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Actualizado: 14 ago 2022 / 04:00 h.
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El Instituto Nacional de Estadística hizo públicos no hace mucho unos datos alarmantes que recogieron medios de comunicación como 20 Minutos: uno de cada tres españoles no se puede permitir pagar una semana de vacaciones al menos una vez al año ni puede hacer frente a gastos imprevistos de 750 euros. Además, casi la mitad de la población tiene algún tipo de dificultad para llegar a fin de mes y un tercio de los menores de 16 años está en riesgo de pobreza o exclusión social. Todo esto ocurre en un contexto en el que la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando.

Junto a lo anterior, como la banca siempre gana, tenemos que el rescate bancario derivado de la crisis de 2007-2008, provocada por ella, supuso la inyección de unos 58.000 millones de euros de los que el Estado, en España, sólo ha recuperado alrededor de 6.000 millones. Y encima, ahora, con el despertar de un euríbor que estaba hibernado desde hace años, nos han subido las hipotecas. Al mismo tiempo, a Biden le interesa que siga la guerra en Ucrania porque ha aumentado sus ventas de gas -más caro que el ruso- no sólo a Europa sino a la misma China, y a Rusia le están entorpeciendo su influencia incluso en Asia para intensificar el intento de asfixia de una nación que, como la sigas poniendo contra las cuerdas, puede reaccionar de cualquier manera. Eso sí, para paliar lo malo que es Putin, allí, en Ucrania “y países limítrofes”, dicen, están la Cruz Roja y Save the Children, entre otros empresarios de la pobreza, colocando tiritas y aspirinas a un mal en el que nadan para su propia gloria, no para la de quienes mueren o estamos muy preocupados con el futuro del mundo. A diario nos piden dinero para sus caridades intentando aumentarnos una culpa de la que carecemos, aunque esto último no lo tengo claro.

Al final, como todo en este mundo está interrelacionado, uno de cada tres españoles lo pasa mal y la pobreza aumenta. Como nadie se mueve, existirán siempre tiranos de guante blanco porque dejamos que existan. Y aparecen esos estudios hablando de que no todo el personal puede salir de vacaciones unos días, una semanita siquiera, por su mala economía, con el significado tan importante que poseen las vacaciones en el confiado Occidente que esa es otra cuestión.

Mientras en Estados Unidos he visto a morenas mexicanas que se teñían el pelo de un rubio intensamente hortera y que hablaban en inglés sabiendo que nosotros sus interlocutores éramos hispanos, en España, desde hace tiempo inmemorial, no eres nadie, eres pobre, si no te presentas en el trabajo o en tu barrio con un moreno intenso, producto de una buena temporada en la playa, llevando a cabo esa barbaridad que es tostarse al sol a lo bestia. Hay por ahí una película en la que una familia de clase media-alta que vive del cuento de serlo, como no tiene dinero para irse de vacaciones, decide cerrar todas las ventanas y balcones para que sus vecinos se crean que se han marchado de asueto y se quedan encerrados en casa, sin hacer ruido.

Eso de irse de vacaciones cerca o relativamente cerca de donde uno vive habitualmente es un signo de pobreza también del que bastante gente huye. Hoy, mientras más lejos y en más lugares hayas estado, mejor. Lo de irse al pueblo a casa de los abuelos pasó a la historia. Ya no hay pueblo y además los abuelos o se han marchado a la ciudad, o están para el arrastre en cuestiones de salud, o habitan en una residencia o tampoco tienen liquidez o sencillamente se han muerto. Aquellos veraneos en los que los niños nos instruíamos logrando distinguir una gallina de un gallo y saltando entre piedras y ramajes, incluso bañándonos en riachuelos, se largaron con viento fresco.

En el lugar del Aljarafe donde vivo se ha producido un fenómeno que me entristece y me avergüenza: fincas de recreo que en los años 60 del siglo pasado rebosaban de juventud se encuentran hoy deshabitadas y hasta okupadas, a veces con el consentimiento de los dueños que son ahora los niños y las niñas convertidos en mayores con los que yo jugué y de los que partieron mis amores de verano. Fincas que contaban miles de naranjos y limoneros están ahí, solas, abandonadas, con sus casonas, sus piscinas, sus canchas de tenis y de baloncesto, sus árboles marchitos o muriéndose. Quienes las compraron como segundas viviendas han muerto y sus herederos -los que fueron mis amigos- y sus hijos, o no quieren saber nada de esos lugares o incluso están en pleitos por las herencias. Me acuerdo de la canción de Alberto Cortez, Distancia: “dónde estarán mis amigos de infancia y qué habrá sido de ellos”.

Mientras, uno de cada tres españoles no puede irse a lugar alguno para evadirse de que no puede irse a lugar alguno y del resto de sus pesares. Ahora bien, el titular se podría formular de otra manera: “dos de cada tres españoles pueden irse de vacaciones al menos una semana”. Es mejor así para tapar las vergüenzas, pero no sería un titular solidario que busca la igualdad que es lo que se lleva ahora. Un medio progubernamental podría titular así, pero uno de oposición no, porque ya se sabe que, para la oposición, mientras peor, mejor para ella.

De lo anterior se deduce que el sistema en el que estamos lleva consigo su necesidad de que existan pobres y menos pobres que no se puedan ir de vacaciones ya que el hecho otorga justificación a la lucha democrática y sentido al mercado al tiempo que muestra una vez más la cara del humano en relación con el humano que, gracias a Hobbes, sabemos que se concreta en una vida que es “solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve”. Cuesta aceptar esto, ¿verdad? La realidad es amarga pero sólo tragando ese amargor a lo mejor podemos irlo convirtiendo en algo que va dulcificándose, desde luego lo peor es negar lo evidente.

Vayamos o no vayamos de vacaciones, las desagradables palabras de Hobbes podemos comprobarlas en ciertos acontecimientos familiares que las vacaciones despiertan. Por ejemplo, las vacaciones es el momento en que las familias no tienen más remedio que pasar el tiempo ocioso y juntos. La consecuencia no es extraño que sea algo de caos o al menos de desorden que a veces termina en divorcios. Aquello que durante el periodo digamos laboral, en el que cada cual va a lo suyo, se va escondiendo, esa especie de rencor e incluso bilis de unos contra otros que se acumula y que guardamos y callamos por razones de convivencia, puede estallar en las vacaciones, sean en casa o en una semana por algún lugar extradoméstico. Si aún existen padres y madres que no se han dado por vencidos ante el nuevo mundo que se está formando y creen que pintan algo en la vida, la lucha generacional de toda la historia prosigue y acaso con resultados muy negativos.

La semanita de vacaciones que ahora un tercio de los españoles no puede emprender se convierte en algo donde el remedio del descanso es peor que la enfermedad de la “normalidad” cotidiana. Vamos a quedarnos entonces con las ideas contrarias a las de Hobbes, por ejemplo, las que siempre se citan procedentes de Locke y de Rousseau: el hombre bueno por naturaleza, contaminado por la sociedad. En ese caso, la semana vacacional sería un momento para la recomposición familiar y para la felicidad.

Naturalmente considero que son ideas ingenuas pero lindas, ¿cómo puede un ser bondadoso en su innatismo crear una sociedad perversa? Pues ahí hemos bebido millones y millones de seres humanos -la izquierda, por ejemplo- y ahora estamos confusos porque nos hemos basado en meras ilusiones.