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Actualizado: 17 ene 2021 / 04:00 h.
  • Una pareja de londinenses se protege con mascarillas de la gripe española. MARY EVANS/ Una pareja pasea, ataviados con una mascarilla para defenderse del coronavirus. EL CORREO DE ANDALUCÍA
    Una pareja de londinenses se protege con mascarillas de la gripe española. MARY EVANS/ Una pareja pasea, ataviados con una mascarilla para defenderse del coronavirus. EL CORREO DE ANDALUCÍA

El 1 de Enero de 1918, una diminuta noticia se dejaba ver entre las abigarradas columnas del New York Times. Pasó desapercibida: La Gran Guerra acaparaba toda la atención. El titular era el siguiente: “Extraña epidemia sacude el norte de China”. En un telegrama enviado desde Pekín, el corresponsal del New York Times advertía que, aunque ya había decenas de miles de casos, contagiados por una epidemia “muy parecida a la de la gripe”, no había de qué preocuparse: Aquella enfermedad no era fatal, y en el curso de cuatro días, el paciente se recuperaba.

El 31 de diciembre de 2019, el Hebei Daily News, periódico oficial de la provincia china de Hebei, y controlado por el Partido Comunista Chino, se hacía eco de una información transmitida por la Comisión de Salud de Wuhan: Acababan de detectarse varios pacientes infectados por una neumonía de tipo desconocido. Pero tampoco había por qué preocuparse: Dicha neumonía no parecía contagiarse entre personas.

El mundo, en ambos casos, siguió su curso. La gripe de 1918 se cobró la vida de 40 millones de personas. Otras estimaciones ascienden hasta los 100 millones: Más que las dos guerras mundiales juntas. El coronavirus, por el momento, la de dos millones. La gripe de 1918 vagó por los siete continentes durante dos años: En 1920, se esfumó. El coronavirus ya lleva un año con nosotros. Se desconoce si las vacunas lo eliminarán por completo.

Gripes leves

La gripe española no nació en España. Tampoco fue en nuestro país donde golpeó con más dureza. Pero el resto de naciones estaban inmersas en la Primera Guerra Mundial, con lo que fuimos la única en informar abiertamente sobre este virus. Las demás, temerosas de desmoralizar a las tropas, disminuían el impacto de la gripe del 18: Ya había suficientes muertes.

Si bien es muy probable que la gripe española se originase en China, debido a una mutación de una cepa aviar, fue en Fort Riley, en el estado de Kansas, donde tiende a localizarse el epicentro de la pandemia gripal: El 4 de marzo, un soldado enfermó. En menos de un día, varios de sus camaradas presentaron sus mismos síntomas. Y en abril, pusieron rumbo a Europa, llevando consigo las armas para combatir al enemigo; pero también, sin que lo supieran, como un peligroso polizón, al virus que, a lo largo de dos años, asolaría el mundo.

Sin embargo, los medios estadounidenses siguieron describiendo la gripe del 18 como una neumonía. El periódico Santa Fe Monitor, de Kansas, cubrió las infecciones de Fort Riley, cuidándose mucho de no distraer a los soldados ni aterrorizar a sus familiares: Hablaba de pacientes que enfermaban de neumonía; y de pacientes que, días después, se recuperaban. No había más.

El doctor Loring Miner no parecía tan seguro: Aquella gripe estaba llevando a su consulta a hombres jóvenes y fuertes cuyo estado era muy grave. Así que, en junio, envió al Public Health Reports, una revista de salud pública, un aviso: Una gripe de naturaleza indeterminada estaba detrás de los contagios. En la revista, se matizaba, no obstante, que “la gripe causaba síntomas leves”. En julio, la primera ola de la gripe española cesó. Muchos ni siquiera supieron de su existencia.

El del coronavirus es un camino distinto: En menos de un mes, la “neumonía de tipo desconocido” se convirtió en el SARS-CoV- 2. Los científicos secuenciaron su genoma (el código molecular) y pusieron en marcha los primeros tests de diagnóstico. El 16 de marzo, en Estados Unidos, comienzan los ensayos para desarrollar una vacuna contra el coronavirus. Sólo para identificar la gripe española como un patógeno diferente al resto tuvieron que pasar ocho meses. Sin embargo, ambos virus comparten similitudes, tanto biológicas (algunos de los síntomas causados son idénticos, las vías de transmisión coinciden y el material genético de ambos virus es el ARN) como sociales: La virulencia del coronavirus y la de la gripe española fueron menospreciadas en sus orígenes. Tanto en 1918 como en 2020, la población se sorprendió ante el avance fulgurante de lo que, en principio, no era más que una “gripe leve”.

Un año, dos olas

Las olas de la gripe española en 1918 fueron dos: Una, de marzo a junio, más ligera; y otra, en otoño. Fue la más mortífera: Australia, ignorada por la primera ola de gripe, fue sacudida por la segunda. De no registrar ningún caso pasó a sumar más de 80.000 muertos.

Las olas del coronavirus en 2020 también fueron dos: una en primavera y otra, en otoño. En algunas regiones, como en Andalucía, la segunda ola comenzó a levantarse ya en agosto. La diferencia radica en el momento en el que se tomaron medidas para combatir la epidemia: Wuhan, centro neurálgico del coronavirus, le hizo frente mediante un confinamiento total apenas treinta días después de que se detectase el primer caso. Con la gripe española, los países se demoraron hasta la segunda ola, y las decisiones nunca fueron tan drásticas: En Chicago, por ejemplo, se cerraron espacios públicos y se prohibieron las reuniones. Los teléfonos (y, en ocasiones, las propias telefonistas) se fumigaron diariamente para evitar que se propagase el virus. Y en San Francisco, tierra de pioneros, se decretó el uso de mascarillas, so pena de, como advirtieron los periódicos, ir a la cárcel. Las mascarillas, que aterrizaron en Europa (París y Mánchester principalmente), fueron de poca utilidad, ya que se elaboraban con gasas que no impedían el contagio.

La escasez de personal sanitario ha sido el denominador común de ambas epidemias: La segunda ola de la gripe española, envilecida debido a la mutación del virus, se recrudeció al azotar hospitales ya estragados por una primera oleada. Conviene recordar, además, que muchos enfermeros estaban desplazados en el frente. En Chicago, se recurrió a la demanda de voluntarios para suplir las bajas entre médicos y enfermeros. En muchas ciudades del mundo se construyeron pabellones para aislar a aquellos pacientes que no se encontrasen muy graves: España también tomó estas decisiones, sólo que lo hizo en 1919. Un estudio, llevado a cabo por la Universidad de Valencia y el Centro de Salud Malvarrosa, señala que, a juzgar por la hemeroteca de varios periódicos españoles, la segunda ola fue especialmente mortífera en nuestro país debido a que las medidas que se tomaron no fueron las correctas y que, en cualquier caso, se actuó demasiado tarde. El trazado de analogías con la gestión sanitaria del coronavirus queda a juicio del lector.

Un mundo distinto

Hay mucho para comparar entre el coronavirus y la gripe española en los primeros 365 días de ambas pandemias. Pero quizás hay más diferencias entre ellos que similitudes. Y la mayoría de ellas dan lugar al optimismo. La gripe española fue una enfermedad mucho más agresiva que el coronavirus: un altísimo porcentaje de las víctimas fatales de la gripe española tenían entre veinte y cuarenta años, y no presentaba dolencias previas. Se habló, incluso, de personas que despertaban con algo de fiebre, se dirigían al trabajo y se desplomaban, muertas, en el metro. El número de niños que fallecieron a causa de la gripe española también fue elevado.

El contexto en el que surgen ambos virus es la clave: Cuando aparece la gripe española, se pensó que el causante sería una bacteria, y no un virus, como se ha sabido más tarde. No existían antibióticos ni vacunas para la gripe, que se descubrieron, respectivamente, en 1928 y en la década de los 40. La sanidad pública era una quimera: Muchas personas carecían de medios para costearse un médico, o siquiera para acceder a ellos.

En 1918 habría sido impensable elaborar una vacuna en menos de un año: La más rápida, hasta ahora, había sido la de las paperas, cuya desarrollo llevó cuatro años. La gripe española infectó a un tercio de la población; su tercera ola fue más leve que la segunda y la cuarta, más que la tercera. Al fin, desapareció: Es probable que ya existiese una inmunidad de grupo. Un siglo después, la ciencia le ha procurado al ser humano unos medios mucho menos nocivos para acabar con un virus. El futuro del coronavirus, cuando la población haya sido vacunada, es aún una incógnita: Algunos científicos aseguran que se quedará con nosotros, aunque su impacto será comparable al de un resfriado. Por fin, acabarán siendo verdad las profecías con las que arrancó su andadura el coronavirus, en China, hace un año: Será una enfermedad similar a una gripe leve.