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Actualizado: 22 ene 2022 / 04:00 h.
  • Javier Márquez en una imagen de archivo.
    Javier Márquez en una imagen de archivo.

Los periodistas hispalenses que triunfan en Madrid en el fondo siguen la senda del irrepetible Chaves Nogales. Primero pasean su talento en varias cabeceras para ubicar su creatividad escribiendo libros.

Este sería el caso de Javier Márquez Sánchez (1978). Comenzó como reportero en la Sevilla de los primeros del siglo XXI en la prensa escrita y radio para ser subdirector ‘todoterreno’, en los madriles, de reputadas publicaciones (Cambio16, Esquire, Forbes y Tapas).

Su etapa de escritor la salpica de viajes literarios a los Estados Unidos sin pisarlos, pero vívidamente. Varios ensayos lo acreditan (Simon & Garfunkel negociaciones y canciones de amor-2004, Rat Pack-2006, Elvis Corazón solitario-2007) y novelas de nivel (Fiesta de Orfeo-2009, Rebeldes de Crow-2011, Letal como un solo de C. Parker-2012 –Premio Novelpol-2012, Afilado de blues-Balada de Sam-2015).

Su penúltima novela, La ciudad de las almas tristes-2021, la reseñamos en #Infraganti Entrañaba un regreso narrativo a la Sevilla pícara del jeta con labia siglo XXI forjado en el anterior bajo claves de cultura del pelotazo corrupto.

El timo que estafa y defrauda

Márquez es promiscuo en su bibliografía. Ataca ahora con una obra excelentemente publicada por Editorial donde es directivo. El título es llamativo: A peseta por estampita (Muddy Waters Books, 2021). La portada de la obra es el trile, pero puede ser el tocomocho o la genuina estampita. Estos clásicos los compiló, y miles más, con sumo oficio el inolvidable Enrique Rubio en la Timoteca Nacional

La estampita de Márquez la prologa con acierto un jurista bancario que es alma del Granada Noir. Jesús Lens planta códigos, sustentados por su pericia, para presentar un trabajo centrado en timos, estafas, fraudes y otras artes fascinantes, siempre que no seamos los protagonistas, como reza el subtítulo de la obra.

Estafas, timos y fraudes según Javier Márquez


La obra se desarrolla previas vacunas al lector. Publica un curioso ‘pliego de descargo’ y una ilustrativa introducción del autor que anticipa el indubitado ‘peligroso poder de la palabra’ si la contextualizamos sobre el engaño. Sin anestesia el libro se compartimenta en cuatro partes cuya lectura atrapa por el lenguaje cercano, coloquial y preciso de un Márquez inspirado que está en su tinta. Ya es plantilla –Márquez- de los fascinados por quienes estafan y aprecian la libertad. A veces, el mirlo blanco que sueñan puede algún día acudir vestido de policía y acabar malamente la trasgresión.

En Leyendas del tocomocho encuadra Márquez historias sintetizadas y bien relatadas sobre cómo timaban George C. Parker y Arthur Ferguson. Un arruinado que se vino arriba con palabrería y recursos dramáticos, Gregor Mc Gregor, estafaba vendiendo imaginario país centroamericano donde fuera menester. Soapy Smith modeló, de su parte, la caradura en Denver donde dominó el downtown mafioso para acabar tiroteado en un duelo en Alaska cuando el Golden & Silver rush hicieron de las suyas.

A Ferdinand Demara y Frank Abagnale, Márquez le endilga la supervivencia que juega con la cara de inocentón, el que con disfraz de ‘julay’ excita la codicia de sus víctimas. La maestría de mentir con ‘mucho arte’ se la endosa el autor a Elmyr de Hory y Clifford Irving. Las historias comparten la impunidad de la que gozan los defraudadores sobre sus víctimas ya que se repite, allá donde esté el engañabobos, la historia del cazador cazado.

Fraudes históricos y trileros plus

En sendos bloques, Márquez reúne más historias de tipos que dejaron pocos indiferentes. La soberana del fraude tiene faldas: Cassie L. Chadwick. Los vendedores de la luna, emulando a quien vendía un país ficticio, tienen identidad: Sir John Herschel y Dennis Hope. Como del truhán que colocó un par de veces la Torre Eiffiel parisina: Víctor Lusting.

El caso de Mark Hoffman tiene que ver con la confianza de los norteamericanos a cualquier credo religioso. El hombre se especializó en los Mormones. El fraude piramidal, inventado hace muchos años tiene patente por triplicado: Larra, Ponzi y Maddoff. La avaricia inversora y rápidos beneficios que ciegan la voluntad pivotan sobre el desmoronamiento de la montaña, donde sacan tajada los de arriba.

Falsos Sultanes, magos listos, roba-bancos y de museos con chaqueta y rififís con glamour tienen quien lo cite en sus andanzas trasgresoras. Márquez destapa en su trabajo una tropa de defraudadores con marca propia: D.B Cooper, Jean Herrina, Vicenzo Peruggia y Albert Spaggiari

Ladrones de confianzas y dineros...

El poder, la aristocracia y el negocio financiero atraen a estos trasgresores. Su conducta criminal es compulsiva y de difícil cura. Junto a los delincuentes sexuales, quienes estafan con palabra y obra, repiten sus fechorías al poco de salir de la cárcel si es que los pillan.

Varias historias de españoles (el sevillano Pedro Bohórquez), rusos (Iván Vasilievich, Elizabeta Alekseyevna), alemanes (Otto Wine) y supuestos herederos del trono francés colmatan más el rigor de Márquez buscando engaños con palabrería.

La ciencia, descubrir lo insólito y arrogarse patentes de inventos ajenos siguen la ristra de engaños que compila el autor de la obra que comentamos. Seguidamente es la fe, creer en lo no tangible, la que suma fraudes a bientencionados/as. Falsos dioses, gurús de mercadillo, reliquias de saldo y los milagros que sustentan demasiadas religiones centran más historias fascinantes.

Dicen que el mejor negocio del mundo es cobrar en metálico y pagar en rezos. Las donaciones, diezmos y testamentos son medulares en ciertas organizaciones religiosas. Así mantienen el fervor espiritual basculando sobre la muerte, paraíso & infierno, perdón de maldades, etc.... sustantivos. Ese miedo es un activo rentable

La última obra de Javier Márquez nos atrapa en su lectura y las historias que relata. Destapa lo que parece increíbles pero es cierto y bien narrado. La impostura del defraudador estamos seguros que se ensaya antes frente al espejo. En tiempos pretéritos, cuando no había espejos, en engaño con labia era cuestión apenas de labia y dotes dramáticas que nos sirven para concluir que la vida es un teatro. El reparto, a veces, lo dominan estos personajes.