Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
Actualizado: 06 may 2022 / 04:00 h.
  • ¿Conoces el pasado oculto de la Feria de Sevilla?

Les voy a contar una historia que por imposible que parezca es real y que tiene relación con algunos de los momentos más negros de la Historia de España y de Sevilla...

La Feria antigua se encontraba en el llamado Prado de San Sebastián, cerca de un entorno llamado el Prado de Espantaperros y que, hoy, es ocupado por la Diputación de Sevilla. Pero ese marco tiene un negro pasado.

Su emplazamiento del Prado de San Sebastián era el de unos parajes abandonados, a los que nadie quería acercarse ya que en él se decía que lo habitaba la muerte quizás por ser este un lugar donde en otros tiempos se encontraban el cementerio del Prado de San Sebastián y el cementerio de los Pobres, en él se contaban historias de apariciones y aparecidos, además de ese evocador y lúgubre recuerdo del lugar había una nueva objeción. El lugar al cual se accedía lo llamaban el Paseo del Luto y el propio José María Blanco White (Crespo) en sus Cartas de España hablaba de otro triste incidente que él vivió allí.

El lugar era el habitual quemadero en la ciudad de la Santa Inquisición para todo aquel que era condenado a la hoguera por herejía o cualquier otro pecado contra la fe. Un lugar ciertamente que ponía los pelos de punta a todo aquel que lo visitaba, así Blanco White estuvo presente en la quema de la bruja María Dolores Caro siendo un niño.

El nuevo emplazamiento de la Feria, en Tablada, en el barrio de Los Remedios, donde está el Real, no le va a la zaga. Era otro de los quemaderos de la Inquisición en Sevilla, lugar habitual de ajusticiamientos pues se hacía sobre un patíbulo de tablas, de ahí Tablada.

Hoy día donde hay una Feria está el vestigio mudo de la muerte y la desolación, que la alegría ahogue a las penas.

La Historia de la Feria

En torno a Sevilla habían crecido pequeños núcleos poblacionales que disponían de ferias de ganado las cuales eran visitados por agricultores de la ciudad donde compraban las reses necesarias para su labor en el campo, a fin de evitar este “peregrinar” del sevillano a las cercanías de la capital surge la idea de crear en la ciudad su propia feria ganadera y así los regidores Narciso Bonaplata, originario de tierras catalanas, y José María Ibarra, primer conde Ibarra, deciden elevar su propuesta al Cabildo Municipal.

La propuesta y el documento fue apoyado por el alcalde de Sevilla que era el marqués de Montelirio. El documento pedía que se autorizara una feria anual durante los día 19, 20 y 21 de Abril. Aquella propuesta fue enviada a Madrid donde el diputado Fermín de la Puente y Apechea intermedió ante la reina Isabel II para que aprobara la misma y pese a la oposición de localidades cercanas, que ya disponían de ferias de gran raigambre popular, como Mairena del Alcor o Carmona, o personajes ilustres como el diputado Iribarren, la reina accedió a aquella petición en Marzo de 1847.

Pese a todo ello la feria fue un éxito y pronto los ganaderos instalaron toldos para protegerse del sol, unos toldos de lona que serían los precursores de las “casetas” del “Real de la Feria” como hoy lo conocemos.

Aquel colorido y algarabía hizo que muchos nobles visitaran el lugar en sus carrozas y coches de caballo, era la atracción de la ciudad y pronto aquel germen sembrado para el crecimiento de la ciudad se iba a convertir en un brote de amistad, encuentro y disfrute. En la primera cita que aquella feria de recogieron 400.000 duros, que era una importante cantidad para una feria inaugural.

Aquella ciudad emergente no dejaba de crecer y de compartir espacio con el ganado, por ello en 1950 se separa el folklore del mercantilismo ganadero dando paso pues a una feria de ocio, de diversión y de recuerdos.

Mal recuerdo también el que nos trae a la memoria un 21 de Abril de 1964 cuando un pavoroso incendio prende sesenta y cuatro “casetas” del Real de la Feria, aquella tarde inexplicablemente el número de visitantes bajó y sólo hubo que lamentar un muerto y media docena de heridos pero para muchos, ese rincón privado, ese segundo hogar en la ciudad efímera de Sevilla, había quedado reducido a cenizas.

La solidaridad sevillana hizo que compartieran espacio y amistad en otras “caseta” pero pudo haber resultado una feria mortalmente catastrófica.

Historias de la Feria que, seguramente, desconocía y que serían motivos de charlas y encendidos debates para lo que le resta a esta fiesta tan singular y popular de la que disfrutamos en una ciudad eterna llamada Sevilla.