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Actualizado: 05 jun 2021 / 04:00 h.
  • Javier Márquez alerta: Corrupción en Sevilla

Los sevillanos en Madrid hicieron escuela. El ministro republicano Blasco Garzón tras serlo todo en Sevilla confundía la Gran Vía con la Avenida de la Libertad (hoy de la Constitución). En su exilio bonaerense no sabía si la Costanera del Río de la Plata era en realidad la mismísima calle Betis. El dúo Guerra & Felipe González lograron en la Bodeguilla de Moncloa llevar al mejor flamenco para deleite de invitados, pero el duende se quedaba Despeñaperros abajo.

Javier Márquez Sánchez (Sevilla 1978) parece ubicuo y es un híbrido. El periodista-escritor tras constatar que en Sevilla no hacía carrera del periodismo emigró a Madrid. Logró ser subdirector de Esquire, Forbes y Tapas. A él le palpita todo lo norteamericano, sin pisar Gringolandia. Parecido a lo que le pasó al doble espía Juan Pujol Garbo. Engañó a los nazis desde Lisboa. Les convenció que vivía en Londres. Fue intoxicador del MI6, la inteligencia británica, para salvar a miles de inocentes.

Márquez es un novelista forjado, rotundo. Con Letal como un solo de Charlie Parker obtuvo el Premio Novelpol en 2012. La fiesta de Orfeo (2009), Rat Pack. Viviendo a su manera (2006) y Elvis. Corazón solitario (2007) integraban relatos con toques de un urban cowboy que narra con el talento y la sabiduría de cualquier best seller de los EEUU. Pero haber nacido en Sevilla marca.

Si Silvio o Triana fueran californianos pasarían a la historia como millonarios, tendrían documentales o películas, inspirarían novelas o vivirían en Malibú. Gualberto y Manuel Imán se acercaron allí, a esa gloria. Frecuentaron la finca del Tío Sam pero siempre están en Sevilla, de la que repetía Juan Belmonte que está donde debe estar.

La metrópolis alegre y cutre

Márquez retorna a Sevilla desde las páginas novelescas. La ciudad de las almas tristes (Almuzara 2021) invita al deleite de la lectura. El libro se estructura con un personaje central, Jose Luis Ballesteros. Este periodista descreído y con morriña hispalense le quedó ancha la irrupción digital y se transformó en ‘informador privado’. El trasunto de detective, confesor y analista investiga en Sevilla a un antiguo jefe, el editor de Diario del Sur.

Otros personajes de la novela (Miguel Caballero, Manuel Blanco, Baldomero Izquierdo) son ex colegas de Ballesteros en el rotativo con los que rememora el pasado, que también alcanza a una dama, Elena. El capo cateto Alfonso Gallardo sigue en lo suyo. Un encargo para investigarle es el eje de la novela. De ahí sale la cloaca de una condición humana que ojalá no sea epidémica. Por el camino aparecen lacayos y serviles, mafiosos de pacotilla y matones de barrio. Ese totum revolutum lo oficia Márquez.

En genérico los personajes de la novela son fácilmente reconocibles, tienen DNI. No sabe este modesto escribidor si hay añoranza o ajuste de cuentas. O ese rencor no superado de vivir lejos de la patria persona. Para un plato de garbanzos familiar hay que invitar a langostinos. En el Madrid menos visible lo cutre supera a lo peor del sevillanismo que acuñó Chaves Nogales, o a esa gran Sevilla sin sevillanos que pronosticara Machado.

La corrupción más genuina que miró de reojo el gobierno socialista andaluz (1978-2019) la encarna un Gallardo que tiene clones en bufetes, asesorías, empresas instrumentales y patrimoniales. Más la telaraña societaria que acostumbra para facturar y cobrar. Todo lo almacena y se regodea contando los mangazos que dio en una densa vida plagada de mentiras y de viajes al nihilismo más militante.

La Sevilla que retrata el novelista es la de sus perdedores. La describiría un ganador que se pierde lo mejor de esa Sevilla en Madrid. No es un juego de palabras. Investigar la corrupción sólo da que hacer a policías, jueces y fiscales: ¿acaban archivándola?. El personal lo percibe así. No se moviliza: ¿Alguien vio alguna manifestación denunciando a los corruptos?. Márquez no pretende convocar a nadie, pero sugiere ese civismo que debe compartirse.

Los diálogos y las descripciones de Márquez en su última novela son de plauso. Felicidades. Su trayectoria y experiencias parecen confundirse en una ficción demasiado real. Los toques personales de lo yanqui divierten porque tiene mérito revivir lo que no se conoce de cerca. Los negocios de salón de los corruptos, sus tejemanejes societarios, la contabilidad creativa, sus abogados agresivos y pleitos infinitos están reflejados con proverbialidad. Márquez-Ballesteros conocen de cerca el paño.

Márquez a la postre hace que esa ciudad de las almas tristes sea una especie de western hispalense musicado con la versión silviana del Stand by me o marcha de la policofradía del Rezaré. Su narrativa no implica esa saudade de los portugueses cuando oyen un fado. Regresa a Sevilla para recordarnos que la corrupción y sus héroes de trapo merecerían cárcel, sentarse al menos en el banquillo. No salir de rositas, como esos mafiosos sonrientes y sus abogados de 500 dólares la hora.

Ballesteros, al cabo, es un paradetective que lo intenta, superando trabas y a chivatos o mentirosos. La violencia del western-novela de Márquez no nos deja indiferentes. La valía de Elena tampoco. Todo eso parecen gajes del oficio. El de un informador privado que no encuentra su lugar en el mundo. Ese Madrid de algunos sevillanos es tan rancio que nos preguntamos si para ese viaje se precisaron estas alforjas literarias.