unidas para dar como resultado un producto exigente, ágil además de jocoso y divertido. Lo que vemos puede ser un cuento o más bien una sátira. Seguro que provoca irritación y salpullidos entre cipotones ya que es todo un cañonazo a la línea de flotación de los pilares del machismo más rancio. Pero lo que vemos en la pantalla es algo más porque aprovecha los recursos del cine, guión, montaje, fotografía y sonido para zarandear el sistema de referencia conocido. Finalmente todo encaja y termina por reconstruirlo. Es la fórmula adecuada para la elaboración de otro ideario más feminista y más justo. Es la reivindicación de la igualdad y de un cine producido, dirigido y protagonizado por estupendas e inteligentes mujeres; Margot Robbie, Emerall Fennell y Carey Mulligan.


Crítica CINE à José Serrano Rodríguez

Una joven prometedora ****

Reino Unido, Estados Unidos 2020 113 min.

Dirección Emerall Fennell Intérpretes Carey Mulligan, Bo Burnham, Alison Brie, Connie Britton, Jennifer Coolidge, Adam Brody.

Drama