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Actualizado: 19 feb 2022 / 04:00 h.
  • Aníbal González.
    Aníbal González.

La capital de La Giralda, no nos engañemos, no es grata con sus hijos o benefactores. No reconoce méritos, en vida o póstumamente, a quienes le regalaron talento, monumentos, historia o lo que supera a lo convencional.

Ya denunciaba #Infraganti , hace casi tres años, que la locutora de Radio Sevilla, Marisa Carrillo (1940-2019), merecía mucho más que obituarios telegráficos. Colegas suyos, incluso de dicha emisora, tienen su nombre en el callejero merecidamente. Ser mujer de vanguardia en tiempos difíciles, rompedora, aportar talento y valía no lo merece según constatamos. La nueva Alcaldía, concejales y sus colegas periodistas tienen ahí tarea.

Algo parecido ocurre con el único Premio Nobel de Literatura sevillano. A Vicente Alexandre le regatean una biblioteca a su nombre, como a Chaves Nogales, Blanco White, Luis Cernuda o hermanos Machados. Sin embargo, la más importante de la capital honra a la Infanta Elena, cuyo único mérito para ello sería ser hija y hermana de Rey. Su vínculo con la escritura espera aún cortesanos o alguna hagiografía, quizá de temática ecuestre.

Sevilla debe sus grandes trasformaciones del siglo XX a sendas Expos. Las que aportaron arquitectura, obra civil, dotaciones y recursos de comunicaciones para que dejara esa vieja Híspalis o Isbilya de ser provinciana. En 1929, la Expo Iberoamericana regaló el Parque de María Luisa, el Prado y un sur pleno de pabellones vanguardista. En 1992, la Expo Universal urbanizó La Cartuja, creó la circunvalación urbana (SE-30), sumó puentes más nuevas estaciones de tren, autobuses y aeropuerto.

Muchos sevillanos y sevillanas sobresalientes huyeron, no regresaron o fallecieron en el más infame anonimato del reconocimiento. Ni siquiera se les cita por evidentes méritos contraídos con la ciudad. Sin embargo, hay otra Sevilla lisonjera, barroca, de palmaditas o abrazos a mediocres que nada aportan y sólo agrandan su ego, cuenta bancaria o dejan mamotretos.

El Arquitecto comprometido

Aníbal González Serrano, nieto del famoso urbanista Aníbal Gonzalez Álvarez-Ossorio, es Doctor en Medicina y Cirugía, especialista en Estomatología y Profesor universitario de dicha especialidad. Escribió ponencias y el libro sobre su abuelo ‘Inspiración, trabajo y constancia’.

El nieto reivindica con oficio al abuelo. El primero repite que Alfonso XIII vino más de treinta veces a Sevilla durante la construcción de la Exposición de 1929 aunque el abuelo fue ‘alma mater’ de la Expo Iberoamericana.

Aníbal González y Jacinto Pellón, ninguneados por Sevilla
Jacinto Pellón junto a Felipe González.

El Arquitecto de la Plaza de España, su obra magna, portaba un metro siempre. Murió con 52 años, dejó viuda y ocho hijos en precaria situación. La crónica sobre Aníbal González une a su honradez, principios y acendrado compromiso social. Alentó en 1922, para los 1200 trabajadores que trabajaban en la Plaza de España, cooperativas para construir sus hogares. Para ese colectivo logró hasta mejores sueldos sobre las miserias que cobraban de contratas amañadas.

Por aquellas ‘osadías’ no se sabe si ácratas o empresarios, le tirotearon en la calle Monsalves. Ninguna bala llegó a su cuerpo. En 1926 dimitió como Arquitecto-Director de la Expo ante el Comisario Regio Cruz-Conde por graves desacuerdos con el embajador en Sevilla de Alfonso XIII. Las diferencias se acercaron a una corrupción que Aníbal González desechó suscribir. Ciertos especuladores forjaron la Sevilla de aquellos años.

El legado de González supera al de Gaudí en Barcelona. Acuñó el regionalismo arquitectónico basado en el neomudéjar, historicismo y el que implantó para la Expo del 1929. Sus diseños (casas, palacios, conventos, obra civil, comercios, fábricas y naves industriales...) se reparten en varias provincias (Huelva, Cádiz, Sevilla y Madrid). Creó, además, Escuela. Ponderó ladrillo visto maridado con cerámica hispalense y cubiertas originales. El estilo ‘Aníbal González es fácilmente perceptible.

El Arquitecto murió en 1929 sin siquiera casa propia, pues vivía de alquiler. La Sevilla lejana del poder, del dinero fácil y la especulación levantó la casa en un terreno de la entonces recóndita Avenida de la Palmera (14). Una recaudación popular, liderada por el inolvidable periodista José Laguillo al frente de El Liberal -desaparecido en 1936-, entregó la nueva casa familiar. Hoy la ocupa una Comunidad de Regantes tras adquirirla y reformarla.

Una estatua, levantada muchas décadas después de su muerte, hace que Aníbal mire de frente a la Plaza de España que representa su obra más universal. En 1925 ya diseñó una Casa de dimensiones palaciegas para su primo Torcuato Luca de Tena (diplomático, abogado y fundador del diario ABC) en Avenida de la Palmera 48. Hoy la restaura con especial sensibilidad PTV Telecom tras años de abandono, subastas y ruinas de especuladores o codicia de bancos.

Otras huellas que dejó González en Sevilla reflejarán su legado, repetimos décadas después de su temprana muerte. El aplazado Museo, que compila su trayectoria, se hará en el Pabellón Real de la Plaza de América. Pero su implantación lleva la misma velocidad que las tortugas que sustentan a la Diosa Híspalis en la Puerta Jerez.

La ‘Casa Aníbal’, en el Paseo de Colón –antes sede de la Asociación Sevillana de Caridad- será un Restaurante y escuela de Hostelería. A González ser honrado y comprometido le vació el bolsillo en vida. Su testamento arquitectónico lo disfrutan muchos ojos que admiran unos diseños con sello propio, con una evidente ‘marca Sevilla’ que caracteriza a la capital de la Giralda.

El Ingeniero que rompió cadenas

Jacinto Pellón Díaz (1938-2006) fue un Ingeniero de Caminos cántabro que conquistó la Sevilla de la pre Expo de 1992 siglos después de sus paisanos marinos al servicio del Rey Fernando III de Castilla en 1248. Aunque toda su trayectoria profesional le ligó a Dragados sus expertos servicios los reclamó Felipe González para terminar a tiempo una Expo finisecular.

La magna exposición universal no se hubiera inaugurado un día de abril de 1992 sin el concurso de su tenacidad y aplicar una política de obra terminada sobre tejemanejes, garantismos estériles y palabrería farragosa de picapleitos de fuste

Como Pellón no era de ninguna cofradía, caseta ferial, ni rociero, ni bético o sevillista, ni ‘buena gente’ o usuario del barroquismo fue muy insultado por la ‘Sevilla eterna’, la trincona, la que falta sin recato, la del negocio de salón y subcontratas. En esos cenáculos y barras de croquetas acuñaron el ‘pellón’ como moneda corrupta que en Don Jacinto nunca tuvo bolsillo.

Ante denuncias-vacuna de corruptos o de quienes no cobraron lo que soñaron sin dar golpe, la Justicia jamás condenó a Jacinto Pellón. No obstante, le merodeaba la infamia de una corruptela que supuestamente implantó. El sobrecoste de la Expo 1992 se generó en ciertos ‘bufetes’, en la ‘gauche divine’ española, andaluza e hispalense y en un BOE donde razones de urgencia y concursos de ganador pre-conocido o sin licitadores daban mega-contratos a amiguetes. Algo parecido a lo que verán nuestros ojos cuando escampe la ceguera sobre el Covid-19 y lo que le cuelga.

Pellón era firme y honesto. Su talante relativizó hasta el gafe que se endilga a Luis Yáñez cuando volcó una reproducción de la Nao Victoria el día de su botadura. El cántabro se plantó al lado de Yáñez cuando éste parecía encarnar el malfario. Arropó con su cercanía la injusta etiqueta del cenizo que acompañaba al Ginecólogo metido en política.

La Comisaría de Pellón y su equipo logró que la Expo del 1992 se terminara justo el día que la inauguró el hoy Rey Emérito. Servidor que suscribe fue testigo que los operarios salían por una puerta mientras el monarca entraba con su séquito. Jacinto Pellón fue un gestor excelente, apostaba por los hechos, no por los mercantilismos de su predecesor en la Comisaría, el fallecido Catedrático Luis Olivencia. Sólo sus colegas y equipo honraron su labor una vez que murió o se conmemoraron efemérides relativas a la Expo del 1992.

La Expo del 1992 fue un éxito indiscutible. Situó a Sevilla en el mapa del mundo, atrajo inversiones, empleo e infraestructuras que siguen ahí. El mismo AVE que nos conecta con Madrid fue impensable sin aquella Expo. El legado es ese, aunque tuviera sobrecostes patentes.

Pues ni el callejero de Sevilla tiene en nómina a quien le debe su actualización ante el mundo, ni se conoce ninguna medalla o tributo fuera, repetimos, de sus colegas o equipo. Pellón y su alma gestora están obviamente por encima de los halagos, pero es justo reivindicar a un personaje que en las distancias cortas ganaba lo que le negaban en el patio de las peores infamias.

Jacinto Pellón navegó, pues era marino de gobernar naves cuando no ejercía de ingeniero, por esa Sevilla del trabajo bien hecho sin renunciar a los principios más elementales de ser un profesional. Nadie, nunca, se demostró que se enriqueciera a costa del erario, aunque el ninguneo que sufrió lo ubicó en la galería de corruptos sin recato alguno.

Aníbal González y Jacinto Pellón tienen quien les escriba en esa Sevilla ingrata que creemos no debería existir, pero palpita, y cómo. Arquitecto e Ingeniero comprometidos estuvieron ahí, en el tajo de sus obligaciones con un legado tangible e indiscutible. Como escribía, estando ahí, sus crónicas Chaves Nogales.