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Actualizado: 16 abr 2022 / 04:00 h.
  • Ambulatorio de Marqués de Paradas.
    Ambulatorio de Marqués de Paradas.

Hay personas que pasan por la vida destilando elegancia y suma discreción. Sus pasos sólo los perciben quienes están cerca de esas almas, las que sólo comparten bondades. Isabel Ramírez García nació en Castilleja del Campo durante enero de 1923 y murió en Sevilla en paz con casi 100 años, rodeada de cariño, el reconocimiento por su entrega al prójimo y a su familia.

Isabelita, como le llamaban quienes la conocieron en vida, fue de las primeras enfermeras formadas en el Hospital Central sobre 1940 (hoy sede del Parlamento de Andalucía), como su hermano Bernardino. Muy cerca del referido Hospital, también conocido de las Cinco Llagas, se formó como Médico otro hermano de la enfermera, Braulio. Los hermanos de Isabel eran republicanos y daban mítines meses antes de la guerra fratricida.

A Braulio ese apostolado laico le costó la vida. Fue fusilado tras calumniarlo un sacerdote llamado Diego. El cura le denunció por atentados a la iglesia ficticios. El Gobernador Pedro Parias obvió clemencia por un médico cuyo único delito fue, en realidad, no procesionar con el Corpus en su pueblo por mandato del sacerdote. La pataleta convirtió al supuesto pastor de almas en delator y falsario.

Isabel Ramírez, la enfermera de la sanidad para todos
Isabel Ramírez.

Superviviente de la improvisada cárcel en los sótanos de la Plaza de España e integrar un batallón de castigo, Bernardino acabó siendo un queridísimo y popular Practicante en Morón. Allí llegó, para tomar posesión del cargo, disfrazado como enfermo en una ambulancia. Su pasado izquierdista le negó el salvoconducto para salir de Sevilla en los peores días fratricidas. Entonces, viajar o abandonar la vieja Híspalis era todo un privilegio.

La enfermería con poderío

A personas como Isabel Ramírez su profesión le supuso un duro camino. Dominada por los hombres y el poder de médicos-dioses, las enfermeras además eran más vulnerables y ninguneadas por el régimen franquista (1939-1975). Si bien implantó la sanidad pública, mantuvo intactas las estructuras del poder patriarcal; vaya, machista para entendernos.

A las enfermeras de los años 40 del pasado siglo sus colegas masculinos las mandaban ‘a freir espárragos’ o les recordaban su entonces único papel social de madres y esposas fieles. No vieron en ellas unas compañeras. ¡Cuánto camino abrieron aquellas enfermeras como Isabel Ramírez! Hoy esta función sanitaria tiene un Grado [Universitario] y nombre de mujer....

Un hecho ilustra lo afirmado. En el desaparecido Ambulatorio de c/ San Vicente, donde comenzó su andadura Isabel Ramírez, fue denunciada en falso por un hurto. Conoció los calabozos de la injusticia exclusivamente porque era la única enfermera del extinto centro sanitario. Al final, el marido policía de su íntima compañera Rosa Ranedo le avaló la libertad. Tras investigarse a fondo la denuncia, el hurto tuvo autoría masculina.

Años después, Isabel Ramírez fue de las pioneras en el Ambulatorio de c/ Marqués de Paradas (Centro de Salud y de Especialidades Virgen de los Reyes).

Allí por su valía, entrega y eficacia logró ser la incuestionada Enfermera-Jefe durante lustros. Desempeñó un papel sustantivo en pro de sus compañeros/as, la asistencia a todos/as sin distingo alguno y la dignidad del paciente. Hizo terrenales a muchos médicos, en particular, a especialistas. Su sonrisa y talento resolvían conflictos. Su autoridad extendía el respeto a otros profesionales del Ambulatorio (técnicos, celadores, auxiliares...).

En su oficio Isabel Ramírez era genuina. Sus pinchazos –además- apenas dolían. Cuando se prescribían muchos fármacos por vía intramuscular entretenía al paciente. Primero, con palabras. Le preguntaba el nombre, si era del Betis o el Sevilla... Después, e inesperadamente, daba un tortazo en la cadera contraria mientras clavaba la aguja e inyectaba la medicina por la otra. El dolor, y el miedo al pinchazo, se relativizaban; más cuando eran soluciones hidrosolubles los inyectables. Estas causan un dolor difícil de soportar. Quienes pasaban por el trance al cabo agradecían esa forma de engañar a la mente sobre el umbral del dolor humano. Nunca molestaba el tortazo.

Sin rencor, con aplausos

Un buen día apareció por el Ambulatorio Diego, el delator que llevó a su hermano Braulio a la fosa. Isabel, informada de ello y de sus graves patologías, pidió que se le atendiera igual o mejor que a cualquier enfermo. En su mente no cabía el rencor, la venganza o las mentiras del cura. Mejorar la salud de quienes iban allí era la única misión que se traía entre manos

La enfermera nunca olvidó a su hermano Braulio. Una gran foto del Médico precozmente desaparecido presidía el salón de su casa. Como su hermano Bernardino, que besaba el cuadro cuando -jubilado y viudo- convivía con su hermana. La barbarie de la guerra fratricida tenía memoria y besos de respeto por el ausente en esa casa. Nunca supieron adónde llevarles flores.

Ver pasear juntos, por Los Remedios, a los dos hermanos enfermeros agarrados del brazo, exhibía poderío tras compartir sendas vidas laborales para los demás. La estampa de senador romano de Bernardino raramente pasaba desapercibida, al igual que la sonrisa y ternura de Isabelita.

Ellos construyeron, entrelazando sus historiales vocacionales, una sanidad pública que hoy nos alcanza a todos. Entraña un activo que disfrutamos. Lo forjaron profesionales como los citados con el único norte de asistir y curar.

Los cuatro hijos de Bernardino repartieron sus profesiones entre la enfermería (Pepe qepd y Elena) y la medicina (Manolo, Cirujano y Ex Director de Hospital y Braulio, Ex Comandante-Médico e Inspector del SAS). Ese es el mejor legado que dejaron una enfermera fetén, que consideró a sus sobrinos como los hijos que no tuvo, y un practicante del que aún se habla y le recuerdan, para bien, en Morón.

Cuando en los aciagos días de confinamiento del 2020 aplaudíamos, por la tarde y desde nuestras casas, a los sanitarios estábamos agradeciendo los desvelos de estos profesionales por todos nosotros en momentos muy duros.

Isabel y Bernardino, cada uno con su ejemplo, marcaron el camino de la sanidad que pagan nuestros impuestos y que disfrutamos en España. Aunque suframos sus carencias, existan inacabables listas de espera, fuga de profesionales, precariedad de su plantilla y contemplemos los serios intentos para privatizar un bien común por el que se desviven miles de sus trabajadores/as. Esta pequeña historia de la enfermería sevillana tiene quien la escriba. Descansen en paz, misión cumplida, Isabelita y Bernardino.